viernes, 27 de abril de 2012

> Bolsa en la cabeza

En la sala de espera de una clínica el panel de turnos debería ayudar a los pacientes a sospechar cuándo les va a tocar. No sería mucho pedir, pensamos muchos. Pero no.

Cuando los soldados israelíes o norteamericanos detienen a alguien en una acción armada (un supuesto terrorista, un padre de familia, un vendedor de helados) le esposan las muñecas a la espalda con bridas de plástico y les cubren la cabeza con una bolsa antes de hacerse una foto con su cadáver. ¿Por qué? Entre otras cosas, para desorientarle y que no cause problemas.

En este hospital, los turnos no son números consecutivos, sino una composición de letra y número aleatorios que un ordenador asigna a cada paciente, por lo que nadie puede saber cuántos pacientes están por delante de uno para entrar en consulta. ¿Por qué? Entre otras cosas, para desorientarle y que no cause problemas.


sábado, 21 de abril de 2012

> El discurso del Rey

“Lo siento mucho, no volverá a ocurrir”. Así de lacónica ha sido la disculpa de don Juan Carlos, lo que me inquieta.

El oráculo de Delfos tenía fama en la antigüedad de acertar siempre, pero parte de esa fiabilidad, y así incluso lo reconocían los contemporáneos, se debía a lo que hoy llamaríamos ‘lectura abierta’ del mensaje: un rey se fue muy contento de Delfos cuando la Pitia le vaticinó que ‘destruiría un gran ejército’. Con el tiempo se dio cuenta de que el ejército destruido era ¡el suyo!

Así, nuestro rey no ha dicho qué siente mucho, ni qué es lo que no volverá a ocurrir. Ni por supuesto el porqué. ¿Siente mucho haberse caído, haberse ido a Botswana a cazar elefantes, el ejemplo de derroche cuando en su país pintan tan mal las cosas? ¿No volverá a caerse, no cazará ya ni patos, recortará los gastos de la Casa Real? No lo sabemos, pero lo importante del discurso del rey, que tenía de improvisado y de puesta en escena lo que un sketch de José Mota, es el mensaje en sí, la disculpa de algo: lo que en este país llamado España ya es algo sorprendente.

martes, 17 de abril de 2012

> El triunfo del continente (ahora Carrefour)

Recibo correos firmados por el IPad, SMS que dicen venir de un IPhone, cenutrios que pisan fuerte porque se acaban de bajar de un BMW que otros le aparcan. La función no crea el órgano, sino el traje.

Hasta no hace mucho llevar un atuendo que no correspondiera con la categoría social era considerado un delito castigado con las penas más severas. Una persona vestida de noble veía cómo las puertas se abrían ante sí por arte de magia, y había que evitar que los que no lo fueran obtuvieran tales ventajas.

En estos tiempos, qué duda cabe, la vestimenta sigue denotando poder. Pero hay muchos otros envoltorios para que sólo con fijarnos situemos a cada cual donde le corresponde. El barrio en el que se vive, el coche que conducimos, el colegio al que van nuestros hijos o dónde compramos la comida hablan de nosotros sin que tengamos que molestarnos en ir enseñando nuestras nóminas.

Pero ¿qué ocurre si vivimos en un bloque de pisos de seis puertas por planta, si tenemos un Opel Corsa y si hacemos la compra en el Día? Ah, también las empresas nos venden camuflajes para tranquilizarnos: cuántas revoluciones no habrán evitado Nike o Apple.

De trajes e imposturas trata la historia XXXII en “El Conde Lucanor” de Don Juan Manuel. Pero como una metáfora de ella misma, la fama se la llevó Hans Christian Andersen, que vestía un traje danés.

martes, 10 de abril de 2012

> Cocido milagroso

En la calle ‘Séptimo Miau’ de Málaga siempre ocurren cosas curiosas, y eso que está enfrente de El Corte Inglés Bahía, que le auguraba una burguesa somnolencia.

Hace unos días, un vecino airado aireó un cocido por los aires y lo tiró por la ventana en dirección al suelo, al que llegó en plena expansión. Vean el triste espectáculo. Un cocido con su tocino y su añojo. Por suerte no le cayó a un estudiante de la UNED, que ocupa los bajos, ni a un cliente de los grandes almacenes, que hubiera sido peor.

Lo curioso del caso, para el hecho en sí, es que al cabo del rato, cuando volví a pasar, el suelo ya estaba limpio. Como los servicios de limpieza no obran milagros, supongo que el aireador o aireadora de cocidos recogió lo que antes había ensuciado.

Ése es el milagro.