jueves, 30 de diciembre de 2010

> Adiós muchachos

Los que vamos teniendo una edad como para no compartir piso nos encontramos cada vez más con ausencias que nos recuerdan cuán frágil es la existencia o que “nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir”.

Como se despidió hace unos días José María Calleja, “nadie nos dijo que fuera para siempre, pero nos habíamos acostumbrado a su compañía”. Antes de fin de año cierra el canal de noticias CNN+. La unión con Telecinco y la entrada de Liberty (qué oxímoron más afortunado) en el capital de Prisa no eran, no son, buenos augurios.

Es cuestión de gustos, claro, pero para mí ya sólo queda la televisión pública estatal. Para noticias, el canal 24 horas de TVE son bienintencionados avances informativos y reposiciones. Luego está Intereconomía, que insulta la inteligencia de las amebas y que se ve por masoquismo; o Veo7, un lobo con piel de cordero. No es que CNN+ fuera la encarnación de la idea de la BBC, pero echaré de menos a Calleja (más militante en los programas ajenos que en los propios), a San José… En fin, qué le vamos a hacer, nadie nos dijo que Belén Esteban no pudiera enterrar a Gabilondo.

Ps/ Sintonicen el canal y ahora verán Gran Hermano 24 horas. Qué triste, señores.

lunes, 27 de diciembre de 2010

> Y más sobre los funcionarios

Me repito. En mi descarga, que esto es otra arista.

La profesora de inglés al poco de entrar en casa rompió a llorar. Explicó que a su hijo de seis años le habían dado una paliza en el colegio; le rompieron el labio y lo patearon. Cuando cosas como esta pasan en Inglaterra, que pasan, la madre va al colegio y éste se encarga de solucionar el problema.

Ella, pues, fue al colegio. La profesora le dijo que sabían de la sevicia del agresor, pero que no podían (o no querían) hacer nada. Pidió hablar con el jefe de estudios, y éste se limitó a escucharla corrigiendo su mal español, y le remitió al director. El director le dijo por medio de intermediarios que no podía recibirla porque estaba muy ocupado. Insistió y le dijo que al día siguiente a tal hora. A la tal hora no se presentó.

Llegó el fin de semana, ¿qué hacer? El niño no quiere ir al colegio, los padres no quieren darle un ejemplo de cobardía, los profesores juegan al ‘que inventen ellos’. Pero ella tiene pese a todo suerte: es inglesa, y aquí muchos viven de sus compatriotas que vienen a tostarse al sol y que si escuchan malas noticias se van a Chipre. Llamada al servicio consular, periódicos, genuflexión de la consejería de educación, Guardia Civil…

¿Y España pretende (ja, ja) que los gibraltareños quieran ser españoles?

jueves, 23 de diciembre de 2010

> No

Si me siguen ya sabrán que soy algo raro. Por tanto y por congruencia, no les voy a felicitar las navidades. Y lo diré con todas las palabras: no me gustan.

Su banco seguro que se las felicita (salvo que esté en su lista de morosos), El Corte Inglés le habrá enviado su tarjeta de navidad, los centros comerciales wherever acariciarán sus oídos con dulzones villancicos mientras piensan en sus carteras, los Técnicos de Mantenimiento Urbano (antes basureros) llamarán a su puerta por única vez en el año para pedirle el aguinaldo.

Yo no les vendo nada ni les pido nada (en realidad sí, lo que pasa es que no les cobro). Ni tan siquiera les conozco salvo por sus escasos comentarios (ellos tampoco les conocen, no crean, aunque tengan todos sus datos).

Agradecería, por la novedad, no que alguien no me felicitara las navidades (¡qué mala educación!), sino que alguien se acordara de mí para no felicitármelas.

lunes, 20 de diciembre de 2010

> Viaje a Colombia y Ecuador, 1995 (VIII)

Como ayer estuvimos comentando las cien mejores películas de la cinematografía mundial hasta altas horas de la noche, hoy nos hemos levantado a las nueve, después de hora y media de haraganear. Cogemos un autobús que tarda sólo cuarenta y cinco minutos en llegar a Cotacachi. Visitamos un mercado muy colorista, con gran cantidad de indígenas; luego nos acercamos en ranchera a la laguna Cuicocha, en cuyo centro hay tres islas.

El sitio es bastante bonito, a 3.500 metros de altura y a la sombra del volcán del mismo nombre. La laguna es el cráter anegado por las aguas. Subimos por la ladera para hacer algunas fotos y nos encontramos con una inglesa que viaja sola, y con una pareja de catalanes que están dándole la vuelta al lago (cuatro horas). Nosotros no estamos para tales proezas, así que después de media hora de caminata paramos a hacer fotos y media vuelta. Buscando un medio para regresar nos encontramos con Marisol, de Tarragona, que lleva mes y medio en Ecuador, sola, conociendo el país. Es una fuente de información sobre la Amazonia y la costa; es muy suelta y sabe moverse. Damos una vuelta de veinte minutos en canoa por el lago y conocemos a una familia ecuatoriana de Cuenca muy amable, con una hija de trece años que es un sol de simpatía: charlamos un poco, nos preguntan por España y parece que arden en deseos de conocerla: no sé si por cumplir, pero nos dicen que nuestro acento es muy bonito...

Regresamos a Cotacachi con la catalana en la parte descubierta de una ranchera (ella dentro, con el conductor, que en realidad es maestro pero se ve obligado a complementar sus escasos ingresos). En el pueblo comemos los tres un plato de carne colorada (se llama así por la especia que le echan, achote) que es lo típico de la zona, con aguacate, maíz tostado, maíz hervido y patatas asadas. Marisol nos recomienda visitar las Galápagos (ocho días en barco por las islas en pensión completa más avión le sale por mil dólares, aunque a los ecuatorianos les sale por menos de la mitad) y la zona del Oriente, en la Amazonia (el calor y los mosquitos nos hacen dudar, así como la costumbre de comer gusanos vivos). Luego damos un paseo por el pueblo, que es más bonito que Ibarra, con una bonita plaza central y multitud de tiendas de cuero especializadas en artículos de calidad. Visitamos una galería de artesanía que tiene unos precios casi ridículos. Como ella se aloja en el pueblo nos despedimos para coger el bus de regreso a Ibarra.

Nos acercamos al tren para ver si hay novedades, y allí nos encontramos con una masa de españoles de Zaragoza, Durango y Valladolid que pretenden hacer lo mismo que nosotros. Están esperando a que den más información, porque parece que no hay tren. Nosotros al rato nos vamos al hotel para afeitarnos, ducharnos y comprar agua para el viaje de mañana y cosas para el desayuno en la suposición que el tren sale a las seis y media. Al cabo llegan los españoles como un solo hombre: no hay tren, les han dicho. No nos fiamos, así que como la zona de la estación está a oscuras por los apagones que hay todas las noches, compramos una caja de cerillas y pese a que el tendero nos recomienda no ir por allí porque "hay malandrines", nos metemos en la estación a oscuras y encendiendo cerillas conseguimos ver una hoja escrita a máquina que dice que el lunes catorce no hay trayecto a San Lorenzo por falta de máquina (la niña del hotel nos había asegurado que sí había). Desilusionados volvemos al hotel, pagamos la cuenta, nos dan la ropa limpia que habíamos entregado y nos vamos a la cama. Plan "B" para mañana.

Teníamos pensado levantarnos a las seis para ver si después de todo había tren; en lugar de eso nos hemos levantado una hora más tarde porque no hemos oído el despertador. En la estación no hay ningún tren, ni visos de que alguna vez haya habido alguno circulando por estos raíles, y nos dicen que hay derrumbes en las vías y que por lo menos tardarán una semana en despejarla.

A las ocho abordamos el autobús a Quito, que tarda dos horas. Cogemos un taxi y nos vamos derechos al Hotel Gran Casino, en la calle 24 de mayo, que en esta zona es más que dudosa, con prostitutas muy orondas de ajustados pantalones fosforescentes sentadas en los escalones de las puertas y sus chulos revoloteando ociosos alrededor. La habitación es la más deprimente de las que hemos visto hasta ahora, pero nos da el punto y aceptamos. Cogemos otro taxi que nos lleva a la estación de tren, vacía, destartalada, donde hay una sola locomotora que funciona con petróleo, del año mil. Intentamos preguntar algo, pero no hay absolutamente nadie. Un cartel informa que los sábados y domingos hay tren turístico a Cotopaxi y a Ambato (los turistas pagan diez veces más y en dólares). Seguimos haciendo indagaciones y nos topamos con un telegrafista del siglo XIX, con el pulsador tipo Morse, que nos dice que hablemos con el jefe de estación. Éste no está, y cuando al rato llega, entre muchas dudas, nos dice que vengamos a las cuatro de la tarde para ver si sale un tren de madrugada. No quería hacer una broma preguntando si tenían teléfono.

Volvemos a la ciudad y comemos en una chifa (restaurante chino) una comida cara y nada buena, aunque se agradece que sea sin arroz. A las cuatro y media vamos en otro taxi al ferrocarril, que está en la otra punta de la ciudad y es desconocido por varios taxistas a los que preguntamos. No está el jefe de estación, pero el maquinista nos dice que a las cuatro de la madrugada va a salir para remolcar la locomotora que vimos por la mañana, y que por lo tanto el viaje hasta Ambato puede durar unas quince horas (normalmente son siete). Que si queremos, a las cuatro, que no hace falta comprar billetes.

Al regresar al hotel vemos un accidente: un camión se ha quedado sin frenos en una cuesta abajo, y un bus que había delante lo ha ido frenando; en la maniobra parece que le han pillado las piernas a varias señoras, los del autobús han salido despavoridos y el camión se ha empotrado en el bus.

A las siete ya estamos en la cama. Hay que madrugar. Hoy ha sido el día más lacónico del viaje, no habremos cruzado más de cincuenta frases. No sé por qué, quizá porque Quito es una ciudad horrible, fea, muy contaminada, con un tráfico caótico y una gran miseria en las calles. Todo está en cuesta, todo ruinoso. Hay alguna plaza que en su día debió ser bonita, pero que hoy sólo es un recuerdo. El psiquiátrico está junto a la cárcel, mejor ni hablar. Una segunda Bogotá con intereses de demora.

Aquí los gobernantes, cuando hacen algo, se preocupan de recordar bajo qué mandato se hizo: obras en el campo de fútbol de Ibarra ("Sixto cumple", de Sixto Durán Ballén, el presidente de la República); que si el trolebús, tal lo ha hecho; que si el edificio para cual, lo hizo el prefecto de Imbabura, Mejía Montesdeoca, etc.

Todas las noches hay apagones de luz en algunos barrios de las grandes ciudades, en las pequeñas todos los barrios se quedan sin luz; parece que falta electricidad por la sequía, y los periódicos están muy preocupados por ello, así como por los cárteles colombianos que se están trasladando a Ecuador. Venden discos de Joan Manuel Serrat, Víctor Manuel, Marta Sánchez... son conocidos y apreciado al menos el primero (salió ayer por televisión). Hoy han dado por la radio la noticia del intento de atentado al Rey de España; le han dedicado cinco minutos. A los nombres de los presidentes de la República se les antepone su titulación (Ingeniero, Arquitecto...). Aquí también está muy alborotada la clase política por escándalos de corrupción; en este caso las sospechas recaen en el vicepresidente Dahic. Al mes de regresar a España, sale en la prensa que el tal prohombre ha huido del país y pedido asilo político.

jueves, 16 de diciembre de 2010

> Wikileaks

Empezaré diciendo que creo que a los fundadores de Wikileaks habría que hacerles un monumento, tanto por su brillante idea como por la gestión.

Una vez dicho esto no voy a aburrirles con los pormenores que seguro todos ustedes saben. Sólo dos reflexiones.

La primera, que casi todas las cosas que han salido a la luz ya se sabían, pero que ahora las tenemos en documentos oficiales que nadie ha tildado de falsos. Y sin embargo nadie ha dimitido, nadie se ha sonrojado en público. Como si tal cosa, como si nada: yo a lo mío y no admito preguntas. Esta falta de pudor y de asunción de responsabilidades es lo peor, lo que no es perdonable. ¡Ah, cuando la razón de estado intenta justificar la incompetencia, los intereses privados o simplemente la estupidez!

