sábado, 31 de julio de 2010

> Pereza

En la emisora de radio Cadena Dial hay una autopromoción que recuerda a ‘Sexo en Nueva York’. Una pija comenta a sus amigas que ha entrado en una ‘Peluquelía’ en vez de en una ‘Peluquería’ y, claro, la china le ha estropeado el pelo y el día, y sólo encuentra consuelo en las canciones de la emisora.

No hace falta ser china y vivir en España para sentirse decepcionado. No sólo por el desprecio hacia los chinos, sino por recurrir a ellos, que es el chiste fácil, en vez de calentarse un poco la cabeza para encontrar un argumento mejor. Hace no mucho tiempo discriminaciones y risibles como éste se prodigaban en Europa respecto a los españoles, pero ya los hemos olvidado por la cuenta que nos trae y porque apenas salimos fuera.

La pereza puede ser el origen de una cima o de una sima: ¿por qué ese empeño en caer bajo, en ser cutre? Ay, la caspa y el ajo.

miércoles, 28 de julio de 2010

> Hugo, Boss

He visto por televisión al presidente venezolano intentando asustar a los EE.UU.: “- Aunque tengamos que comer piedras, les cortaremos el suministro de petróleo”, ha dicho.

En realidad, si hubiera querido ser exacto (lo que no quería), hubiera dicho: “- Aunque tengáis que comer piedras, les cortaré el suministro de petróleo”.

No sé qué tal lo está haciendo este señor en su país, aunque me lo temo. De lo que no tengo dudas es de lo irrisorio que resulta cuando retransmite la exhumación de los restos de Simón Bolívar, cuando exhibe una estampita religiosa en un programa de televisión o cuando protagoniza el espacio ‘Aló presidente’. Y aun así, o precisamente por eso, gana las elecciones.

Aunque no sé de qué me extraño: aquí en Europa tenemos, mutatis mutandis, a Berlusconi, en América a Evo Morales o en Asia a Ahmadineyad. Hay otros mundos, pero están en éste.

domingo, 25 de julio de 2010

< Con palabras: Parque-E

Un día llegaron una excavadora y varios camiones. En pocas horas allanaron el terreno, hicieron los agujeros y plantaron los árboles. Pensaron que ya tenían un parque.

Pero llegó el verano y los árboles se secaron: no tenían ningún sistema de riego, y en Málaga hace mucho calor. No había ni una papelera (¡y aunque la hubiera habido!), y pusieron la feria al lado: el suelo se llenó de botellas vacías.

Pensar por el bien público cuando es el dinero público el que lo sustenta es un esfuerzo que no resiste la pereza.

jueves, 22 de julio de 2010

> De funcionarios y linces ibéricos

Crisis ha habido muchas, pero la percepción de una se siente cuando los funcionarios manifiestan su enfado: ¡qué mal tiene que estar todo que hasta los funcionarios! Sé que tengo un problema con ellos, y acaso esto me consuela porque el reconocimiento es el primer paso para la curación. Pero si me curase, ¿sería como ellos?, ¿la indolencia me asaltaría desde la media hora que se convierte en una hora para el desayuno hasta la media hora antes que se van a casa y durante las largas pausas para charlar con los compañeros mientras los ciudadanos esperan?, ¿comprenderles es ser su cómplice, asumir su visión o ceguera de la vida?, ¿ponerle a cada solución un nuevo inconveniente?

Los funcionarios son una especie más protegida que los linces ibéricos, pero a diferencia de éstos no requieren protección: se protegen a sí mismos por su elevadísimo número y su pétrea terquedad en el error asistida por su trabajo fijo. Los linces ibéricos, aunque no lo crean, no copulan cuando llueve; los funcionarios sólo cumplen su jornada los días de lluvia (“para estar fuera mojándome, mejor me quedo aquí calentito, a ver si escampa”). Los funcionarios devoran a los eficientes: les estropean su nicho ecológico.

Los linces ibéricos, en fin, son gráciles y bellos; los funcionarios desayunan dos veces al día (aunque desde junio no piden tostadas).

