lunes, 30 de agosto de 2010

> Reseña: “El asedio”, de Arturo Pérez-Reverte

Siempre me cayó mal este novelista, excepto cuando era reportero. Nunca había leído nada suyo, salvo alguna página en los suplementos del periódico del domingo. Me parecía, me parece, que luce una seguridad sobre sí de ésas que hacen daño a los demás. Y esto sin conocerlo, lo que son los prejuicios.

“El asedio” se lee con interés y es de los libros que no se abandonan fácilmente, a pesar de sus más de setecientas páginas. Por volumen, es heredero de un best-seller (no se justifica un libro de esos precios con pocas páginas, parece decirse). Y también por lenguaje (demasiadas descripciones navales y demasiados demodés ambientales). Hay amores, guerra, asesinatos e intriga, y todo bien gestionado (sic).

Recomiendo su lectura porque seguro que le cautiva como me cautivó a mí (la pasión es siempre recomendable). Sin embargo, al terminarlo, me pregunté por qué si tanto Pérez-Reverte como García Márquez cultivan el mismo género, la novela, al primero se le llama novelista y al segundo escritor.

viernes, 27 de agosto de 2010

> Nápoles 1989 (y IV)

Al oeste de Nápoles se encuentran los Campi Flegrei, apenas visitados por los turistas y no menos interesantes que la zona oriental. Pozzuoli es el centro de la región, e interesa visitarla por la animación de sus calles y el caos que comparte con su vecina Nápoles. Posee varios monumentos de época romana, como el Serapeum, un antiguo mercado, o el Anfiteatro, uno de los más grandes y mejor conservados pese a los terremotos que sacuden la zona. Cerca de la ciudad se encuentran las Solfatara, fenómenos volcánicos de aguas termales, fango hirviente y fumarolas.

Algo más hacia el oeste podemos visitar las ruinas de la vieja ciudad de Cumas, fundación griega del siglo VIII a.C. En su época, éste fue uno de los lugares de peregrinación más importantes, ya que aquí residía la Sibila, famosa por sus oráculos. Cuando los romanos abandonaron su culto en el siglo I d.C. transformaron su antro en una cisterna de agua; en la actualidad sirve para que las parejas de recién casados se fotografíen ante la puerta.

Al sur de Cumas, en la ladera de una colina que mira al golfo de Pozzuoli, se extienden las ruinas de las termas de Baia, las más famosas de la antigüedad y las mejor equipadas. El complejo termal estaba rodeado por las más lujosas villas de la aristocracia romana, ahora desaparecidas bajo el nivel de las aguas. En la actualidad hace falta mucho calor para querer bañarse en sus playas. En las cercanías, un imponente castillo aragonés recuerda el señorío de la corona sobre estas tierras. Apenas a un par de kilómetros, ocupando un cráter, se encuentra el lago Averno, que dicen ningún pájaro cruza sin perecer en sus aguas por los gases que expele; los antiguos consideraban con no poca razón que en este melancólico paisaje estaba una de las entradas al mundo del más allá.

El nombre de Nápoles viene de los griegos, que la llamaron Nea Polis (Ciudad Nueva). Antes, sin embargo, se la conocía por Parténope, nombre de una de las sirenas que moraban en cierta isla de la bahía napolitana. Con su canto atraían a los marinos que escuchaban su música hasta que el barco encallaba en las rocas y naufragaba. Había que taponarse los oídos con cera como hizo Ulises para no sucumbir a su encanto. La moderna ciudad continúa esa leyenda, aunque también por el ruido.

martes, 24 de agosto de 2010

< Con palabras: Sexo veraniego

Todo en esta foto es verano: la luz, la estera, las moscas, el sexo y la pasión (if any). También, aunque no salga en la foto, la siesta del fotógrafo, el vino tinto con casera que estaba al lado y “Gloomy Sunday’ de Sinead O’Connor.

