sábado, 22 de junio de 2013

> Je pars en vacances

Me voy a Francia. Necesito algo de esperanza, y he escogido como ejemplo el país vecino, como en los sesenta.

Cierto que no toda España es igual, pero no es por la crisis que cada vez aquí funciona todo peor, desde cuando pides un café en el bar hasta cuando matriculas a tu hijo en el colegio. Recuerdo hace años otros viajes a Francia en que se atravesaban pueblitos pequeños adornados con bouquets de flores generosas, la gente era reservada pero educada, nadie pretendía una conversación a gritos con el vecino que estaba en la calle de enfrente, los ciudadanos también compraban en tiendas y no sólo en centros comerciales: todo tiempo pasado fue mejor, y aún más si uno era joven y ensoñador.

Ya les contaré a la vuelta. Una vieja fue a los baños, y trajo para contar cien años.

lunes, 10 de junio de 2013

> El pésame

Recuerdo el primer velatorio al que asistí. Debía tener doce o trece años, y la abuela de un amigo acababa de fallecer. Los tres o cuatro que íbamos en pandilla no parábamos de reír porque todo nos hacía gracia, incluso las cosas a las que estábamos habituados y nunca nos habían divertido.

La mayor parte de las veces el pésame es una manifestación de educación y civilidad, a la que los muchachos a veces son ajenos. Aunque lo digamos, no nos duele ni sentimos desesperación por la pérdida del padre de un conocido al que no habíamos visto nunca antes, ni nos pasamos varios días tristes reflexionando por ese hecho. En realidad, después del pésame seguimos con nuestra rutina como si tal cosa, pero con el convencimiento de que el mal trance era obligado. No me refiero, claro está, a los casos en los que estamos emocionalmente implicados con el fallecimiento (¿seis, siete veces en nuestra vida?), sino con las decenas de situaciones en las que nuestra relación de convivencia nos sitúa ante esa obligación social.

lunes, 3 de junio de 2013

> Tonterías las justas: “Pase usted primero”

Al entrar en una biblioteca abrí la hoja de la puerta y cedí el paso a una señora que venía detrás. Me dijo: “Eso es machismo galante”. En el tiempo que tardé en elaborar una respuesta acorde, ella ya caminaba lejos y no era cuestión de abordarla con algo que se pudiera describir de alguna forma antitética.

El caso es que tenía razón, pero me han educado así, qué le voy a hacer. Lo que no quita, créanme, para que algunas veces ceder el paso a una mujer fuera un recurso fácil para verle el trasero a hurtadillas (¡qué tiempos!).

¿Debemos los varones cederles el paso a las mujeres? Parece que lo conveniente sería hacerlo sólo a aquellas que lo valoran. Pero en esto es mejor pecar por exceso que por defecto; y si uno se equivoca, pedir disculpas. Varias veces he visto caer al suelo a personas impedidas y me he apresurado a ayudarles. En más de una ocasión en el agradecimiento de palabra había un gesto mayor de desaprobación: “eso es condescendencia galante”, parecían decir. La próxima vez debo llevar ya la contestación preparada: “Lo siento mucho: no he podido evitarlo”.