miércoles, 18 de noviembre de 2015

> Yo también quiero

A los españoles, como a los rusos, nos encanta echarnos piedras encima pero ¡que nadie nos las eche! Así, entre los pecados capitales que adornan nuestro medallero de defectos está la envidia. Y eso es lo que sentí cuando vi por televisión la actitud de los espectadores franceses que desalojaban el estadio de fútbol tras los atentados del pasado viernes:

http://videos.marca.com/v/aXvywSZXm43-cantan-la-marsellesa-mientras-abandonan-saint-denis.html

Y también es lo que sentí cuando he visto cantar a los ingleses La Marsellesa en Wembley:

http://deportes.elpais.com/deportes/2015/11/17/actualidad/1447788977_522074.html

No sé si España (el Estado español, quiero decir) ha sido alguna vez un país normal, pero en muchas cosas no lo es en la actualidad. Al menos según la normalidad de nuestro entorno.

Hoy he leído que nos cabe el raro honor de ser uno de los tres países del mundo, junto con San Marino y Bosnia-Herzegovina, que no tienen letra en su himno. La tuvimos con Franco, con letra de Pemán; la tuvimos con el Himno de Riego, durante la II República. Hicieron intentos Aznar y el Comité Olímpico Español, pero no había consenso. Hasta Joaquín Sabina hizo un meritorio esfuerzo. Pero nada.

Sin embargo lo que de verdad une a una comunidad en la emoción son los mitos, los símbolos. Y de eso andamos escasos, salvo de cuadros como el de 'Duelo a garrotazos' de Goya: gracias Financial Times por ampliar nuestro repertorio de piedras encima.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

> Atardecer

Ayer por la tarde, cuando ya parecía que el día no iba a deparar más novedades y concluiría con una plácida cena y una sobremesa ordenada, llamaron al timbre. Me asomé al camino y vi a cuatro jóvenes como de veinte años. Ninguno parecía estar en condiciones de iniciar una conversación deliberativa, excepto una de las mujeres. Me explicó, ay, que eran los nietos de los antiguos propietarios de la casa. Sus abuelos habían fallecido unos años atrás y en un ataque de nostalgia querían volver a ver la casa en la que habían pasado tan buenos ratos cuando ellos eran unos críos.

Por supuesto les invité a pasar. Sólo una hablaba, los otros asentían y emitían sonidos guturales de afirmación. No podía mirar a ninguno sin ver gramos de piercings y gomina, lo que me pone muy nervioso. Hicieron fotos con sus móviles, y recordaron con monosílabos.

Parecían tan de este planeta que alguno podría haber dicho eso (si hablaran) de: "he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión....". Cuando se fueron miré en derredor a la calle: el androide quizá fuera yo.