La segunda reflexión germina de la Pimpinela Escarlata que todos llevamos dentro. Al poco de la detención de Julian Assange, un grupo de saboteadores bloquearon las páginas web de la fiscalía sueca, paypal, mastercard y un banco suizo que a su vez había bloqueado los fondos de Julian Assange. Aunque sólo se quede ahí y no pueda decir que sea una señal de esperanza.

Los boicoteadores se muestran con la máscara del protagonista de la película “’V’ de Vendetta”, qué apropiado. Una vez más la realidad supera la ficción.

jueves, 9 de diciembre de 2010

> Más sobre funcionarios

Hace unas semanas hablé de los funcionarios y arreciaron los comentarios. Hoy volveré sobre mis pasos a raíz del plante de controladores aéreos del pasado día tres. Para aquellos lectores que no estén al tanto del día a día de España, les diré que el pasado viernes por la tarde los controladores aéreos decidieron por sorpresa no acudir a sus puestos de trabajo alegando enfermedad: estaban airados por un reglamento que el gobierno había aprobado por la mañana. Ese día se iniciaba un periodo de vacaciones de cinco días que muchos pretendían aprovechar para viajar. Algunos dicen que fueron más de medio millón de personas las afectadas, y se tuvo que cerrar el espacio aéreo español durante veinticuatro horas.

Los controladores son funcionarios, y el gobierno promulgó el estado de alarma nacional para que éstos pasasen a control militar y tuvieran que volver al trabajo bajo la amenaza de aplicarles las severas penas que el Código de Justicia Militar tiene reservadas para la desobediencia. El estado de alarma es el primero de los tres escalones que culminan en el estado de sitio, y no parece que el gobierno tuviera otra opción para obligar a cumplir con su obligación a estos funcionarios. Muy triste, tú.

Bien es cierto que si en vez de controladores aéreos hubieran sido secretarios judiciales, nadie hubiera notado nada y no se hubieran molestado en convocar un consejo de ministros extraordinario para decretar el estado de alarma. Los controladores son necesarios; los secretarios judiciales, contingentes.

Este tipo de bochornos se los pueden permitir EE.UU. o Francia, pero no un país como España permanentemente en la línea de separación. Imaginen las cancelaciones de hotel, los restaurantes vacíos, la imagen ante los turistas extranjeros, las vacaciones rotas, el dinero tirado por la borda en beneficio de nadie. Parece que el gobierno no tiene otra forma para obligar a estos funcionarios a que trabajen que prolongando el estado de alarma.

Coda: un televidente llamó por teléfono para participar. Dijo que se imaginaran que el presentador del programa se levantara de su asiento y se fuera dejando la silla vacía, ¿qué le ocurriría? Al presentador se le escapó un ‘prefiero no imaginarlo’. Pues eso.

lunes, 6 de diciembre de 2010

> Mola mazo

Vagueaba pasando de canal en canal y recalé un rato en la cadena MTV en español. Era algo parecido a un documental, un biopic, con la historia real de una chica estadounidense embarazada con dieciséis años.

Los padres de ella, al principio, se enfadaron, pero luego entraron en razón y como para expiar su culpa decidieron acoger también al padre, un quinceañero con acné pegado a un móvil sin oficio ni beneficio pero con la gorra de béisbol puesta a sol y a sombra.

No pasaba nada malo. Todo era apoyo, vida fácil, ninguna consecuencia negativa. Si había algún mínimo contratiempo, en seguida acababa con un abrazo. La chica comentaba el móvil que le habían regalado, cómo iba la decoración de la habitación del futuro bebé, la zozobra porque la cunita que encargaron no llegaba… La conclusión que yo sacaría si fuera una adolescente que estuviera viendo el programa es que para qué voy a tomar medidas anticonceptivas, si me espera esta vida tan cómoda y reluciente. En resumen, lo de siempre: hagas lo que hagas nunca te pasará nada (malo).

jueves, 2 de diciembre de 2010

> Viaje a Colombia y Ecuador, 1995 (VII)

Se supone que deberíamos haber cogido el autobús de las siete para Ipiales; pero no, y no ha sido por quedarnos dormidos, sino durmiendo.

El paisaje a Ipiales es realmente muy bonito, con unas montañas impresionantes, a ratos bastante secas. Hay un tramo de varios kilómetros, unos cincuenta antes de Pasto, donde nos dice el conductor que la gente es muy pobre: efectivamente vemos en los arcenes a ancianos y niños con la mano extendida hacia los automovilistas; ninguno para. Llegan a poner una cuerda de trapo de lado a lado de la carretera, y cuando faltan veinte metros para que la cruce el vehículo la levantan a la altura del conductor para que éste se asuste y frene; el nuestro ya se sabía el truco y aceleró.

Pasamos por Pasto, capital del departamento de Nariño, muy alta y fría, cuyo aeropuerto está sólo a treinta y seis kilómetros de la ciudad, para compensar el hecho de que la terminal de autobuses está sólo en las afueras del casco urbano. No tiene mucho encanto, y sí el caos de una ciudad grande. El plato típico es el cuy o curí, un roedor asado que tenemos intención de probar en cuanto podamos.

El conductor es dicharachero, para el común colombiano; los comentarios enseguida se amplían al resto del autobús: no saben que en España se habla español, piensan que también hay cafetales, inglés y dólares. Como saben que los españoles dominaron estas tierras supongo que explican el hecho de que ellos hablen español por un secular atraso o porque piensan que les cambiamos el oro por un lenguaje de quincallería que nos sobraba. Dicen que en Ecuador no caen bien los colombianos, y menos aún los peruanos. El conductor nos dice que el ejército tiene miedo a la guerrilla, y mientras puede evitarla la evita, aunque haciendo el paripé. Aquí en la zona sur del país hay petróleo, y nos enseñan al paso el oleoducto por el que dicen que lo llevan en bruto a Tumaco, en la costa, para embarcarlo a Estados Unidos, refinarlo y vendérselo de nuevo a Colombia mucho más caro.

Llegamos a Ipiales a las cuatro y cambiamos dinero (70$=170.000 sucres) a un cambista de la calle. Un taxi nos lleva a la frontera junto con un indígena ecuatoriano que viajaba en la furgoneta, al que ayudamos a llevar un saco. Pasamos las dos fronteras y nadie nos dice nada, pero como creemos que es importante tener los sellos en el pasaporte, damos la vuelta al puesto colombiano, donde nos dan un sellito de papel. Cruzamos de nuevo el puente internacional sobre el río Rumichaca, y un policía-proxeneta ecuatoriano, con botas negras de punta y bandera norteamericana en la guerrera, nos para y pide pasaportes, de dónde venimos, a dónde vamos y qué llevábamos en el saco que antes habíamos llevado con el indígena. Le decimos que no lo sabemos porque no era nuestro; él insiste en que el indígena le ha dicho que el saco nos pertenecía. Mantenemos la mirada cinco segundos, me hace abrir el bolso y ojea el seguro de viaje, sin entender nada. Nos deja pasar, sin levantarse siquiera del poyete sobre el puente, con las piernas colgando. Al otro lado sellamos en Ecuador, con un policía-militar del mismo estilo.

Cogemos un colectivo a Tulcán muy barato (s/ 2.000). Allí comemos un poco de pollo con arroz después de esquivar a los vendedores de billetes de bus; mientras, por la radio Víctor Manuel y Ana Belén cantan La Puerta de Alcalá.

A las cinco y cuarto salimos para Ibarra. La carretera es bastante buena para lo que estamos acostumbrados. Las cosas parecen mejor hechas aquí, aunque tampoco hay que exagerar. El elemento indígena es mucho más acusado; también hay algún representante de las negritudes. Llegamos a las siete y media, y un taxi nos lleva al hotel Imbabura, que aunque muy barato nos parece muy cutre pese al ambiente internacional que lo habita; en realidad no soporto ver un estanque con patos de plástico. Anduvimos un rato a oscuras y al final nos acomodamos en el Hotel Madrid, que está bien aunque carísimo (s/ 35.000) para este nivel de vida. Salimos a cenar como reyes: un filete con arroz, cervezas de medio litro para cada uno y papaya (fruta anaranjada, bastante sosa, con textura entre plátano y melón). Estos precios nos hacen barruntar que el viaje se empieza a animar, y sonreímos satisfechos mientras con gesto prepotente apuramos nuestros botellones de cerveza Pilsen de medio litro.

Reflexión antes de dormir: ¿sería gaseosa, tal cual nos dijo, lo que llevaba el indio en el saco? A la vista del fajo de pesos que cambió, sospechamos que no.

Nos hemos levantado como nuevos. Desayunamos huevos fritos, café, zumo y pan. Los bancos están abiertos, pero sólo cambian de lunes a viernes; parecen bastante modernos y la gente es afable. En una casa de cambios nos pagan 2.552 sucres por dólar, por lo que cambio 250$ y Carlos 150$: ¡tenemos más de un millón de sucres! Nos dicen que el salario mínimo son s/ 100.000 (5.000 pesetas). Ecuador es muy barato, pero para ellos debe ser carísimo.

El pueblo, que no tiene mucho que ofrecer, es un estilo a Popayán, con sus casas blancas de uno o dos pisos, su estructura ortogonal, las iglesias reconstruidas a lo moderno por los terremotos... Lo curioso del pueblo lo constituyen las pintadas; he aquí un florilegio: "Talco: el único polvo que se echa con la mano y no es paja", "Bebo para olvidar las penas, pero las desgraciadas salen nadando", "El patriotismo no se pinta en la pared", "Si el estudio da frutos, que estudien los árboles", "Un Dios invisible derrama su polen sobre un turbio territorio de desiertos mentales", "La idea del suicidio me está matando", "Haga patria: denuncie a los peruanos".

Vamos a la estación de tren para informarnos: cuando llegamos aún no está abierta, y a las dos horas, cuando regresamos, ya había cerrado. Un señor muy amable nos dice que con estar el lunes a las seis allí, se puede sacar billete. Damos otro paseíto por la ciudad más por deber que por convicción. Almorzamos una cerveza y churrasco acompañado de carne, arroz, papas, dos huevos y rábanos. Aquí en hoteles y restaurantes atienden niños, y además muy jóvenes.

lunes, 29 de noviembre de 2010

> Avance informativo

El pasado viernes, a las nueve menos diecisiete minutos de la tarde, interrumpieron la programación de CNN+ para dar una noticia supuestamente urgente: al presidente de EE.UU. Barack Obama le habían tenido que dar doce puntos de sutura por un codazo que le propinaron en un partido de baloncesto. En esta frase que acabo de escribir está toda la información que había en ese momento, más dos fotos del presidente dirigiéndose por su propio pie al coche oficial. Repitieron la frase por activa y por pasiva, intervino el corresponsal en Washington para repetir exactamente lo que ya había dicho el locutor… así consiguieron rellenar este pavo de Acción de Gracias con quince minutos de antena. Sólo les faltó contar del uno al doce como en Barrio Sésamo.

Esto es sólo una anécdota. Pero lo que revela son varias cosas, por ejemplo: la banalización de la información y la primacía de la contención del gasto. Esta noticia no justifica que se interrumpa una programación para darla, porque es irrelevante, anecdótica, casi de cotilleo. El entretenimiento sobre la información. Y además revela el interés de las cadenas por rellenar tiempo de programación a un coste muy bajo.

Cuando parece que la vida actual va a una velocidad de vértigo y los soportes de comunicación (no necesariamente de información) transmiten de todo a la vez, nos damos cuenta de que la botella es infinita, pero el vino limitado y hay muchos invitados. Como no podemos, ay, convertir el agua en vino, sirvamos calimocho.

jueves, 25 de noviembre de 2010

> El último suspiro

El gobierno de España anunció hace unos días que iba a enviar al Parlamento una ley de muerte digna para evitar sufrimientos innecesarios a los moribundos. Por suerte no es mi caso ni espero estar en esa situación próximamente, y sin duda los toros se ven más fáciles desde la barrera. Pero llegado el día no sé si agradecería acogerme a esta ley.

Si me estoy muriendo y mi fin está próximo (horas, pocos días), el padecimiento será la última experiencia que voy a tener de este mundo, y quisiera enterarme y ser consciente de mi final, no boquear el tránsito adormilado por calmantes, no perderme ese último yo: tiempo eterno tendré de descansar en paz.