Ps/ No se consideran funcionarios a estos efectos a los médicos, bomberos (por lo que pudiera pasar), profesores ni personal de los juzgados de paz. Si usted tiene otra ocupación y es funcionario, tampoco se dé por aludido.

lunes, 19 de julio de 2010

> Árbol genealógico

Hace un par de meses decidí investigar sobre mis antepasados y representar los resultados en un árbol genealógico. Esto quizá sea uno de los máximos exponentes del narcisismo, pero, en fin, peor es irse a la calle a pegar tirones a los bolsos de las ancianas.

Partía de una pequeña reseña de mi abuelo y de mi bisabuelo paternos hecha por mi padre. De la parte de mi madre, sólo los nombres y ni una sola fecha. A partir de ahí con la ayuda de Google, de amables funcionarios de juzgados de paz, de varios registros civiles y del archivo diocesano de Málaga (y, por qué no decirlo, pese a la miopía del obispado almeriense), he conseguido un árbol frondoso que en alguna de sus ramas llega hasta el siglo XVI.

Este trabajo no sólo es algo que colocaré sobre el estante de la chimenea a la espera de los ‘oh’ de admiración, sino que además disfruto de esta mezcla de investigación, contacto humano, capacidad de persuasión, organización y tecnología. Es además una tarea artística en el sentido de que nunca se acaba, si acaso se abandona: cuanto más se progresa más se amplía.

Me permito recomendarles esta distracción, si es que sólo es eso. Salvo que tengan algo realmente mejor que hacer, lo que tampoco es una excusa para no empezar.

viernes, 16 de julio de 2010

> Locus amoenus (lugar placentero)

Regreso a la playa de la Mar Chica, en Marruecos, cerca de Melilla. Hace casi una vida que no voy, pero cuando iba podías comer erizos hasta hartarte y burgaíllos con un alfiler y coquinas con sólo remover un poco con los pies en la arena. No había nunca nadie en kilómetros a la redonda, y el mar siempre estaba cálido, limpio y con suaves ondas. Había arena, pinares que daban sombra y un estimulante monte custodiando uno de los extremos de la laguna. No tenías que preocuparte de nada, y si querías había tortilla de patatas hecha a primera hora de la mañana y piriñaca (lo mejor era mojar el pan).

Por aquel entonces no conocíamos de los terribles peligros del sol, por lo que ni oíamos hablar de cremas, y siempre regresábamos con insolación. A la vuelta nos dormíamos en el seiscientos y amanecíamos en nuestra cama con un poco de arena entre las sábanas y la espalda colorada.

Sin duda hay playas más espectaculares, como las de las islas Phi-Phi en Tailandia. Ruinas entre las que se puede nadar, como en la Heliópolis de Pamukale, en Turquía. Paisajes majestuosos en los fiordos noruegos. Noches estrelladas en Wadi Rum. Un viaje en tren por el Urubamba. La gente en Colombia, la primera visión del monte Saint Michel o el campesino de Siros que sólo con coger un puñado de tierra parece representar una tragedia griega.

Pero nada se puede comparar al sabor de la sal marina, al picor del sol y a hacer un castillo de arena con tu padre, salvo que ahora seas tú el padre.

“Al lugar donde has sido feliz no deberías tratar de volver”.

martes, 13 de julio de 2010

> ¿Campeones?

Me alegro de que la selección española haya ganado el mundial de fútbol. Sin embargo me queda un regusto amargo, ¿por qué?

No soy aficionado al fútbol, y eso juega en contra. Pero hay más. El espectáculo no estuvo en el terreno de juego, sino en los espectadores: la exaltación por un éxito de un equipo en el que no jugamos y del que no vamos a tener más beneficio que la ilusión y unas cervezas y la morbosa exhibición de Sara Carbonero. Después del gol de Iniesta eso no importaba, porque somos humanos, pero no pensemos que somos mejores que Holanda (por ejemplo): veamos los índices de paro, las cifras de PIB por persona, los niveles educativos… Eso no parece importar cuando el sentimiento de grupo está en horas altas, aunque en unos días volveremos a quejarnos del paro, de la hipoteca, de Telefónica. Hay cosas que importan y cosas que no, y esto, señoras y señores, lo siento, pero es un simple partido de fútbol: el mérito no es traerse una copa para devolverla dentro de cuatro años, sino que los trenes lleguen a su hora.

