jueves, 30 de diciembre de 2010

> Adiós muchachos

Los que vamos teniendo una edad como para no compartir piso nos encontramos cada vez más con ausencias que nos recuerdan cuán frágil es la existencia o que “nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir”.

Como se despidió hace unos días José María Calleja, “nadie nos dijo que fuera para siempre, pero nos habíamos acostumbrado a su compañía”. Antes de fin de año cierra el canal de noticias CNN+. La unión con Telecinco y la entrada de Liberty (qué oxímoron más afortunado) en el capital de Prisa no eran, no son, buenos augurios.

Es cuestión de gustos, claro, pero para mí ya sólo queda la televisión pública estatal. Para noticias, el canal 24 horas de TVE son bienintencionados avances informativos y reposiciones. Luego está Intereconomía, que insulta la inteligencia de las amebas y que se ve por masoquismo; o Veo7, un lobo con piel de cordero. No es que CNN+ fuera la encarnación de la idea de la BBC, pero echaré de menos a Calleja (más militante en los programas ajenos que en los propios), a San José… En fin, qué le vamos a hacer, nadie nos dijo que Belén Esteban no pudiera enterrar a Gabilondo.

Ps/ Sintonicen el canal y ahora verán Gran Hermano 24 horas. Qué triste, señores.

lunes, 27 de diciembre de 2010

> Y más sobre los funcionarios

Me repito. En mi descarga, que esto es otra arista.

La profesora de inglés al poco de entrar en casa rompió a llorar. Explicó que a su hijo de seis años le habían dado una paliza en el colegio; le rompieron el labio y lo patearon. Cuando cosas como esta pasan en Inglaterra, que pasan, la madre va al colegio y éste se encarga de solucionar el problema.

Ella, pues, fue al colegio. La profesora le dijo que sabían de la sevicia del agresor, pero que no podían (o no querían) hacer nada. Pidió hablar con el jefe de estudios, y éste se limitó a escucharla corrigiendo su mal español, y le remitió al director. El director le dijo por medio de intermediarios que no podía recibirla porque estaba muy ocupado. Insistió y le dijo que al día siguiente a tal hora. A la tal hora no se presentó.

Llegó el fin de semana, ¿qué hacer? El niño no quiere ir al colegio, los padres no quieren darle un ejemplo de cobardía, los profesores juegan al ‘que inventen ellos’. Pero ella tiene pese a todo suerte: es inglesa, y aquí muchos viven de sus compatriotas que vienen a tostarse al sol y que si escuchan malas noticias se van a Chipre. Llamada al servicio consular, periódicos, genuflexión de la consejería de educación, Guardia Civil…

¿Y España pretende (ja, ja) que los gibraltareños quieran ser españoles?

jueves, 23 de diciembre de 2010

> No

Si me siguen ya sabrán que soy algo raro. Por tanto y por congruencia, no les voy a felicitar las navidades. Y lo diré con todas las palabras: no me gustan.

Su banco seguro que se las felicita (salvo que esté en su lista de morosos), El Corte Inglés le habrá enviado su tarjeta de navidad, los centros comerciales wherever acariciarán sus oídos con dulzones villancicos mientras piensan en sus carteras, los Técnicos de Mantenimiento Urbano (antes basureros) llamarán a su puerta por única vez en el año para pedirle el aguinaldo.

Yo no les vendo nada ni les pido nada (en realidad sí, lo que pasa es que no les cobro). Ni tan siquiera les conozco salvo por sus escasos comentarios (ellos tampoco les conocen, no crean, aunque tengan todos sus datos).

Agradecería, por la novedad, no que alguien no me felicitara las navidades (¡qué mala educación!), sino que alguien se acordara de mí para no felicitármelas.

lunes, 20 de diciembre de 2010

> Viaje a Colombia y Ecuador, 1995 (VIII)

Como ayer estuvimos comentando las cien mejores películas de la cinematografía mundial hasta altas horas de la noche, hoy nos hemos levantado a las nueve, después de hora y media de haraganear. Cogemos un autobús que tarda sólo cuarenta y cinco minutos en llegar a Cotacachi. Visitamos un mercado muy colorista, con gran cantidad de indígenas; luego nos acercamos en ranchera a la laguna Cuicocha, en cuyo centro hay tres islas.