Además quisiera morirme con ganas. Me espanta que en mis últimos momentos me asalte la idea de que muero sin haber vivido lo suficiente, y ya que esto no podré evitarlo entonces, al menos que el dolor me haga deshacerme de tan estéril idea y abrazar la muerte como una redención.

< Cita eliminada >

lunes, 22 de noviembre de 2010

< Con palabras: El precio de la inmortalidad

Este coche no ha sufrido un accidente. De hecho, ni tan siquiera estaba circulando. Descansaba confiado en una calle y alguien lo robó, y solo o en compañía de otros lo desvalijaron en un naranjal cerca de la ciudad.

En realidad, lo único que le quitaron fue el radiocasete, si es que queda aún alguno instalado en un coche. El motor no lo tocaron, eran rateros sin infraestructura; las ruedas tampoco, porque no tenían otro coche con el que llevárselas. Tampoco arramblaron con los asientos o con los accesorios por estas mismas razones.

Lo que sí hicieron fue incendiarlo como se ve tantas veces en las películas de pandilleros. Y lo hicieron por el simple (es cuestión de gustos) por el simple placer de verlo arder e imaginarse haciendo lo mismo en el cauce seco de Los Ángeles. Incendiaron un coche por un radiocasete y un minuto de inmortalidad.

jueves, 18 de noviembre de 2010

> “Gracias por haber venido”

Por suerte, como éste es un ‘blog’ anónimo, puedo permitirme ciertos lujos y que me sigan invitando a fiestas.

Puede que sea un sesgo de mi nicho ecológico, pero a todas las fiestas a las que asisto en los últimos años los invitados no dejan de estar inquietos hasta que se marchan. Supongo que asisten por hacerles el favor a la pareja, o por responsabilidad de padres, o por negocios o para que no les bajen del estatus de ‘visibles’.

Las fiestas, así, son brevísimas. Tampoco se come ni se bebe más allá de un bocado, pero si falta avituallamiento se genera un nuevo tema de conversación en cuchicheos y confidencialidades.

Con la excusa del conducir, se soslayan con facilidad las copas, y ya casi tiene uno el pie fuera. A estas alturas, supongo o me temo, ya está casi todo dicho y no esperamos más de una fiesta que el placer que nos produce llegar a casa poco antes de la película, ponernos las zapatillas, tumbarnos en el sofá y darle al mando de la pantalla de plasma.

En las fiestas los anfitriones educados, cuando despiden a un invitado, dicen ‘gracias por haber venido’. No es sólo finezza, es que es realmente un esfuerzo moverse de casa.

lunes, 15 de noviembre de 2010

> Viaje a Colombia y Ecuador, 1995 (VI)

Después de pasar una noche accidentada aunque no del todo mala, llegamos a las siete y media a Popayán. El pueblo es agradable pero no tiene nada de espectacular: casas coloniales con preciosos y frescos patios interiores, sobrios exteriores y encalados relucientes. Como todas las ciudades coloniales, tiene estructura ortogonal. Hay varias iglesias, pero todas severas y muy reconstruidas a causa de los terremotos que periódicamente asolan la ciudad. Ningún edificio sobrepasa las dos plantas.

La invariante del país es el cambio de divisas. Imposible cambiar dólares o cheques de viaje en bancos, así que vamos a un cambista en una tienda de ropa. Don Salvador es un terrateniente blanco reconvertido a la necesidad, que nos recibe en su rancio despacho del segundo piso; la tasa es de 840 pesos por dólar y cambiamos 150 dólares.

El clima aquí es estupendo, no se suda nada. Vamos a comer a "La oficina", donde nos sirve una mucama vestida de verde: bandeja paisa para mí (filete, arroz, banana frita, frijoles y huevo) y chorizo para Carlos. Como todo está cerrado hasta las dos, lógicamente nos retiramos a echar la siesta hasta las tres. Después del descanso y de muchas vueltas vagamos por la ciudad hasta la cena, que consiste en una bandeja con pollo y jugo de maracuyá. Damos otra vuelta a las siete de la noche: es un pueblo muy tranquilo.

Los colombianos tienen la feísima costumbre de botar todos los desperdicios a la calle, nada de guardarlos para las casi inexistentes papeleras. Tienen sin embargo una idea muy optimista del progreso, de la civilización, la República, el esfuerzo personal; son optimistas por convicción, no por corazón: se les nota tristes en lo hondo, como presintiendo.

Las carreteras de peaje son abundantes; no tienen nada de especial, no son mejores que las otras, pero hay que pagar. El dinero recaudado nos dicen que sirve para labores de mantenimiento, pero los conductores mantienen que se los quedan entre unos y otros. Nos sorprende que en todos los puestos de cobro adviertan que no se admiten billetes vallenatos (falsos).

Un aldeano nos ha dicho que Mompós es un pueblito bellísimo; esto me ha dado qué pensar, puesto que he estado en Mompós. No sé qué concepto de belleza tendrá el aldeano, pero a Mompós yo lo calificaría de interesante, misterioso, perdido, ruinoso... cualquier cosa menos bonito. Cuando alguien nos dice que una ciudad es bella o bonita no se nos ocurre pensar por qué es bella o qué entiende nuestro interlocutor por tal, tan sólo deseamos verla; si le hiciéramos antes unas cuantas preguntas nos evitaríamos no pocas decepciones y kilómetros, y no hablo por el caso concreto de Mompós, que no es bonito pero sí interesante.

Pero volvamos al jurásico. Nos hemos levantado temprano, y mientras nos despedíamos de la Casa Suiza con un tintico en los labios hemos departido con la recepcionista lo cara que es aquí la vida comparada con los salarios, la impresión de Colombia en España (narcotráfico y café)… Luego hemos desayunado más fuerte y nos hemos trasladado a La Casa Grande, más barata y mejor.

Cogemos a las nueve un bus que tarda una hora en llegar a Coconuco; nos deja en un cruce de caminos y empezamos a andar cuesta arriba unos tres kilómetros. Al final, perdidas todas las esperanzas, llegamos a las piscinas sulfurosas cuando ya creía que a lo más encontraríamos una charca. Fue una mañana sin pretensiones pero muy agradable. Las instalaciones, nada pretenciosas y en obras, constan de una piscina grande de agua caliente sulfurosa, otra más pequeña y aún más caliente, una zona por donde pasa a 90º (que sólo se usa para cocer huevos) y dos chorros fríos de agua ferruginosa. Pasamos como unas dos horas departiendo amablemente con un enjuto aldeano de Cali, que nos informa de muchas cosas, entre ellas que la piscina está regentada por el cabildo indígena, controlado por la guerrilla, que es activa en toda la zona sur del país; también nos dice que se acaba de separar de su mujer y que por eso está aquí de relax hasta que se vaya a Cali a emplearse con un pariente en una fábrica de pulpa de fruta. Hablamos también con una colombiana y su muy buena hija que viven en Santa Mónica, California, y están pasando unos días aquí de paseo, con chófer incluido. La madre estuvo estudiando en España; la hija habla perfectamente inglés y español, y es diseñadora de modas; se quiere ir a España a probar suerte, y no sabe si Barcelona o Madrid.

Decidimos volver a Coconuco andando, y el caleño se nos ofrece a acompañarnos y no para de hablar durante toda la hora. Como no llevamos protección solar, nos socarramos el cuello y los brazos. Al llegar al pueblo nos dice que vive con unos amigos y lo echa todo a perder pidiéndonos dinero para regresar a Cali. Le decimos que no. Se despide cordial pero triste. Entramos en una casa de comidas y nos encontramos con las americanas, el chófer y un tipo viejo que va con ellas y al que le patina la cabeza. Comemos más o menos con ellos comentando cosas sobre España, los conquistadores, lo sucios que son los colombianos porque todo lo botan al suelo... Nos despedimos muy cordialmente, pero no son ni para decirnos si nos llevan a Popayán en su flamante 4x4.

Una señora del pueblo vende los billetes a Popayán en el recibidor de su casa, y es la primera persona que nos reconoce como españoles sólo por el acento. Pegamos la hebra con ella, muy agradable, sobre los temas a los que Carlos lleva abono: lo cara que es la vida en comparación con los salarios, cuándo es el invierno (noviembre), las doce horas que tarda el avión en llegar, la población del pueblo y sus dimensiones... Ella nos explica que el terremoto de 1983 afectó sólo a Popayán porque está situada sobre una laguna desecada y los edificios eran antiguos y de ladrillo. El bus de vuelta no es tal, sino una ranchera del año mil con cuatro filas de asientos; es un auténtico cascajo desvencijado que parece que se va a romper en cada uno de los millones de baches de la carretera y a veces pista. Carlos traba conversación con otro joven, y al decirle que no le importaría quedarse aquí una temporada todos los pasajeros, conductor incluido, que no daban muestras de escuchar la conversación, se rebulleron en sus asientos y rieron quedo. A mitad de camino una patrulla del ejército nos cachea y nos pide los pasaportes; después de haberlos leído (?) nos someten a un sagaz interrogatorio: de qué país somos, a dónde vamos, de dónde venimos...

La habitación del hotel Casa Grande es magnífica; los dos esperamos que mañana se confirme el precio de 15.000 pesos, que nos parece bajo para tanta comodidad y limpieza. Nos duchamos y salimos a cenar un churrasco para los dos y un batido de piña y otro de guayaba , excesivamente dulce. Escuchamos al paso que la guerrilla ha tomado el pueblo de Miraflores y ha habido varios muertos: la población y el ejército huye despavorida. El país se encuentra desde hace días en el estado jurídico de conmoción interior. Dos meses después el Tribunal Supremo derogó la medida al considerar que la violencia en Colombia no es puntual, sino endémica.

jueves, 11 de noviembre de 2010

> Benedicto XVI, 0 – Lady Gaga, 1

He oído este fin de semana, y a lo mejor es cierto, que la visita del Papa tenía una audiencia potencial de 200 millones. Luego escuché que los premios que la cadena MTV celebró en Madrid tenían una audiencia de 600 millones. Si fuera un partido de fútbol, y eso es lo que es, sería ganar por goleada.

Los papeles de ambos espectáculos estaban cambiados. El Papa, pretendido heredero del humilde pescador Pedro, trajo consigo pantallas gigantes, papamóvil, escenarios grandilocuentes y merchandising empalagoso. Casi lo mismo trajo la MTV, con la diferencia de que había más luz y no gozaron de las deferencias de los poderes públicos. Es más (o menos), mayor mérito místico tuvieron los premios de la MTV, cuya protagonista, Lady Gaga, ganó sin ni tan siquiera estar presente: ¡transustanciada!

Nadie protestó por lo de la MTV, sí por la visita del Papa. Eva Longoria gritó ‘Viva España’ y se disfrazó de jamón ibérico; el Papa dijo en el avión justo antes de aterrizar (cuando ya estaban vendidas todas las entradas) que el actual panorama del laicismo español recordaba al de los años 30: ya saben, quema de conventos, guerra civil…

Cuando voy de visita a una casa que no es la mía, llevo una botella de vino, no se me ocurre aludir al mal gusto de la decoración de las paredes, sobre todo si yo mismo he contribuido a pintarla.

lunes, 8 de noviembre de 2010

> “Nuestro más sentido pésame a la familia”

Lo vi y lo escuché en el programa que presenta García Siñeriz en Cuatro por las mañanas, pero lo podía haber visto en cualquier otra cadena, con cualquier otra presentadora.

Había fallecido un productor teatral, exmarido de una popular actriz. La presentadora dijo “nuestro más sentido pésame a la familia” y pasó sin solución de continuidad a comentar divertida la siguiente información, trivial a más no poder: Tom Cruise haciendo de hombre araña.