Eso es lo que pasa: que en España siempre ganan los mismos. Bueno, no siempre, pero muchas veces.

sábado, 10 de julio de 2010

> Cumpleaños

Este dietario es como un bizcocho: el esfuerzo que cuesta hacerlo sólo se justifica por el placer de comerlo, y hace dos años y más de cuatrocientos artículos que empecé a escribirlo. Supongamos que este tiempo es la mayoría de edad de un dietario, o el paso de los treinta o la llegada de los cuarenta. El caso es recordar.

Cuando empecé no tenía ninguna expectativa respecto al número de lectores o los comentarios que harían, pero al poco me preocupaba aumentar la cifra de seguidores. Sin embargo éstos crecían tímidos, y los comentarios, más. Pero creo que escribir un dietario debe hacerse por el placer de hacerlo, aunque es de justicia reconocer que una gran audiencia ayuda mucho. De hecho, mi público me dice cada día: vete a la piscina y deja el ordenador.

Desde un blog de economía, un amigo al que nunca he conocido me recomendó en varias ocasiones a sus lectores, y mis índices de audiencia aumentaron. Ese blog cierra de vez en cuando porque la vida es corta y el arte extenso. Su decisión es humanamente justificable, y personalmente envidiable.

Pero ya ven lo raro que es uno. Ni ley de rendimientos decrecientes ni piscina: narcisismo. ¿Acaso hay otra cosa? Felicidades si estás ahí.

domingo, 4 de julio de 2010

> Los siete enanitos

Los siete enanitos del cuento eran adultos pese a su corta talla. Eran bondadosos y juguetones y estaban a entera disposición de Blancanieves. De hecho, si no hubiera sido por ella, nunca habrían salido en esta historia y vivirían ignorados en un bosque perdido, y aunque quizá nos hubiéramos perdido un buen cuento, hubiéramos dormido más tranquilos, con más certezas.

Como eran enanitos, daban saltos para destacar a ojos de Blancanieves, pero como eran torpes siempre perdían el equilibrio y se caían rompiendo algo (una bombilla de bajo consumo, un diccionario). Luego, muy serios para que no se les notara, hacían alguna declaración para aprovechar las cámaras que habían acudido al ruido del estropicio. Cuando hacían algo realmente mal, sus primos mayores (Alfredo y José) les castigaban a sentarse en su sillón en silencio y a no poder hacer más tonterías durante un tiempo: ese era el peor castigo, porque ellos lo que querían era dar saltos ante Blancanieves.

Aún no sabemos el final de esta historia, que la tendrá. Lo malo es que dejará el listón a la altura de los enanitos.

jueves, 1 de julio de 2010

> El archivo de la vida

He pasado varios días buscando en partidas bautismales de hace siglos. Parece un milagro que pueda tener entre las manos un libro que compartió época con Napoleón o con la batalla de San Quintín. Cada página tiene dos partidas escritas a mano; a lo largo de las décadas cambian las letras, pero permanece el mismo cuidado. No sabían para qué, pero creían que era importante.

Pese a que son los nacimientos de un pueblo pequeño y leo rápido los nombres, puedo estar horas inclinado sobre el escritorio para rastrear sólo un legajo. Pasan cientos de personas entre mis manos, y ninguno está ya aquí y nadie se acuerda de ellos. Sólo son nombres que, por casualidad, se han conservado. Nadie sabe de los seis hijos de María Bernal, ni del sometimiento que sufrió Francisco de la Rubia, ni por qué Catalina Becerra murió doncella y manchó de lágrimas su testamento. Son sólo nombres enterrados entre las páginas de un libro cuya tinta se pierde devorada por las polillas del tiempo. Dentro de pocos años no quedará ni eso.

Es una labor triste, porque sabes que ante esto nada es importante, aunque también reconforta descubrir tu hilo con el pasado y que hubo personas que trabajaron para que esa memoria permaneciera en el tiempo no sabiendo con qué fin. De nuestro paso por este mundo no vamos a dejar ningún rastro, ninguna huella, salvo este poco. Tú también estarás en una página de uno de esos libros, o peor aún, en algún remoto sector de un disco duro ilegible que nadie tendrá entre sus manos dentro de trescientos años.