El sitio es bastante bonito, a 3.500 metros de altura y a la sombra del volcán del mismo nombre. La laguna es el cráter anegado por las aguas. Subimos por la ladera para hacer algunas fotos y nos encontramos con una inglesa que viaja sola, y con una pareja de catalanes que están dándole la vuelta al lago (cuatro horas). Nosotros no estamos para tales proezas, así que después de media hora de caminata paramos a hacer fotos y media vuelta. Buscando un medio para regresar nos encontramos con Marisol, de Tarragona, que lleva mes y medio en Ecuador, sola, conociendo el país. Es una fuente de información sobre la Amazonia y la costa; es muy suelta y sabe moverse. Damos una vuelta de veinte minutos en canoa por el lago y conocemos a una familia ecuatoriana de Cuenca muy amable, con una hija de trece años que es un sol de simpatía: charlamos un poco, nos preguntan por España y parece que arden en deseos de conocerla: no sé si por cumplir, pero nos dicen que nuestro acento es muy bonito...

Regresamos a Cotacachi con la catalana en la parte descubierta de una ranchera (ella dentro, con el conductor, que en realidad es maestro pero se ve obligado a complementar sus escasos ingresos). En el pueblo comemos los tres un plato de carne colorada (se llama así por la especia que le echan, achote) que es lo típico de la zona, con aguacate, maíz tostado, maíz hervido y patatas asadas. Marisol nos recomienda visitar las Galápagos (ocho días en barco por las islas en pensión completa más avión le sale por mil dólares, aunque a los ecuatorianos les sale por menos de la mitad) y la zona del Oriente, en la Amazonia (el calor y los mosquitos nos hacen dudar, así como la costumbre de comer gusanos vivos). Luego damos un paseo por el pueblo, que es más bonito que Ibarra, con una bonita plaza central y multitud de tiendas de cuero especializadas en artículos de calidad. Visitamos una galería de artesanía que tiene unos precios casi ridículos. Como ella se aloja en el pueblo nos despedimos para coger el bus de regreso a Ibarra.

Nos acercamos al tren para ver si hay novedades, y allí nos encontramos con una masa de españoles de Zaragoza, Durango y Valladolid que pretenden hacer lo mismo que nosotros. Están esperando a que den más información, porque parece que no hay tren. Nosotros al rato nos vamos al hotel para afeitarnos, ducharnos y comprar agua para el viaje de mañana y cosas para el desayuno en la suposición que el tren sale a las seis y media. Al cabo llegan los españoles como un solo hombre: no hay tren, les han dicho. No nos fiamos, así que como la zona de la estación está a oscuras por los apagones que hay todas las noches, compramos una caja de cerillas y pese a que el tendero nos recomienda no ir por allí porque "hay malandrines", nos metemos en la estación a oscuras y encendiendo cerillas conseguimos ver una hoja escrita a máquina que dice que el lunes catorce no hay trayecto a San Lorenzo por falta de máquina (la niña del hotel nos había asegurado que sí había). Desilusionados volvemos al hotel, pagamos la cuenta, nos dan la ropa limpia que habíamos entregado y nos vamos a la cama. Plan "B" para mañana.

Teníamos pensado levantarnos a las seis para ver si después de todo había tren; en lugar de eso nos hemos levantado una hora más tarde porque no hemos oído el despertador. En la estación no hay ningún tren, ni visos de que alguna vez haya habido alguno circulando por estos raíles, y nos dicen que hay derrumbes en las vías y que por lo menos tardarán una semana en despejarla.

A las ocho abordamos el autobús a Quito, que tarda dos horas. Cogemos un taxi y nos vamos derechos al Hotel Gran Casino, en la calle 24 de mayo, que en esta zona es más que dudosa, con prostitutas muy orondas de ajustados pantalones fosforescentes sentadas en los escalones de las puertas y sus chulos revoloteando ociosos alrededor. La habitación es la más deprimente de las que hemos visto hasta ahora, pero nos da el punto y aceptamos. Cogemos otro taxi que nos lleva a la estación de tren, vacía, destartalada, donde hay una sola locomotora que funciona con petróleo, del año mil. Intentamos preguntar algo, pero no hay absolutamente nadie. Un cartel informa que los sábados y domingos hay tren turístico a Cotopaxi y a Ambato (los turistas pagan diez veces más y en dólares). Seguimos haciendo indagaciones y nos topamos con un telegrafista del siglo XIX, con el pulsador tipo Morse, que nos dice que hablemos con el jefe de estación. Éste no está, y cuando al rato llega, entre muchas dudas, nos dice que vengamos a las cuatro de la tarde para ver si sale un tren de madrugada. No quería hacer una broma preguntando si tenían teléfono.