Todo es mentira. Si alguien da un pésame, lo mínimo que se le debe exigir es la contrición, no la banalidad. Y tampoco entiendo, salvo por el aprecio al espectáculo, que den públicamente el pésame a una familia que seguro no está viendo la televisión en esos momentos. Si somos extremadamente generosos e ingenuos podemos pensar que lo hacen por quedar bien, pero que a poco que se piense degradan el medio ambiente. Y a fuerza de quedar todos tan mal, se ha convertido en un tópico que todos repiten como papagayos y que la audiencia acepta con la boca abierta y los ojos cerrados.

jueves, 4 de noviembre de 2010

> Viaje a Colombia y Ecuador, 1995 (V)

Me he duchado con agua helada: no había otra. Hemos ido a desayunar a una tienda de bollos y pedimos dos vasos de mazote, leche agria con sabor a engrudo: Carlos se toma el suyo y el mío y sostiene que está muy bueno. Trabamos conversación con la tendera, Claudia, una chica vivaracha. No tiene ni idea de geografía (piensa que Buenos Aires es la capital de España) ni muestra gran interés por la madre patria -sí por Francia-, sólo se lamenta de todo lo que nos dieron allí y lo mal que nos portamos con ellos. Dieron no, rectifica Carlos, tomamos. Mientras hablamos con ella van cayendo cucarachitas al suelo desde las paredes. Por cierto, nunca pregunten el número de habitantes de un lugar salvo que quieran material para un relato de ciencia-ficción.

Compramos un sobre de detergente y lavamos la ropa en una pila del hostal con gran trabajo y trasiego de aguas. Pero la necesidad era incuestionable, sobre todo moral después de que le preguntáramos a la dueña si había algún sitio donde lavaran la ropa y ella nos contestara que por qué no la podíamos lavar nosotros mismos.

En la estación cogemos un minibús a Villa de Leyva que tarda una hora. Son cuarenta kilómetros de curvas, subidas y bajadas por grandes masas de montaña. Villa de Leyva es una ciudad colonial sosa orientada al turismo; lo que no me explico cómo viene tanta gente a verla y la ponen tan bien. Ya digo, cuatro cortijadas. Hay muchos fósiles en esta zona, con interesantes pliegues de carbón. En media hora está recorrida. Nos tomamos unos jugos de feijoa y de guanábana. Hoy no estoy nada hablador, y pese a haber dormido bastantes horas tengo sensación de sueño, quizá por la altura; menos mal que Carlos, pese a la tos que tiene, anima el día. Cogemos un taxi de vuelta que nos cuesta lo mismo pero que sólo sale cuando está lleno (seis pasajeros); es un Chrysler grande y antiguo de esos que andan porque existe un Dios.

Llegamos a Tunja a las dos de la tarde y yo digo de ir a La Pila del Mono, el restaurante más "in". Carlos no dice que no, así que vamos. Pedimos a la carta una trucha al ajillo, dos platos de huevos de codorniz, crema de espárragos dos cervezas y un café solo; el servicio bastante bueno y esmerado. Agradezco haber cambiado el menú de todos los días. A Carlos no le hace gracia este tipo de sitios, lo que nos lleva a un escarceo dialéctico, irónico, sobre los trabajos de cada uno; supongo que asocia mi trabajo, el traje de chaqueta y corbata, a lugares de quince mil pesos. Yo es que no tengo prejuicios.

Al salir nos topamos con un entierro: el féretro lo portan a mano varios señores, seguidos de la comitiva de rigor; por último, un taxi destartalado lleva a los desconsolados deudos algo apiñados (cinco en el asiento posterior). Les acompañamos calle abajo hasta que entran en una iglesia. Nos damos dos vueltas más por el pueblo para comprobar que no tiene mucho que ver, salvo la plaza mayor (de Simón Bolívar, cómo no) y las gentes con un pequeño poncho sobre los hombros. Volvemos a la pensión y volvemos a salir para cenar sobre las siete. Hace bastante frío. La ciudad parece como del altiplano; en realidad nunca he visto una ciudad del altiplano, pero lo parece.

El sitio donde íbamos a tomar una cesta de frutas está cerrado (aquí es festivo: algo así como la independencia de la ciudad), así que nos vamos a una cafetería cercana donde nos tomamos una Postobon de naranja, ya que no tienen otra cosa: parece que cafetería y no tener otra cosa son sinónimos. Con el estómago vacío compramos unas galletas saladas y volvemos al hostal. A las ocho, en la cama. Estamos un par de horas hablando sobre el famoso tema ¿qué harías tú si tu mujer...?: cosas de solteros o de casados maliciosos.

Al día siguiente salimos de Tunja en autobús. Tres horas más tarde llegamos a la caótica, extensa, muy contaminada, traficada Santa Fe de Bogotá: es difícil imaginar una ciudad más fea y deslavazada. La estación, como siempre, está a años luz del centro; la terminal es vastísima, pero muy eficiente.

Dejamos el equipaje en consigna y cogemos un taxi al Museo de Oro que está a media hora de trayecto en un edificio del Banco de la República en el centro de la ciudad. El museo no está mal, con muchos guardias muy armados pero pocos sensores electrónicos. Cualquier día de éstos unos norteamericanos arriesgados lo robarán. Sierra Nevada de Sta. Marta, muisca (zona de Tunja), Nariño, valle del Cauca (zona de Popayán)... Casi todos sus fondos son piezas de oro, y se explica bastante bien su utilidad y cómo se fabricaron.

El enclave de Bogotá es muy bonito, entre grandes montañas cubiertas de bosques, no así la ciudad. Conserva algunas casas coloniales, pero mal cuidadas y salpicadas de edificios modernos feísimos. Hay mucha gente con traje de chaqueta y corbata por el centro, pero al estilo de los años cincuenta. En la ubicua Plaza de Bolívar hay un festival ("Crea Colombia", y el presentador anima a que el público repita "¡Crea en Colombia!", todo un artículo de fe), justo al lado del Parlamento: creo que lo han puesto allí para que impida las deliberaciones de los voceros de la patria. Una cuadra más abajo la calle está tomada por soldados: es el Palacio Presidencial, en donde entran y salen Mercedes y BMW con colombianos de origen europeo y sienes plateadas. El ambiente debe ser tenso, porque ayer las FARC mataron en dos atentados a catorce soldados y hubo decenas de heridos. Pasamos por la entrada y como nos detenemos unos segundos un soldado nos conmina a continuar; una señora le replica: -Tranquilo, que no les vamos a hacer nada.

Los problemas para cambiar dinero son irresolubles: de tal a tal hora, con fotocopias de tal cosa... No podemos cambiar. Almorzamos en un sitio céntrico pero nada lujoso, y aunque comemos bien nos cobran oncel mil quinientos pesos por dos sopas de pescado, un churrasco, robalo frito, dos limonadas, y como regalo de la casa un aromático y un café. Por cierto que el café en Colombia es nefasto para mi gusto: aguado a más no poder, y encima servido con pajita. Damos vueltas por la ciudad, pero no hay mucho que hacer. Empieza a oscurecer y como es la hora de salida del trabajo tardamos más de media hora en encontrar un taxi.

Después de pagar los 52.000 pesos que vale el billete a Popayán vemos con horror que sólo nos quedan 6.000 pesos, lo que nos obliga a cambiar cincuenta dólares en una zapatería de la terminal a una tasa leonina (810 pesos por dólar). Cenamos unos croissants y me sube una fiebre inoportuna que he venido incubando desde la mañana.

Cogemos a las ocho y media el bus de la compañía Expreso Bolivariano hacia Popayán. El autocar es moderno y cómodo, con dos conductores y un sobrecargo que nos da una charla de bienvenida y nos reparte un zumo, croissant y canelones de pollo calientes. Por televisión ponen vídeos musicales en castellano (por cierto que hasta ahora no hemos oído ni una sola letra en inglés) y un documental maravilloso sobre el río Negro, en el Amazonas. Luego, una película subtitulada, pero me echo a dormir. Escucho detrás de mí a una niña pequeña de Cali hablando con su padre con el tono y la expresión de voz que deben tener los ángeles: - Papi, ¿qué es una zona?

lunes, 1 de noviembre de 2010

> La mano que sale por la ventanilla

Como una tenaz invariante española, cada vez que veo sacar una mano por la ventanilla de un vehículo es para tirar algo al suelo. Unas veces es el celofán de una cajetilla de tabacos, otras la bolsa vacía de los gusanitos del niño, e incluso a veces una lata o una botella de cerveza de litro.

Un conocido no veía problema en esto: así se crean puestos de trabajo para los barrenderos, decía en serio. La calle no es de nadie, si acaso del ayuntamiento, así que…

Tan bochornoso espectáculo dio pie a los responsables de Renfe, quiero pensar, para diseñar las ventanillas de los vagones de los trenes de tal forma que no se pudieran abrir, a diferencia de los italianos, franceses o alemanes. Tal era la cochambre que se amontonaba en los arcenes, tales eran los que se sentaban en el interior.

jueves, 28 de octubre de 2010

> Leire Pajín no, pero Javier León menos

El alcalde de Valladolid estrenó el nombramiento de la nueva ministra de sanidad aludiendo a sus “morritos” y a lo que le sugerían sus carnes y su apellido. Hasta en su partido le afearon el comentario y tuvo que pedir unas tibias y poco convincentes excusas.

A partir de ahí el PSOE se le echó encima y la ministra de cultura se negó a estrecharle la mano en un acto oficial. Esto viene al hilo de los comentarios de un columnista (Antonio Burgos) que no tiene empacho en decir desde el periódico ABC que la ahora ministra le recuerda a una actriz porno. Caspa y mala educación a raudales, una muestra más del bajísimo nivel de nuestros políticos (¿tales para cuales?).

Un efecto de estos insultos es que uno se ve obligado a ponerse del lado de quien no quisiera. A mí me parece que Leire Pajín no tiene méritos para se ministra, pero esto por desgracia se convierte en irrelevante en comparación con lo dicho más arriba… ¿Por qué la derecha española siempre acaba recordando a un sargento chusquero?

Decía la ministra de cultura para explicar su desplante a Javier León que esperaba que los vallisoletanos le negaran el voto al alcalde en las próximas elecciones: le va a dar el sol.

Ítem más: no sé si a la estela del alcalde, ahora el escritor Arturo Pérez-Reverte llama “perfecto mierda” al ex ministro de exteriores. Insultar y rascar, todo es empezar. ¡País!

lunes, 25 de octubre de 2010

> Viaje a Colombia y Ecuador, 1995 (IV)

Nos levantamos, cómo no, a las cinco. Tomamos el tinto (café solo azucarado) que nos ha preparado la señora de la residencia. Otro huésped, un viajante comercial colombiano, aseado como los chorros del oro, nos acompaña a la chalupa que está atracada en el embarcadero, un edificio de estilo antiguo, con espadaña, y que es blanco cada vez que lo encalan, porque al día siguiente vuelve a estar negro de mosquitos.

El viaje hasta El Banco es precioso, amaneciendo sobre el río Magdalena. Dura dos horas, y levanta a su paso una ola altísima; se detiene en cada aldehuela donde tiene que recoger o dejar gente. El viaje es por un valle infinito, de aguas muy tranquilas y plantaciones de banano. La llegada a El Banco es espectacular sin tener nada de grandiosa (a veces un cielo azul, un hermoso río y un embarcadero con sabor despiertan tales sentimientos). Desayunamos otra vez para calmar el runrún que nos produjo el tinto y cogemos a las diez un bus hacia Bucaramanga; en realidad nos llevan desde la terminal en jeep hasta otro embarcadero, cruzamos un riachuelo en canoa, y autobús hasta Aguachica. Gran parte del viaje transcurre por pistas de tierra mojada por las inundaciones de los últimos días. En Aguachica transbordamos a un autobús mejor hasta B/manga, ya en plena montaña. El ejército hace requisa dos veces; luego nos enteramos que un comando guerrillero de las FARC ha asesinado a una patrulla cerca de Bogotá (parece que su campamento clandestino estaba sólo a veinte minutos de la carretera). Llegamos a las cuatro de la tarde.

Por fin una gran ciudad con taxímetros más que razonables y una terminal de transportes a menos de tres kilómetros del centro. Hacemos caso de la guía de viajes que llevamos y cogemos habitación en el hostal Tamaná, con televisión en color y baño, y justo la mitad de precio que hasta ahora nos han cobrado. El barrio no es muy recomendable, más bien todo lo contrario, pero el hostal está bien. Al salir en dirección al centro, la gente nos mira como un gato a un canario. Paseamos por la calle principal, muy animada, y cenamos opíparamente; de postre, dos jugos de frutas exóticas (lulo y curuba). Para regresar al hostal vamos por otro camino, igual de poco recomendable, y al llegar la señora se disculpa por no habernos advertido de una mejor forma de acceso.

