martes, 28 de febrero de 2012

> ¿El infierno en buenas manos?

Es muy triste por patético alabar a quien está en el poder. Me refiero, claro está, a esas alabanzas que buscan subirse al carro ganador aunque sólo sea por el olor lejano, lejanísimo, del laurel. Aquellos avisados lectores que me sigan desde hace tiempo sabrán que fui muy crítico con el anterior gobierno cuando gobernaba, por lo que espero no pecar si alabo algo al actual. Tenía que escribir esto como preámbulo para poder dormir tranquilo.

No me ha gustado que el nuevo presidente del gobierno compareciera en el Congreso más de un mes después de su toma de posesión. No me ha gustado la reforma laboral. No me ha gustado la sumisión de De Guindos en Europa. No me gusta Ana Mato.

Sin embargo, y ahí está el quid, todo esto se lo perdono porque parece que tienen un plan, porque parecen un gobierno, porque no les tiembla demasiado la mano, porque no se ve acné. No tiene mérito que se hayan hecho cargo del poder en unas circunstancias como las actuales (sin estas circunstancias no habrían llegado al poder), pero sí lo tiene el que hagan lo que hacen sin confiar en que el tiempo todo lo arregla. Qué favor más enorme les hizo Zapatero dejando el listón donde lo dejó.

Melancolía: Joseph Josep Borrell dijo hace unos días que le parecía sorprendente que fuera un gobierno de derechas el que haya puesto un tope a los sueldos de los directivos de los bancos que reciben ayudas públicas, cuando el gobierno anterior, supuestamente de izquierdas, nada hizo salvo indultar a Sáenz. Es sólo un ejemplo.

Hay muchas esperanzas puestas en este gobierno, aunque sean esperanzas tristes porque los tiempos son negros y vienen recortes y rechinar de dientes. También había muchas esperanzas en Zapatero y en Obama, y ya ven.

viernes, 17 de febrero de 2012

> Vive la France manque pierda

No sé si España tiene un problema de competitividad (seguro que sí), pero lo que desde luego tiene es un problema de competencia: los que trabajan no siempre son los más capaces (digámoslo así). Vuelva usted mañana.

Bajaré al terreno de lo cotidiano, a esa experiencia personal que estadísticamente no representa nada pero que moldea nuestras ideas (las mías no son trascendentes, pero las experiencias personales de Rajoy seguro que influyen más que números y gráficas).

El caso es que salí a comer a un restaurante, y pese a que en la sala había unas veinte mesas y sólo una ocupada, el camarero sólo se acercó para decirnos que si nos importaba ponernos en la mesa de cuatro en vez de en la de cinco. Veinte minutos más tarde ni tan siquiera nos había tomado nota de las bebidas. Nos fuimos.

Nos sentamos en una pizzería donde supusimos que el servicio sería más rápido. Craso error. Estuvimos sentados quince minutos antes de que nos trajeran las cartas, y otros quince esperando que nos tomaran nota: las pizzas tardarían al menos otra media hora. ¿Tardaron tanto porque los camareros estaban desbordados? No, eran tres para quince mesas. También nos levantamos.

Al final nos fuimos a un restaurante chillout regentado por un francés que en menos de un minuto ya nos había puesto las bebidas con unas aceitunas y estaba marchando la comanda en la cocina, y eso que estaba lleno.

Al día siguiente entré en un concesionario de Seat para interesarme por un vehículo que había visto anunciado a un precio ventajoso. Ninguno de los tres empleados me atendió antes de diez minutos, y no porque estuvieran con otros clientes, no, sino porque los tres estaban comentando el golpe que un coche tenía en una puerta. Cuando se dignaron atenderme me dijeron con condescendencia que el modelo ofertado era casi una quimera, que había que pedirlo a fábrica y tardaría más de dos meses... Me he comprado un Peugeot.

Será casualidad, irritación o la semana de Francia en El Corte Inglés. Menos mal que España tiene un buen clima, todavía no nos multan por cruzar la carretera por donde no hay paso de peatones, y que la tortilla francesa es ridícula comparada con la española.

martes, 7 de febrero de 2012

> Spanair y Betamax

Los que se ven en la necesidad de coger aviones de continuo, lo aprecian la primera vez, pero a partir de la quinta ya se sienten asqueados. Quien se haya visto en esas circunstancias sabe la paciencia que se pierde, el tiempo que no se gana y el aborrecimiento a Iberia en particular y a los aeropuertos en general. Sin embargo, con Spanair, había esperanzas: te trataban bien, los aviones salían a su hora y hasta hacían rifas en las que tocaba un viaje a Santiago de Compostela. En Iberia, a las afueras de Madrid, tienen un hangar donde guardan los impresos de reclamaciones que les presentan sus clientes, todos sin contestación.

Con algunas prevenciones está bien ser agradecido, y debemos estarlo con Spanair. Luego ocurrió el terrible accidente de Barajas: parece que las cosas en la sala de máquinas no funcionaban como las sonrisas de las azafatas. También hemos visto las cocinas de VIPS y no se diferencian de las del bar de la esquina, aunque las patatas fritas te las cobran mucho más caras.

Spanair daba mejor servicio que Iberia o que Air Europa (¡Dios nos guarde!). El sistema de vídeo Betamax era mejor que el VHS, pero fue éste el que se impuso (ahora, cien años después, todos calvos). No gana el que se lo merece, sino el que mejor se lo monta.