Volvemos a la ciudad y comemos en una chifa (restaurante chino) una comida cara y nada buena, aunque se agradece que sea sin arroz. A las cuatro y media vamos en otro taxi al ferrocarril, que está en la otra punta de la ciudad y es desconocido por varios taxistas a los que preguntamos. No está el jefe de estación, pero el maquinista nos dice que a las cuatro de la madrugada va a salir para remolcar la locomotora que vimos por la mañana, y que por lo tanto el viaje hasta Ambato puede durar unas quince horas (normalmente son siete). Que si queremos, a las cuatro, que no hace falta comprar billetes.

Al regresar al hotel vemos un accidente: un camión se ha quedado sin frenos en una cuesta abajo, y un bus que había delante lo ha ido frenando; en la maniobra parece que le han pillado las piernas a varias señoras, los del autobús han salido despavoridos y el camión se ha empotrado en el bus.

A las siete ya estamos en la cama. Hay que madrugar. Hoy ha sido el día más lacónico del viaje, no habremos cruzado más de cincuenta frases. No sé por qué, quizá porque Quito es una ciudad horrible, fea, muy contaminada, con un tráfico caótico y una gran miseria en las calles. Todo está en cuesta, todo ruinoso. Hay alguna plaza que en su día debió ser bonita, pero que hoy sólo es un recuerdo. El psiquiátrico está junto a la cárcel, mejor ni hablar. Una segunda Bogotá con intereses de demora.

Aquí los gobernantes, cuando hacen algo, se preocupan de recordar bajo qué mandato se hizo: obras en el campo de fútbol de Ibarra ("Sixto cumple", de Sixto Durán Ballén, el presidente de la República); que si el trolebús, tal lo ha hecho; que si el edificio para cual, lo hizo el prefecto de Imbabura, Mejía Montesdeoca, etc.

Todas las noches hay apagones de luz en algunos barrios de las grandes ciudades, en las pequeñas todos los barrios se quedan sin luz; parece que falta electricidad por la sequía, y los periódicos están muy preocupados por ello, así como por los cárteles colombianos que se están trasladando a Ecuador. Venden discos de Joan Manuel Serrat, Víctor Manuel, Marta Sánchez... son conocidos y apreciado al menos el primero (salió ayer por televisión). Hoy han dado por la radio la noticia del intento de atentado al Rey de España; le han dedicado cinco minutos. A los nombres de los presidentes de la República se les antepone su titulación (Ingeniero, Arquitecto...). Aquí también está muy alborotada la clase política por escándalos de corrupción; en este caso las sospechas recaen en el vicepresidente Dahic. Al mes de regresar a España, sale en la prensa que el tal prohombre ha huido del país y pedido asilo político.

jueves, 16 de diciembre de 2010

> Wikileaks

Empezaré diciendo que creo que a los fundadores de Wikileaks habría que hacerles un monumento, tanto por su brillante idea como por la gestión.

Una vez dicho esto no voy a aburrirles con los pormenores que seguro todos ustedes saben. Sólo dos reflexiones.

La primera, que casi todas las cosas que han salido a la luz ya se sabían, pero que ahora las tenemos en documentos oficiales que nadie ha tildado de falsos. Y sin embargo nadie ha dimitido, nadie se ha sonrojado en público. Como si tal cosa, como si nada: yo a lo mío y no admito preguntas. Esta falta de pudor y de asunción de responsabilidades es lo peor, lo que no es perdonable. ¡Ah, cuando la razón de estado intenta justificar la incompetencia, los intereses privados o simplemente la estupidez!

La segunda reflexión germina de la Pimpinela Escarlata que todos llevamos dentro. Al poco de la detención de Julian Assange, un grupo de saboteadores bloquearon las páginas web de la fiscalía sueca, paypal, mastercard y un banco suizo que a su vez había bloqueado los fondos de Julian Assange. Aunque sólo se quede ahí y no pueda decir que sea una señal de esperanza.

Los boicoteadores se muestran con la máscara del protagonista de la película “’V’ de Vendetta”, qué apropiado. Una vez más la realidad supera la ficción.

jueves, 9 de diciembre de 2010

> Más sobre funcionarios

Hace unas semanas hablé de los funcionarios y arreciaron los comentarios. Hoy volveré sobre mis pasos a raíz del plante de controladores aéreos del pasado día tres. Para aquellos lectores que no estén al tanto del día a día de España, les diré que el pasado viernes por la tarde los controladores aéreos decidieron por sorpresa no acudir a sus puestos de trabajo alegando enfermedad: estaban airados por un reglamento que el gobierno había aprobado por la mañana. Ese día se iniciaba un periodo de vacaciones de cinco días que muchos pretendían aprovechar para viajar. Algunos dicen que fueron más de medio millón de personas las afectadas, y se tuvo que cerrar el espacio aéreo español durante veinticuatro horas.