Carlos ha pasado una mala noche, pero yo he dormido como un bendito. Nos levantamos a las seis, pero remoloneamos y llegamos a la estación a las ocho. El desayuno consiste en jugo de naranja con huevos y un bollo. Embarcamos con la empresa Copetran a las nueve menos cuarto. Un vendedor de pulseras magnéticas -buenas para las coyunturas- explica de carretilla a los pasajeros las virtudes de su producto, con una gran educación y sin agobios mercantiles, pero con una charla llena de color y de giros lingüísticos que nos parecen muy exóticos y arcaicos. No estoy de mal humor pero no tengo ganas de hablar, a diferencia de Carlos. Me quedo todo el viaje a duermevela ya que en el bus ponen un vídeo que se autopromociona como "Una de las maravillas del séptimo arte", y se trata de un bodrio titulado "Nadie es perfecto", comedieta universitaria norteamericana.

El paisaje es montañoso, con zonas de selva. La carretera es estrecha y a veces mala, con curvas muy cerradas y empinadas. Nos paran dos controles del ejército y nos cachean; son bastante amables, y parece que lo hacen por cumplir, porque no hubieran encontrado nada aunque lo llevásemos.

Venden bolsas de hormigas culonas tostadas; dicen que están muy buenas, que saben a maíz, pero son tan evidentes que no me atrevo. Preferimos parar a comer el consabido plato de carne asada, ñame, patata y arroz. El autobús espera un tiempo indeterminado para que la gente coma, y cuando todos hemos terminado, arranca. Hay gran cantidad de buitres grandes, negros y malencarados (¿los gallinazos de las novelas de G.G. Márquez?): tienen un planear majestuoso, pero un volar apresurado y ridículo, por lo que pasan más tiempo en tierra reposando maquinaciones sin cuento.

El paisaje se vuelve cada vez más espléndido. Llegamos a Tunja a las cuatro de la tarde. Vamos en taxi al hotel "El Conquistador", que está de reformas. Buscamos en los alrededores y nos decidimos por el Dux, muy cerca de la plaza de Bolívar; sin pretensiones pero correcto para diez mil pesos, con habitaciones a un patio interior bien iluminado. Hace bastante frío en este pueblo. Lo de "pueblo" hay que rectificarlo, ya que a Carlos se le ocurrió decirlo en una farmacia y la dependienta se sintió ofendida.

Damos un paseo por este pueblo-ciudad con cuestas. Como todos, es de estilo colonial, aunque han construido edificios modernos junto a los otros y no queda muy vistoso. Me tomo un jugo muy rico de feijoa (parecido a la curuba, según nos dijo el camarero, lo que nos dejó como al comienzo sólo que con una palabra más) en un saloncito que debe ser el más in del lugar, por los colombianos de origen europeo que lo habitan. El pueblo tiene buen ambiente, pero frío. Cenamos un perro embadurnado con patatas fritas de sobre. Nos volvemos al hotel y el mozo que nos tiene que tomar los datos alucina con los pasaportes: pone tal cara que le decimos los datos que precisa antes que sufra una embolia cerebral. Sólo ha visto cédulas de identidad.

Los colombianos siempre están comiendo, a cualquier hora del día, lo que justifica que haya más chiringuitos que piedras. No comen fruta para finalizar, y empiezan con una sopa, y a continuación toman una bandeja en la que siempre hay arroz y plátano frito y carne o pollo. Carlos lo ve todo muy bien, maravilloso y sublime. Una pintada: "Yenni, aunque te cases te seguiré queriendo".

jueves, 21 de octubre de 2010

> Mourinho o El precio del carácter

A estas alturas nadie discute la valía profesional de Vicente del Bosque… después de ganar el Campeonato del Mundo. Del Real Madrid, sin embargo, lo echaron por su “perfil bajo”, e incluso ahora tampoco les cuadraría ese hablar tranquilo, esa somnolencia de sus ruedas de prensa.

Si a Mourinho le pagan lo que le pagan no es porque sea un entrenador con un olfato privilegiado y una técnica acrisolada. Le pagan lo que le pagan porque es joven, moderno y a fuerza de ser borde y distante acapara las secciones de deporte de los informativos con sus “no” rotundos y sus desplantes calculados y chulos. No es un entrenador, sino un gabinete de publicidad viral. Antes de que llegara al Real Madrid, el único entrenador con nombre propio era Pep Guardiola, una persona con criterio y técnica. Desde hace unos meses el entrenador portugués le ha destronado, y sólo esos minutos de televisión que le roba a los demás justifican su sueldo a juicio de los directivos que le han contratado.

Mourinho es un entrenador de hoy: le siguen los focos independientemente de lo que alumbren.

lunes, 18 de octubre de 2010

> Chi-chi-chi, le-le-le

Dejémonos elevar por algunas noticias. Qué ejemplo ha dado Chile al mundo de eficacia, liderazgo y patriotismo. Más que el rescate de unos mineros parecía un homenaje a la bandera chilena. Hemos visto por televisión un país enardecido con un objetivo común, una ejecución pronta y exitosa de los planes, una ausencia total de esa caspa tan frecuente en otros casos.

Hasta los mineros, después de más de dos meses de entierro, emergían de las profundidades de la tierra impolutos, peinados y afeitados, y se unían en abrazos con su familia y el presidente de la república… Pero a lo que voy: qué contraste cuando estos hechos coinciden en el tiempo con los abucheos a Zapatero en el desfile de la Fiesta Nacional. Tiene razón Esperanza Aguirre cuando dice que los silbidos van en el sueldo de los políticos (también en el de ella), pero durante el acto había momentos en que la educación debería haber superado la indignación. Al día siguiente la ministra Chacón dijo que se iba a reunir con otros grupos políticos para establecer un protocolo y evitar los abucheos. ¿Piensa Chacón celebrar el acto a puerta cerrada o amordazar a los asistentes?

Tanto ella como los cenutrios que no paraban de abuchear ni durante el homenaje a los caídos, con sus familiares allí presentes, deberían ser más oportunos, tomar ejemplo y, sobre todo, tener más educación, que es pensar en los demás.

¡Viva Chile, mierda!

jueves, 14 de octubre de 2010

> Viaje a Colombia y Ecuador, 1995 (III)

Nos levantamos de madrugada y cogemos un taxi para la remota terminal de transportes; a pesar de la hora hay bastante gente por la calle. El taxista no dice ni una palabra en todo el trayecto, se limita a pitar para adelantar a otros carros. Atravesamos barrios de casas de una sola planta, muy mal conservadas o que llevan años a medio hacer y que a veces funcionan como negocios con carteles como abarrotes o inyectología.

Desayunamos y compramos el periódico, que en Colombia siempre es un placer literario. El autobús a Mompós es una vieja chiva salvajemente decorada en la que nos acomodamos como podemos. El paisaje es muy verde, no boscoso sino de matorral y prado llano, con apenas una pequeña serranía entre medias. Apenas se ven granjas. Sufrimos dos controles del ejército, en los que registran a todos los varones de cara al autobús. Nosotros, que como corderitos estamos esperando órdenes más concretas que colmen la falta de práctica, somos invisibles: no nos miran ni el pasaporte. A las mujeres no les abren ni el bolso.

El barco desde Magangué se demora hasta la una, aunque el bus llega a las doce. Pasamos el rato en un cañizo de bebidas conversando con una señora mayor, analfabeta, que acompañaba a su hija mala de los nervios, y que con toda elegancia dejó callada a una señora encopetada que llamó loca a su hija ante un arrebato de ésta. El barco no salió a la hora programada hasta que arreglaron una avería, a las dos y cuarto. La gente no se ponía nerviosa ni se impacientaba, lucían resignación. Cuando por fin partió el barco, tras varios bostezos fallidos, la señora del autobús me dijo: - Se ha arreglado porque le he estado rezando a Dios Todopoderoso el salmo 121, y Dios lo puede todo. Una de las primeras cosas que hice al regresar a España fue leer el salmo 121.

Nada más salir del embarcadero los pasajeros empezaron a pedir la comida en un puesto del barco. Nosotros hicimos lo propio, al principio con cierto escrúpulo, pero enseguida con apetito: arroz con pollo y ñame (tubérculo blanco parecido a la patata, alargado, soso y algo fibroso). También había gente que pedía arroz aderezado y hervido dentro de una gran hoja. El trayecto por el río es de gran belleza, un horizonte infinito y azulísimo, muy llano, con varios brazos de agua. Ésta baja a gran velocidad, pero sin violencia. El barco tampoco desmerece el paisaje ya que parece de esos que aún estaban en funcionamiento en Europa a principios de siglo. Es un pontón fluvial con plataforma para vehículos, de color amarillo y negro que luce el nombre local y arcaico del pueblo al que nos dirigimos: Mompox.

Hoy no estoy demasiado conversador. Siento menos el calor sofocante porque me ha dado el aire del autobús durante todo el trayecto. En el barco un grupo de argentinos disfruta de aire acondicionado de su furgoneta y descorchan botellas de cava Freixenet. Llegamos en cuarenta y cinco minutos a Bodega, y el bus sale del barco emprendiendo una frenética carrera hacia Mompós para recuperar el tiempo. Carlos habla durante el trayecto con la señora: le mataron a un hijo en una revuelta con la policía en Bogotá; puso una demanda contra el Estado y ganó una pequeña indemnización. Su hijo era periodista y había escrito un libro sobre torturas y asesinatos en Colombia. Se nos ofreció a acompañarnos a un alojamiento, pero ella, su hija y su nieta se bajaron bastante lejos del centro, y nos pareció más prudente continuar. No creo que influyera su pregunta: - Sois españoles, pero ¿entendéis bien el español?

Mompós me pareció inusualmente extenso, con las típicas casas bajas de aire colonial, blanqueadas cada año para disimular la decadencia que embarga al pueblo. Una señora que es guía turístico en Cartagena y que conocemos al bajar del bus nos acompaña a la Residencia Aurora. Es éste un alojamiento sencillo pero limpio, en una antigua casa de vigas altas y patio andaluz, atendido por una señora que, como el pueblo, debió vivir mejores momentos; por la noche se reúnen en el amplio soportal a jugar al bingo presididos por un repertorio nutrido de santos y vírgenes. Un lugar muy conveniente, incluso dentro del tradicional precio de dieciséis mil pesos. Complementa sus ingresos con la venta de filigranas de plata local a sus huéspedes, sin perder la dignidad, como mostrándolas en un museo a la espera de una oferta que en nuestro caso ella se vio obligada a adelantar.

Nos aseamos y salimos a ver algo. El calor es sofocante, y sudamos mucho. Es un pueblo fantasmal en fiestas: la gente baila por las calles, monta a caballo, bebe, procesiona gigantes y cabezudos... No recuerdo haber visto un pueblo de estas dimensiones y tan sumido a la vez en el letargo y en las fiestas. Si García Márquez se inspiró aquí para Cien años de soledad no pudo encontrar mejor escenario ¿De qué vive esta gente?

Aunque apenas hemos visto nada, decidimos irnos mañana por la mañana. Estamos muy cansados, sudados y atemorizados de tener que pasar aquí el fin de semana entre alguna bandada de mosquitos. Fue una decisión que lamenté hondamente el resto del viaje, pero a veces el cuerpo vence al espíritu en los momentos más inoportunos.

lunes, 11 de octubre de 2010

> Como soy pesimista invierto en Telefónica

Yo pensaba que era un tipo raro, pero un blog amigo me hizo caer del ciruelo y comprobar que soy como casi todos. Hay pocos clientes satisfechos de Telefónica, pero hay muchos que tienen en cartera sus acciones. Telefónica no vive de las comunicaciones, sino de la inercia: la de millones de clientes que pese a sus precios y a su pésima atención al cliente no se cambian a otro operador mejor (¿existe?, sí).