Los controladores son funcionarios, y el gobierno promulgó el estado de alarma nacional para que éstos pasasen a control militar y tuvieran que volver al trabajo bajo la amenaza de aplicarles las severas penas que el Código de Justicia Militar tiene reservadas para la desobediencia. El estado de alarma es el primero de los tres escalones que culminan en el estado de sitio, y no parece que el gobierno tuviera otra opción para obligar a cumplir con su obligación a estos funcionarios. Muy triste, tú.

Bien es cierto que si en vez de controladores aéreos hubieran sido secretarios judiciales, nadie hubiera notado nada y no se hubieran molestado en convocar un consejo de ministros extraordinario para decretar el estado de alarma. Los controladores son necesarios; los secretarios judiciales, contingentes.

Este tipo de bochornos se los pueden permitir EE.UU. o Francia, pero no un país como España permanentemente en la línea de separación. Imaginen las cancelaciones de hotel, los restaurantes vacíos, la imagen ante los turistas extranjeros, las vacaciones rotas, el dinero tirado por la borda en beneficio de nadie. Parece que el gobierno no tiene otra forma para obligar a estos funcionarios a que trabajen que prolongando el estado de alarma.

Coda: un televidente llamó por teléfono para participar. Dijo que se imaginaran que el presentador del programa se levantara de su asiento y se fuera dejando la silla vacía, ¿qué le ocurriría? Al presentador se le escapó un ‘prefiero no imaginarlo’. Pues eso.

lunes, 6 de diciembre de 2010

> Mola mazo

Vagueaba pasando de canal en canal y recalé un rato en la cadena MTV en español. Era algo parecido a un documental, un biopic, con la historia real de una chica estadounidense embarazada con dieciséis años.

Los padres de ella, al principio, se enfadaron, pero luego entraron en razón y como para expiar su culpa decidieron acoger también al padre, un quinceañero con acné pegado a un móvil sin oficio ni beneficio pero con la gorra de béisbol puesta a sol y a sombra.

No pasaba nada malo. Todo era apoyo, vida fácil, ninguna consecuencia negativa. Si había algún mínimo contratiempo, en seguida acababa con un abrazo. La chica comentaba el móvil que le habían regalado, cómo iba la decoración de la habitación del futuro bebé, la zozobra porque la cunita que encargaron no llegaba… La conclusión que yo sacaría si fuera una adolescente que estuviera viendo el programa es que para qué voy a tomar medidas anticonceptivas, si me espera esta vida tan cómoda y reluciente. En resumen, lo de siempre: hagas lo que hagas nunca te pasará nada (malo).

jueves, 2 de diciembre de 2010

> Viaje a Colombia y Ecuador, 1995 (VII)

Se supone que deberíamos haber cogido el autobús de las siete para Ipiales; pero no, y no ha sido por quedarnos dormidos, sino durmiendo.

El paisaje a Ipiales es realmente muy bonito, con unas montañas impresionantes, a ratos bastante secas. Hay un tramo de varios kilómetros, unos cincuenta antes de Pasto, donde nos dice el conductor que la gente es muy pobre: efectivamente vemos en los arcenes a ancianos y niños con la mano extendida hacia los automovilistas; ninguno para. Llegan a poner una cuerda de trapo de lado a lado de la carretera, y cuando faltan veinte metros para que la cruce el vehículo la levantan a la altura del conductor para que éste se asuste y frene; el nuestro ya se sabía el truco y aceleró.

Pasamos por Pasto, capital del departamento de Nariño, muy alta y fría, cuyo aeropuerto está sólo a treinta y seis kilómetros de la ciudad, para compensar el hecho de que la terminal de autobuses está sólo en las afueras del casco urbano. No tiene mucho encanto, y sí el caos de una ciudad grande. El plato típico es el cuy o curí, un roedor asado que tenemos intención de probar en cuanto podamos.

El conductor es dicharachero, para el común colombiano; los comentarios enseguida se amplían al resto del autobús: no saben que en España se habla español, piensan que también hay cafetales, inglés y dólares. Como saben que los españoles dominaron estas tierras supongo que explican el hecho de que ellos hablen español por un secular atraso o porque piensan que les cambiamos el oro por un lenguaje de quincallería que nos sobraba. Dicen que en Ecuador no caen bien los colombianos, y menos aún los peruanos. El conductor nos dice que el ejército tiene miedo a la guerrilla, y mientras puede evitarla la evita, aunque haciendo el paripé. Aquí en la zona sur del país hay petróleo, y nos enseñan al paso el oleoducto por el que dicen que lo llevan en bruto a Tumaco, en la costa, para embarcarlo a Estados Unidos, refinarlo y vendérselo de nuevo a Colombia mucho más caro.

Llegamos a Ipiales a las cuatro y cambiamos dinero (70$=170.000 sucres) a un cambista de la calle. Un taxi nos lleva a la frontera junto con un indígena ecuatoriano que viajaba en la furgoneta, al que ayudamos a llevar un saco. Pasamos las dos fronteras y nadie nos dice nada, pero como creemos que es importante tener los sellos en el pasaporte, damos la vuelta al puesto colombiano, donde nos dan un sellito de papel. Cruzamos de nuevo el puente internacional sobre el río Rumichaca, y un policía-proxeneta ecuatoriano, con botas negras de punta y bandera norteamericana en la guerrera, nos para y pide pasaportes, de dónde venimos, a dónde vamos y qué llevábamos en el saco que antes habíamos llevado con el indígena. Le decimos que no lo sabemos porque no era nuestro; él insiste en que el indígena le ha dicho que el saco nos pertenecía. Mantenemos la mirada cinco segundos, me hace abrir el bolso y ojea el seguro de viaje, sin entender nada. Nos deja pasar, sin levantarse siquiera del poyete sobre el puente, con las piernas colgando. Al otro lado sellamos en Ecuador, con un policía-militar del mismo estilo.

Cogemos un colectivo a Tulcán muy barato (s/ 2.000). Allí comemos un poco de pollo con arroz después de esquivar a los vendedores de billetes de bus; mientras, por la radio Víctor Manuel y Ana Belén cantan La Puerta de Alcalá.

A las cinco y cuarto salimos para Ibarra. La carretera es bastante buena para lo que estamos acostumbrados. Las cosas parecen mejor hechas aquí, aunque tampoco hay que exagerar. El elemento indígena es mucho más acusado; también hay algún representante de las negritudes. Llegamos a las siete y media, y un taxi nos lleva al hotel Imbabura, que aunque muy barato nos parece muy cutre pese al ambiente internacional que lo habita; en realidad no soporto ver un estanque con patos de plástico. Anduvimos un rato a oscuras y al final nos acomodamos en el Hotel Madrid, que está bien aunque carísimo (s/ 35.000) para este nivel de vida. Salimos a cenar como reyes: un filete con arroz, cervezas de medio litro para cada uno y papaya (fruta anaranjada, bastante sosa, con textura entre plátano y melón). Estos precios nos hacen barruntar que el viaje se empieza a animar, y sonreímos satisfechos mientras con gesto prepotente apuramos nuestros botellones de cerveza Pilsen de medio litro.

Reflexión antes de dormir: ¿sería gaseosa, tal cual nos dijo, lo que llevaba el indio en el saco? A la vista del fajo de pesos que cambió, sospechamos que no.

Nos hemos levantado como nuevos. Desayunamos huevos fritos, café, zumo y pan. Los bancos están abiertos, pero sólo cambian de lunes a viernes; parecen bastante modernos y la gente es afable. En una casa de cambios nos pagan 2.552 sucres por dólar, por lo que cambio 250$ y Carlos 150$: ¡tenemos más de un millón de sucres! Nos dicen que el salario mínimo son s/ 100.000 (5.000 pesetas). Ecuador es muy barato, pero para ellos debe ser carísimo.

El pueblo, que no tiene mucho que ofrecer, es un estilo a Popayán, con sus casas blancas de uno o dos pisos, su estructura ortogonal, las iglesias reconstruidas a lo moderno por los terremotos... Lo curioso del pueblo lo constituyen las pintadas; he aquí un florilegio: "Talco: el único polvo que se echa con la mano y no es paja", "Bebo para olvidar las penas, pero las desgraciadas salen nadando", "El patriotismo no se pinta en la pared", "Si el estudio da frutos, que estudien los árboles", "Un Dios invisible derrama su polen sobre un turbio territorio de desiertos mentales", "La idea del suicidio me está matando", "Haga patria: denuncie a los peruanos".

Vamos a la estación de tren para informarnos: cuando llegamos aún no está abierta, y a las dos horas, cuando regresamos, ya había cerrado. Un señor muy amable nos dice que con estar el lunes a las seis allí, se puede sacar billete. Damos otro paseíto por la ciudad más por deber que por convicción. Almorzamos una cerveza y churrasco acompañado de carne, arroz, papas, dos huevos y rábanos. Aquí en hoteles y restaurantes atienden niños, y además muy jóvenes.