Soy pesimista, como saben, y el hecho de que una empresa viva de la pereza de sus clientes y tenga importantes beneficios por ello, me hace reafirmarme en mis creencias atávicas. Es más: como soy pesimista no vendo las acciones de Telefónica. La pereza y la desidia van a continuar al ritmo del incremento de los flujos de caja de la operadora. ¡Arde Roma!

jueves, 7 de octubre de 2010

> “Trini no puede”

Como soy pesimista observo con incredulidad la victoria de Tomás Gómez sobre Trinidad Jiménez en las primarias del PSOE para elegir candidato a presidente de la Comunidad de Madrid. La ministra de Sanidad me cae bien y me parece eficaz, lo que teniendo en cuenta la media del gobierno, es ya todo un halago. Tomás Gómez, sin embargo, me cae mejor, y no sólo por haberse sabido colocar como el adalid de la democracia de los afiliados frente al ‘aparato’ de Ferraz, sino porque además es listo y un poco maquiavélico con esa mirada lagartuna, condición indispensable si uno quiere hacer algo con la política, aparte el medro del ego personal.

Tomás Gómez desafió al presidente del gobierno y a José Blanco (o al revés), y ha salido ganador. Trinidad Jiménez, Trini para los electores, ha sido una paracaidista abatida antes de llegar al suelo. El señor Gómez sabe que no se pueden ganar todas las batallas, y ahora tiende puentes verbales de integración y halagos a los adversarios. Quizá espera otra oportunidad si supera la primera prueba ganando a Esperanza Aguirre. Tarea difícil, porque es una maestra y lucha bien en las distancias cortas, y además dice muchas cosas que los demás quieren oír.

Por cierto, ¿recuerdan al alcalde socialista de Getafe, Pedro Castro, que dijo que él estaba con su amigo Tomás y que quien quisiera meter el brazo entre ambos iba a sacar un muñón? Parece que alguien le llamó por teléfono y a los dos días estaba haciéndose la foto con Trini. Donde dije “digo”, quise decir “Diego”. Ay, es que hay que ser pesimistas.

lunes, 4 de octubre de 2010

> Pediasure

Con el inicio del curso escolar aparecen en nuestros televisores anuncios para hacernos la vida más fácil a cambio de aligerarnos el bolsillo o de crear otros problemas ahora o en el futuro, pasando hoy por caja.

Cada vez que veo el anuncio de Pediasure me siento atraído por su maldad y repelido por su supuesta bondad. Se ve a una madre sola (el padre no aparece por ningún lado) resignadamente desesperada porque su hijo no come. Confiesa que le da cualquier cosa (¡una hamburguesa!) para que coma algo y que la alimentación les separa en su relación. Menos mal que está Pediasure, un batido con todo lo que una buena madre escucha que le debe dar a su hijo por 15 euros los 400 gramos. Desde que se lo da las caras de preocupación se tornan risas y arrumacos, e hijo y madre confirman su necesidad cuando el niño crece y deja pequeñas las sábanas.

Antes corrían rumores de malas madres que mojaban las tetinas de los biberones con sustancias estupefacientes. Esto es lo mismo, señora, con la única ventaja de que usted puede presumir de buena madre entre otras como usted. Hay niños que comen mejor y otros peor, pero ninguno, teniendo comida, se muere de hambre ni sufre raquitismo si no se le dan sustitutos. Pediasure no es para su hijo, es para la neurosis de la madre pasando por la cuenta de resultados de los laboratorios Abbot. Es para que usted no se estrese diciendo mil veces “niño, come”, lo más repetido desde el australopiteco Lucy. Y lo más efectivo, habida cuenta de que estamos aquí.

jueves, 30 de septiembre de 2010

> Viaje a Colombia y Ecuador, 1995 (II)

Amanece lloviendo. Lo primero es cambiar dinero, pero no es fácil: en unos bancos no cambian efectivo, en otros sólo por la mañana, en otros sólo Visa o American Express, o te piden fotocopias del pasaporte, que no puedes hacer porque no tienes dinero, etc. Por la mañana conseguimos cambiar 200 dólares y 190 por la tarde. Siempre nos remitían de un banco a otro, donde decían que sí se podía cambiar de tal o cual forma, información voluntariosa pero inexacta siempre. Las instalaciones de los bancos no son demasiado modernas, y desde luego lo que no falta en ninguno es un guardia privado con una escopeta de cañones recortados y un imprescindible aire acondicionado funcionando a marchas forzadas.

Tras dos horas de gestiones financieras con magro resultado, con dinero en el bolsillo, desayunamos un batido muy dulzón y una empanada de pollo con maíz; aquí de tostadas con mantequilla, pan, galletas o bollitos no saben nada. A continuación deambulamos por el centro histórico, atestado de gente, con calles estrechas y numerosísimos puestos de bebidas, fruta, etc. Las casas de esta parte son bajas, de dos pisos, con agradables colores pastel en armonioso y naïf contraste, aunque muchas no muy bien conservadas. Las famosas murallas de la ciudad rodean esta parte, y sorprenden por su baja altura y su gran anchura. La humedad es sofocante, y sudamos como nunca antes habíamos visto: casi nos da vergüenza que nos vean en este estado. De vez en cuando nos tomamos un refresco para no deshidratarnos; por fortuna los botellines son de medio litro. Todo el mundo dice que hace un calor muy bravo.

A los españoles no nos tratan de ninguna forma especial: lo mismo les daría que fuésemos chinos. El idioma no nos une, sólo nos comunica; sin embargo la gente es cordial y se muestra solícita si se le pide algo. Se ven muchos negros (los únicos que trabajan en obras públicas y construcción) y pocos criollos. La imagen típica la forman hileras de niñas negras pulcrísimas con el uniforme del colegio procesionando en fila por la calle.

Vemos el Muelle de los Pegasos, que toma su nombre de unas figuras de bronce que miran al mar. No es gran cosa, algunos barcos deslavazados con la tripulación holgazaneando alrededor y una moderna terminal para las excursiones a las Islas del Rosario. Para ir a la terminal de transportes cogemos un bus que atraviesa barriadas y barriadas de construcciones muy humildes y chabolas hasta dejarnos en mitad del campo, como a veinte kilómetros del centro. Nos informamos de los buses a Mompós para el día siguiente. Nuestro almuerzo consiste en arroz con plátano frito (que no sabe para nada a plátano), carne a la plancha y una cerveza Polar que nos sirvieron en un paradero popular de la terminal por un precio bastante ajustado. La comida no parece estar hecha con aceite (en ningún caso con aceite de oliva), y tampoco sirven pan (es una extravagancia). Regresamos al hotel a las tres y media; yo me echo la siesta (digámoslo así) hasta las ocho y Carlos hace de todo mientras vela pacientemente mi sueño. Damos un paseo por los alrededores y cenamos en un puesto junto a la carretera de la playa arroz con pollo y patatas fritas.

En el carácter de los colombianos hay mucho de estoicismo y de resignación. Nada de ritmo caribeño y baile todo el día. La separación de razas es muy acusada pero no explícitamente formulada: los criollos blancos arriba, los mestizos en puestos intermedios y los negros abajo. En televisión esto se ve muy claro: en telediarios, anuncios y telenovelas el protagonismo lo llevan los blancos; éstos son muy difíciles de encontrar por la calle en esta parte del país, no así en las ciudades de Cali o Medellín.

lunes, 27 de septiembre de 2010

> Ajuste de cuentas

¿Recuerdan a los primeros de la clase, a los que ligaban más, a los que lucían esplendorosos cada mañana?

Hace unos años no me daba cuenta: muchos tenían el germen del fracaso, aunque no lo supieran. He hecho inventario. La mayoría de ellos han terminado peor que aquel niño delgado y con gafas que iba andando al colegio desde la otra punta de la ciudad. ¿Peor? Bueno, depende cómo se mire: ellos han vivido una vida gloriosa de estrella fugaz, lo que no es poco, y peor y mejor son tan subjetivos como las paellas del domingo. Pero a los primeros de la clase les faltaba el estímulo y se han disuelto entre los sin nombre, quizá cansados, quizá satisfechos; los segundones, entrenados en perseguir a la liebre, han llegado más lejos. Pasa con los gobernantes, pasa con las empresas, ¿por qué no con las personas? Quien toma la delantera nunca gana la carrera. Un mal comienzo no determina el final.

Cuenta Herodoto de un rey que vencido en combate le recordó a su captor lo mudable de la fortuna: la muestra era él, poderosísimo antes, y ahora arrodillado en el polvo del campo de batalla. No bajemos la guardia, no confiemos en las excepciones.

jueves, 23 de septiembre de 2010

> “Reseña: “Bartlevy y compañía”, de Enrique Vila-Matas

No lo lean. Si un escritor no tiene claro lo que ha escrito, imagínese un lector.

Bajo la forma de una novela sin argumento, donde se recurre al expediente de un narrador en primera persona que habla de los escritores que dejaron voluntariamente de serlo, se oculta un libro (tiene forma de) sin gracia, ni información, ni nada que me permita añadir una frase más a este comentario.

lunes, 20 de septiembre de 2010

> Viaje a Colombia y Ecuador, 1995 (I)

El viaje no empezó en el avión ni en los preparativos, sino la noche antes en una comisaría de policía. Un inocente comentario de mi compañero de viaje me hizo comprobar el pasaporte: había caducado siete meses atrás. Catorce horas antes de la salida del vuelo, a las once de la noche, nos encaminamos a la comisaría del barrio de Tetuán, en Madrid. Los dos policías de guardia estaban parapetados tras un mostrador lleno de monitores que les protegían del mundo exterior. Sólo nos pudieron decir que hacía años se sacaba un pasaporte de urgencia en la comisaría de Barajas, pero por la mañana; nos dieron el número de teléfono y el de atención al ciudadano del Ministerio de Interior, que tampoco funcionaba hasta el día siguiente.
A las ocho de la mañana ya estaba yo en la calle, y no precisamente por el pasaporte: tenía cita con el médico porque en los últimos días había sentido molestias en la pierna en la que hace años tuve una tromboflebitis. Por fortuna el médico me tranquilizó diciendo que las molestias nada tenían que ver con el trombo, sino con un golpe que supuesta e inadvertidamente me había dado. A las nueve en punto de la mañana llamé a un número de información del Ministerio del Interior, donde me remitieron a la Dirección General de Pasaportes. Por teléfono me dijeron que no se podía hacer nada con tanta premura, que sólo para casos de trabajo y mediante certificado de empresa se podría intentar algo, y éste no era ciertamente el motivo. Como no tenía ya nada que perder, cogimos un taxi y fuimos a la Dirección General. Después de varias ventanillas, fui a dar casualmente con la persona que me atendió por teléfono, me pidió el billete de avión y sin mediar más palabras me dijo que volviera a por el pasaporte a la media hora.
El avión tenía un retraso de dos horas en la salida, y no despegaba hasta las tres y media de la tarde. Sin embargo, una hora antes de lo previsto, anunciaron nuestro vuelo. El avión era un Boeing 767-300 de la compañía Spanair, con 312 plazas, 900 km/h de velocidad de crucero y casi 60 toneladas de combustible al despegar. Al ser un vuelo chárter el pasaje era de medio pelo, todos con expresión de haber contratado un paquete turístico completo y homogéneo. Sólo la presencia de una azafata llamada Elena nos rescata de vez en cuando del naufragio.
Al cabo de diez horas hacemos escala en la isla colombiana de San Andrés. La humedad al salir del avión me impresiona, tal vez porque es mi primera visita a un país tropical. Son las seis de la tarde, casi de noche. Un grupo de divertidas limpiadoras esperan en la pista para adecentar el avión. Estamos en tránsito en la terminal del aeropuerto. No funcionan los ventiladores y otras limpiadoras aún más divertidas ensayan diversas combinaciones con el panel de control, y lo que consiguen es dejar sin luz, entre risas, al resto de la planta; no hubo resultado satisfactorio, así que hago uso intensivo de mi abanico, hasta que me duele la muñeca. Pasada una hora volvemos a embarcar y llegamos en cincuenta minutos a Cartagena, que iluminada de noche parece una brasa encendida. Los trámites de aduana son tan sencillos como ineficaces: inadvertidamente nos saltamos todos los controles y aparecemos en la puerta de salida; damos la vuelta para que nos sellen los pasaportes y no tener problemas luego.
Un taxista se nos ofrece a llevarnos a un hotel por diez dólares; aceptamos y nos trae al Bellavista, a cincuenta metros de la playa y casi tan cerca del centro como del aeropuerto. Me produce una extraña sensación saber que estoy tan lejos de España, hablando con un taxista negro, y que sin embargo nos entendemos. Le digo que vayamos a ver algún otro hotel y nos lleva al Lago, casi el doble de caro. Nos quedamos en el primero. Nos recomienda no cambiar dólares en la calle y que vayamos al día siguiente al Muelle de los Pegasos a por un plano. Nos da su tarjeta por si necesitamos sus servicios. Sólo podemos decir en nuestro descargo que veníamos de un largo viaje, cansados, que no sabíamos los precios ni la distancia del aeropuerto, pero lo cierto es que diez dólares son cuatro veces el precio normal del recorrido.
La recepcionista del Bellavista es una mulata mayor, que nos interpela con mi amor en cada frase que nos dirige. Conseguimos una habitación doble por dieciséis mil pesos. La señora me dice que si al día siguiente queremos hacer una peregrinación para rezar el rosario; al cabo de las horas me doy cuenta que lo que me decía era si queríamos ir de excursión a las islas del Rosario. Cosas del cansancio y de la fama.
La habitación del hotel es algo deprimente pero limpia, y con potente y ruidoso ventilador; el cuarto de baño, peor. Por el cambio de hora no nos podemos dormir, pese a estar muy cansados. Paso mala noche, pero sin calor gracias al ventilador, que además genera un cono de succión que ayuda a espantar insectos (pese a ello nos hemos puesto repelente Relec; luego sabremos que las habitaciones están fumigadas y con telas metálicas). Imposible dormir con el ruido del ventilador, que aparte de aire genera pesadillas. El tiempo transcurre lentísimo, especialmente para Carlos, que se pasa la noche desesperado dando vueltas por la habitación preguntando la hora.

jueves, 16 de septiembre de 2010

> Aprendices

Esta temporada se estrena una película totalmente prescindible protagonizada por Nicholas Cage (lo siento) y titulada ‘Aprendiz de brujo’. En el anuncio por televisión el estudiante le dice al maestro (Cage, qué cosas): “¡Esto es una locura!”. Y el brujo responde con ese deje como ausente: “Sí, pero es divertido”.

Ya sé que es una película estúpida, un diálogo estúpido y unos actores. Pero ¡hay tanta gente estúpida!

Este verano me enteré que en los hoteles de sol y playa algunos jóvenes jugaban al ‘balconing’: se tiraban a la piscina desde las terrazas de sus habitaciones. Algunos han tenido suerte y les han grabado con un móvil, otros han muerto y otros han quedado paralíticos (a estos dos últimos parece que nadie les grabó con el móvil). Esto es una locura, pero hay que reconocer que es divertida si uno se abstrae de las consecuencias (que no es poco). Y eso sin hablar del feliz acuñamiento de la palabra ‘balconing’.

La diversión justifica la locura.

lunes, 13 de septiembre de 2010

> Por qué me gustan los suelos de barro

Poco a poco he ido cambiando el terrazo original de mi casa por losas de barro. El terrazo era liso, homogéneo, duro y aséptico; el barro es rugoso, irregular, frágil y quisquilloso.

¿Por qué la molestia? El albañil dice que soy un caprichoso (descartado el que sea extranjero, la otra opción), pero yo prefiero pensar que soy un sentimental. El barro es cálido y deja constancia de la vida de los propietarios: se ve la mancha estrellada de lo que arrojó tu hijo cuando se puso malo, las marcas de acercar las sillas a la mesa, cuando se cayó la ensaladera llena de pepinillos, dónde estaban qué muebles…

También el barro compite en creatividad con otros suelos porque cada losa es distinta de las otras. Las cochuras son distintas, los tonos y las máculas de origen.

Prefiero el barro, pero tiene también sus inconvenientes. Hay que pagarlo y hay que mantenerlo, y cuando uno está cansado echa de menos la solvencia inmediata de otros suelos. La idea de que el esfuerzo es la base de la prosperidad personal la desmienten muchas anécdotas que leemos (es un decir) en los periódicos, pero también las pequeñas anécdotas de todos los días. Éstas, como aquellas, quizá nos contradicen, pero como las losas de barro nos hacen distintos, frágiles, personas.

jueves, 9 de septiembre de 2010

> Neira haciendo eses

Jesús Neira llevaba tiempo haciendo eses antes de que fuera detenido por conducir con el triple de alcohol permitido en una autovía de Madrid. Este pasado lunes fue juzgado, condenado, y admitió los cargos.

El señor Neira, profesor universitario, fue conocido cuando heroicamente salió en defensa de una mujer a la que su novio golpeaba. El novio le golpeó a él y estuvo varios meses en coma y como resultas tiene secuelas. El novio, por supuesto, no le agradeció su intervención (y eso pese a que gracias a él ha ganado una buena cantidad de dinero hablando de su impudicia en los platós de televisión). Tampoco le ha agradecido nada la víctima: que se hubiese metido en sus asuntos, vino a decir. Sí se lo agradeció el público y la presidenta de la Comunidad de Madrid, que le dio el cargo de director del Observatorio sobre la Violencia de Género.

Cuando salió del hospital, el señor Neira se prodigó en televisión con sus opiniones sociales y políticas fuera de tono (“Obama es un pelele”, “Zapatero es un jovencito que dice imbecilidades”). Ahora él ni dimite ni pide disculpas por infringir muy voluntariamente la ley. La presidenta de la Comunidad de Madrid va a suprimir el Observatorio, una forma oblicua de dimitirle (¿servía para algo ese Observatorio excepto para darse lustre?).

El señor Neira, héroe por un día, bochorno el resto del tiempo, volverá a ser, supongo, un ciudadano anónimo, salvo que alguien decida seguir sacándolo en televisión para alimentar la caverna.

Nadie es un héroe todos los días, ni villano a tiempo completo. Pero en la gestión de nuestros actos, los buenos y los malos, se nos distingue. Qué oportunidad perdida, qué pena.

lunes, 6 de septiembre de 2010

> Inmaterialidades

Esto va a menos. Me refiero a que cada vez hay menos materia, menos chicha, más nube.

He escrito ya en otra parte que antes uno nacía, se casaba y moría y aunque no hubiera hecho nada más en la vida al menos su nombre aparecía en una lápida y en los libros parroquiales. Ahora no: la información del Registro Civil y de las parroquias está en un menguante ordenador.

Donde hoy se genera dinero, en grandes bancos y parques tecnológicos, cunde el silencio, la asepsia y la tranquilidad. No se escuchan fraguas, ni sonidos de esfuerzo. Siempre parecen en días festivos.

Las librerías empezaron a desaparecer hace años, aunque por otras causas. Ahora, a los libros en papel le han surgido unos hijos respondones que a diferencia de Saturno se comerán al padre: los libros electrónicos, que tienen el mismo contenido pero no volumean.

Los cuartos de los niños están hoy día extrañamente ordenados, y no porque haya mejorado su sentido del orden, sino porque a ellos les gusta y es más cómodo regalar videojuegos, qué tranquilidad.

Los platos en los restaurantes de postín menguan a la par que crecen sus nombres, los artilugios se achican (los teléfonos móviles, los portátiles, las cadenas musicales…), los pisos de clase media, las distancias entre países, las iglesias.

¿Qué comparten estos ejemplos? Que no ocupan lugar. Qué vacío se puede quedar todo (o, mejor, qué lleno de nominalismo). Ahora pensemos qué es cada vez más grande.

jueves, 2 de septiembre de 2010

> El fin del verano

Cuando tengamos mucho tiempo y más recuerdos que planes, recordaremos de la infancia sobre todo estos días de verano en los que el calor resbalaba por nuestros cuerpos labrados de felicidad: esos días de playa tirándonos una y otra vez de cabeza desde el espigón, la piel tirante por la sal, el picor de la insolación. Recordaremos ese descampado en ruinas donde ahora hay un centro comercial, esos juegos peligrosos donde ahora hay carteles de prohibición.

“Estos cielos azules y este sol de la infancia” fue el último verso que Antonio Machado escribió antes de morir y que encontraron escrito en un papel arrugado en el bolsillo de su gabán en Colliure.

lunes, 30 de agosto de 2010

> Reseña: “El asedio”, de Arturo Pérez-Reverte

Siempre me cayó mal este novelista, excepto cuando era reportero. Nunca había leído nada suyo, salvo alguna página en los suplementos del periódico del domingo. Me parecía, me parece, que luce una seguridad sobre sí de ésas que hacen daño a los demás. Y esto sin conocerlo, lo que son los prejuicios.

“El asedio” se lee con interés y es de los libros que no se abandonan fácilmente, a pesar de sus más de setecientas páginas. Por volumen, es heredero de un best-seller (no se justifica un libro de esos precios con pocas páginas, parece decirse). Y también por lenguaje (demasiadas descripciones navales y demasiados demodés ambientales). Hay amores, guerra, asesinatos e intriga, y todo bien gestionado (sic).

Recomiendo su lectura porque seguro que le cautiva como me cautivó a mí (la pasión es siempre recomendable). Sin embargo, al terminarlo, me pregunté por qué si tanto Pérez-Reverte como García Márquez cultivan el mismo género, la novela, al primero se le llama novelista y al segundo escritor.

viernes, 27 de agosto de 2010

> Nápoles 1989 (y IV)

Al oeste de Nápoles se encuentran los Campi Flegrei, apenas visitados por los turistas y no menos interesantes que la zona oriental. Pozzuoli es el centro de la región, e interesa visitarla por la animación de sus calles y el caos que comparte con su vecina Nápoles. Posee varios monumentos de época romana, como el Serapeum, un antiguo mercado, o el Anfiteatro, uno de los más grandes y mejor conservados pese a los terremotos que sacuden la zona. Cerca de la ciudad se encuentran las Solfatara, fenómenos volcánicos de aguas termales, fango hirviente y fumarolas.

Algo más hacia el oeste podemos visitar las ruinas de la vieja ciudad de Cumas, fundación griega del siglo VIII a.C. En su época, éste fue uno de los lugares de peregrinación más importantes, ya que aquí residía la Sibila, famosa por sus oráculos. Cuando los romanos abandonaron su culto en el siglo I d.C. transformaron su antro en una cisterna de agua; en la actualidad sirve para que las parejas de recién casados se fotografíen ante la puerta.

Al sur de Cumas, en la ladera de una colina que mira al golfo de Pozzuoli, se extienden las ruinas de las termas de Baia, las más famosas de la antigüedad y las mejor equipadas. El complejo termal estaba rodeado por las más lujosas villas de la aristocracia romana, ahora desaparecidas bajo el nivel de las aguas. En la actualidad hace falta mucho calor para querer bañarse en sus playas. En las cercanías, un imponente castillo aragonés recuerda el señorío de la corona sobre estas tierras. Apenas a un par de kilómetros, ocupando un cráter, se encuentra el lago Averno, que dicen ningún pájaro cruza sin perecer en sus aguas por los gases que expele; los antiguos consideraban con no poca razón que en este melancólico paisaje estaba una de las entradas al mundo del más allá.

El nombre de Nápoles viene de los griegos, que la llamaron Nea Polis (Ciudad Nueva). Antes, sin embargo, se la conocía por Parténope, nombre de una de las sirenas que moraban en cierta isla de la bahía napolitana. Con su canto atraían a los marinos que escuchaban su música hasta que el barco encallaba en las rocas y naufragaba. Había que taponarse los oídos con cera como hizo Ulises para no sucumbir a su encanto. La moderna ciudad continúa esa leyenda, aunque también por el ruido.

martes, 24 de agosto de 2010

< Con palabras: Sexo veraniego

Todo en esta foto es verano: la luz, la estera, las moscas, el sexo y la pasión (if any). También, aunque no salga en la foto, la siesta del fotógrafo, el vino tinto con casera que estaba al lado y “Gloomy Sunday’ de Sinead O’Connor.

Con un título como éste uno espera encontrar un cuerpo humano, solo o en compañía de otros, en una playa, y algún elemento pasional. Pero lo siento por el antropocentrismo: hay más moscas que humanos en verano y, a veces, más pasión (riesgo) en los actos de las moscas que en los humanos (y si no me creen, pregúnteselo a éstas). Gloomy Sunday.

sábado, 21 de agosto de 2010

> Autorretrato con lirios

Algunos me critican por mi falta de confianza en el ser humano, por ser pesimista, por creer perder antes de empezar. Ellos son optimistas, claro, y por tanto ven su crítica diáfana, qué suerte. Es cierto que suelo ver la botella medio vacía, en especial si el contenido me gusta, y que me cuesta lo indecible empezar porque antes tengo que desbrozar una selva de inconvenientes que nacen de la experiencia (cada cual tiene la suya).

Soy pesimista, y no creo en el ser humano, lo siento por si se habían hecho esperanzas. Creo, eso sí y a ratos, en ciertas personas y en ciertos momentos, sobre todo en ciertos momentos: todos tenemos debilidades y sucumbimos a ellas unas veces bajos los focos y otras cuando nadie nos ve, como las lágrimas en televisión.

Aunque pueda parecer más presuntuoso que triste, soy un pesimista kantiano, por lo que el pesimismo no me lleva a la inacción ni a la maldad, sino al reconocimiento de hacer las cosas por su propio valor, no porque yo deba ni los demás se lo merezcan, aunque a veces yo deba y algunas personas sí se lo merezcan.

miércoles, 18 de agosto de 2010

> Nápoles 1989 (III)

Al este de Nápoles se encuentran las célebres ruinas que todos los turistas van a visitar: Pompeya y Herculano. Y el responsable de todo, el Vesuvio. A las excavaciones es fácil llegar en un tren de cercanías, el Circumvesuviano, que parte cada pocos minutos de una estación subterránea cercana a la Stazione Centrale.

La mayor parte de los pueblos que rodean la metrópoli tienen el aspecto hacinado de las ciudades-dormitorio de clase baja que se desplaza a diario a Nápoles, aunque todos se aglutinan alrededor de su ruina particular de la que se sienten orgullosos y extraen buenos beneficios en verano. La gente de estos pequeños pueblos es más abierta y habladora que sus vecinos de la capital. Incluso se interesan por la identidad de los turistas, y cuando oyen hablar en español aseguran -¡Ah, milanese!

Pompeya fue sepultada por la lava del Vesuvio en el 79 d.C. Sin duda es visita obligada, pero al mismo tiempo es una de las mejores ciudades romanas preservadas por la naturaleza y peor conservadas por el hombre: los arqueólogos del futuro harán completísimos estudios sobre los envases de bebidas refrescantes abandonadas por los millares de turistas que a diario la visitan casi por compromiso.

Pompeya es una extensa ciudad, aún no excavada totalmente, un gran museo al aire libre. Hay zonas que apenas conservan la planta de lo que fue en tiempos una bella casa, pero no son pocos los ejemplos de mansiones que se mantienen casi intactas pese a las manos de los turistas. Qué escasa diferencia nos separa tras dos mil años de historia, piensa uno ante la propaganda política que se anunciaba en sus paredes, la publicidad ("Esperanza, de complacientes maneras, nueve duros"), la violencia entre facciones rivales en el Anfiteatro, los prostíbulos, las tabernas; pero también las pinturas maravillosas que decoraban las casas de los ricos, los mosaicos, los coquetos jardines con sus fuentes...

Herculano es mucho más pequeña que su hermana Pompeya, y también menos visitada, aunque igual de descuidada. Sorprende la altura de la capa de lava que cubría la ciudad que en algunos casos llega a los veinte metros y que aún queda en todo el contorno de lo hasta ahora excavado, pues parte del antiguo Herculano todavía descansa bajo la moderna ciudad. Gracias a que la acción de los elementos no fue la misma aquí que en Pompeya se han podido conservar con mayor fortuna el escaso mobiliario de las habitaciones, las puertas y otros objetos de madera. Aparte de algunas casas que se alzan en altura tal como fueron y otras muchas reconstruidas, lo que más llama la atención son las termas del sur de la ciudad, en las que se puede apreciar en todo su esplendor los lujosos baños de mármol, deformados por la fuerza de la lava.

Desde el apeadero del ferrocarril en Herculano se puede coger un autobús que por poco dinero lleva al Vesuvio; sin embargo, todo el mundo, hasta el propio conductor del autobús, recomendará que se alquile entre varios un taxi, que por supuesto tiene un precio escandaloso. Los transportes no llegan hasta la boca del cráter, dejan bastante más abajo, y hay que armarse de paciencia, zapatos cómodos y muchos pulmones para subir por el interminable terraplén de ceniza y lava que lleva hasta el borde del único volcán activo de Europa. Una vez arriba, y tras pagar, faltaría más, la oportuna entrada, se pueden recorrer unos doscientos metros por el labio de esta poderosa e impresionante fragua dormida desde 1944.

domingo, 15 de agosto de 2010

< Con palabras: Obviedades

Cuando uno tiene que explicar lo obvio, malo. Yo, por ejemplo, no sé; pero lo que sí sé es que cuando esa ocasión se presenta, tengo todas las de perder. Me faltan tablas o paciencia, o las dos cosas (y seguro que otras más).

Cuando leo carteles como éste, me aseguro de estar al tanto de las cuotas del club de los pesimistas.

jueves, 12 de agosto de 2010

> Nápoles 1989 (II)

Nápoles tiene sus monumentos y sus visitas recomendadas. El Museo Arqueológico merece la pena sobre todo por las pinturas y mosaicos de las vecinas ciudades romanas y por la importante colección de escultura. La Cartuja de San Martino muestra la historia del reino de Nápoles, y es famosa por sus jardines y por la maravillosa vista que desde sus alturas se tiene de toda la bahía. Los aficionados a la pintura no pasarán por alto una visita a la Galería Nacional de Capodimonte para admirar a Caravaggio, Ticiano o Brueghel el Viejo. También se puede dedicar una tarde a dar un paseo por el puerto y ver el Castel Nuovo (s. XIII) con un interesante arco triunfal que representa a Alfonso I de Nápoles (Alfonso V de Aragón) entrando en la ciudad en 1443. Junto al Castillo se encuentran el Palacio Real (s. XVII) y el Teatro de San Carlos (s. XVIII), el más famoso de Italia después de la Scala de Milán. Siguiendo con el paseo podemos visitar el sólido e imponente Castel dell'Ovo (Castillo del Huevo, s. XII) que arropa lo que fue un precioso puertecito de pescadores, el Borgo Marinaro, y que aún conserva parte de su delicia.

Pero si ver los típicos monumentos y museos está bien, no lo está menos sumergirse por unas horas en el Nápoles profundo. Por ejemplo el barrio de la Spacca, ése que todas las guías recomiendan visitar de día, siguiendo la ruta trazada, sin hacer fotos y vistiendo lo más discretamente posible. No es para menos. El neorrealismo italiano aparece en calles estrechas y sospechosas, semillero del lumpen napolitano, plagado de pequeñas iglesias recargadas y sucísimas con jóvenes traspuestos en cualquier rincón: es la imagen típica que de Nápoles tienen en el norte de Italia y la responsable de la fama de ciudad delincuente y peligrosa con la que previenen a los visitantes que se dirigen hacia el mezzogiorno. Como siempre, lo más interesante es lo que no suelen ver los turistas.

Y ya que estamos en Nápoles, ¿quién se resiste a embarcar y visitar las islas de Capri o Ischia? Capri, pese a estar a dos horas en barco de Nápoles, es su antítesis, una isla bonita, clara y limpia, salpicada de chalets de lujo como los que pueda haber en la Riviera. Una de las típicas visitas de la isla es la Grotta Azzurra. Desde el puerto de Marina Grande te llevan en lancha durante media hora hasta la boca de la cueva, que se encuentra en un acantilado al nivel del mar. En la entrada, previo pago de una cantidad poco razonable, te trasbordan rápido a unos botes en los que caben justo tres personas y ¡¡cuidado con la cabeza!! te cuelan dentro de la gruta en total oscuridad. El mérito está en que casi la única entrada de luz es la reflejada por el azul turquesa de las aguas; muy bonito, pero apenas un minuto y ¡¡cuidado con la cabeza!! ya estás otra vez fuera y pidiéndote el barquero la propina. Desde Marina Grande se puede subir hasta el pueblo de Capri en funicular y disfrutar de un agradable paseo por sus calles estrechas para después ir a Villa Jovis, la residencia del emperador Tiberio, situada sobre un acantilado al este de la isla y desde donde se divisa una espléndida vista de toda la bahía de Nápoles. Los naturales cuentan con cierto gusto las célebres orgías que el emperador organizaba en su residencia y los despeñamientos que prodigaba entre sus oponentes, que no debieron ser pocos.

lunes, 9 de agosto de 2010

> La corrupción era esto

Soy de los que piensan que nadie hace el mal a sabiendas, que siempre se encuentra una íntima excusa para justificarse.

Conozco a una persona a la que le mandan recetas que no necesita, injustificable por razones médicas pero justificada por otras razones (el mal tiene sus grises). Esta persona le firma las peonadas a alguien que en realidad está de vacaciones. El que está de vacaciones tiene además una subvención pública a la que no tiene derecho, pero un primo se lo arregló. Y para cerrar el círculo, su hijo va a un colegio que no le corresponde porque en la solicitud dijo que vivía en casa de su hermano, que es funcionario y se va todos los días media hora antes del trabajo y arrambla de vez en cuando con un paquete de folios y bolígrafos del almacén.

Todos ellos reconocen que están haciendo mal, pero se justifican con el ejemplo del alcalde (¿sólo del alcalde?), imputado por recibir dinero a cambio de licencias. De la misma forma que cada euro invertido en obra pública genera otros más en la economía, así los casos de corrupción alimentan una tangentópolis en la que tonto el último. Un ejemplo: ¿alguien está seguro de que puede tirar la primera piedra?

viernes, 6 de agosto de 2010

> Nápoles 1989 (I)

Nápoles no es una bonita ciudad al estilo de las del norte de Italia. Posee las colecciones importantes de arte en impresionantes palacios que uno espera encontrar en una ciudad italiana -el Museo Arqueológico, la Galería Nacional de Capodimonte o la Cartuja de San Martino, por ejemplo- pero lo que más destaca en el visitante es su ritmo de ciudad mediterránea, caótica y viva, demasiado desbordada para calificarla de bella al estilo de una ciudad-museo como Venecia o Florencia.

Si llegamos en tren desde Roma lo primero que nos encontramos es la Stazione Centrale, con gente durmiendo en los suelos y limpiadoras que con fatiga cambian de lugar los desperdicios. Al menos en verano suele haber mucha gente en la estación, no sólo turistas y locales que van y huyen de la ciudad, sino multitudes enteras que se embarcan en los trenes de la Circumvesuviana para ver en un día Pompeya, Herculano y lo que se tercie. La Stazione se abre a la gran Piazza Garibaldi, lugar de encuentro de mercaderes de todos los colores, tonos y texturas que desembarcan sus mercancías que parecen no vender nunca sobre las grandes losas negras de las aceras de grandes y sólidas manzanas de casas trazadas a escuadra.

El carácter temperamental que dicen típico de estas latitudes lo manifiestan los napolitanos en un tráfico infernal pero fluido gracias a que se ignoran por sistema los invisibles pasos de peatones y los escasos semáforos. La gente, con muy buen criterio además, aparca el sufrido Fiat, abollado hasta el límite, donde le da la gana, y todos, en fin, colaboran al desconcierto de los japoneses que no se atreven a cruzar la calle por ningún lado.

Excepción hecha de cuando conducen o discuten, la gente es reservada, incluso sospechosa de alguna extraña connivencia. Hablan, eso sí, del último partido del Nápoles o de la sangre de San Jenaro, pero poco más. Parecen muy religiosos los napolitanos, o las napolitanas, a la vista de las abundantes capillitas y altares que construyen los fieles en cada calle y en los que nunca faltan flores y velas encendidas junto a los carteles que recuerdan las últimas necrológicas del barrio.

Los grandes hoteles son casi iguales a los de todo el mundo, así que no está de más acercarse por una pequeña pensión familiar y sufrir algunas incomodidades a cambio de mayor entretenimiento. Al atardecer todos salen a la calle o al patio interior y se sientan en sus sillas a charlar animadamente sobre Maradona mientras escuchan encantados ópera y de fondo a las Marías emprenderla a gritos con los bambini que no quieren comer. Si se les requiere para algo contestan "dopo, dopo..." (luego, luego) y dejan pasar calmosamente hasta que la lava del Vesuvio se les echa encima. Si uno no encontrara estos cuadros costumbristas en Nápoles se sentiría defraudado ¡Todo tan típico y neorrealista!