Con un título como éste uno espera encontrar un cuerpo humano, solo o en compañía de otros, en una playa, y algún elemento pasional. Pero lo siento por el antropocentrismo: hay más moscas que humanos en verano y, a veces, más pasión (riesgo) en los actos de las moscas que en los humanos (y si no me creen, pregúnteselo a éstas). Gloomy Sunday.

sábado, 21 de agosto de 2010

> Autorretrato con lirios

Algunos me critican por mi falta de confianza en el ser humano, por ser pesimista, por creer perder antes de empezar. Ellos son optimistas, claro, y por tanto ven su crítica diáfana, qué suerte. Es cierto que suelo ver la botella medio vacía, en especial si el contenido me gusta, y que me cuesta lo indecible empezar porque antes tengo que desbrozar una selva de inconvenientes que nacen de la experiencia (cada cual tiene la suya).

Soy pesimista, y no creo en el ser humano, lo siento por si se habían hecho esperanzas. Creo, eso sí y a ratos, en ciertas personas y en ciertos momentos, sobre todo en ciertos momentos: todos tenemos debilidades y sucumbimos a ellas unas veces bajos los focos y otras cuando nadie nos ve, como las lágrimas en televisión.

Aunque pueda parecer más presuntuoso que triste, soy un pesimista kantiano, por lo que el pesimismo no me lleva a la inacción ni a la maldad, sino al reconocimiento de hacer las cosas por su propio valor, no porque yo deba ni los demás se lo merezcan, aunque a veces yo deba y algunas personas sí se lo merezcan.

miércoles, 18 de agosto de 2010

> Nápoles 1989 (III)

Al este de Nápoles se encuentran las célebres ruinas que todos los turistas van a visitar: Pompeya y Herculano. Y el responsable de todo, el Vesuvio. A las excavaciones es fácil llegar en un tren de cercanías, el Circumvesuviano, que parte cada pocos minutos de una estación subterránea cercana a la Stazione Centrale.

La mayor parte de los pueblos que rodean la metrópoli tienen el aspecto hacinado de las ciudades-dormitorio de clase baja que se desplaza a diario a Nápoles, aunque todos se aglutinan alrededor de su ruina particular de la que se sienten orgullosos y extraen buenos beneficios en verano. La gente de estos pequeños pueblos es más abierta y habladora que sus vecinos de la capital. Incluso se interesan por la identidad de los turistas, y cuando oyen hablar en español aseguran -¡Ah, milanese!

Pompeya fue sepultada por la lava del Vesuvio en el 79 d.C. Sin duda es visita obligada, pero al mismo tiempo es una de las mejores ciudades romanas preservadas por la naturaleza y peor conservadas por el hombre: los arqueólogos del futuro harán completísimos estudios sobre los envases de bebidas refrescantes abandonadas por los millares de turistas que a diario la visitan casi por compromiso.

Pompeya es una extensa ciudad, aún no excavada totalmente, un gran museo al aire libre. Hay zonas que apenas conservan la planta de lo que fue en tiempos una bella casa, pero no son pocos los ejemplos de mansiones que se mantienen casi intactas pese a las manos de los turistas. Qué escasa diferencia nos separa tras dos mil años de historia, piensa uno ante la propaganda política que se anunciaba en sus paredes, la publicidad ("Esperanza, de complacientes maneras, nueve duros"), la violencia entre facciones rivales en el Anfiteatro, los prostíbulos, las tabernas; pero también las pinturas maravillosas que decoraban las casas de los ricos, los mosaicos, los coquetos jardines con sus fuentes...

Herculano es mucho más pequeña que su hermana Pompeya, y también menos visitada, aunque igual de descuidada. Sorprende la altura de la capa de lava que cubría la ciudad que en algunos casos llega a los veinte metros y que aún queda en todo el contorno de lo hasta ahora excavado, pues parte del antiguo Herculano todavía descansa bajo la moderna ciudad. Gracias a que la acción de los elementos no fue la misma aquí que en Pompeya se han podido conservar con mayor fortuna el escaso mobiliario de las habitaciones, las puertas y otros objetos de madera. Aparte de algunas casas que se alzan en altura tal como fueron y otras muchas reconstruidas, lo que más llama la atención son las termas del sur de la ciudad, en las que se puede apreciar en todo su esplendor los lujosos baños de mármol, deformados por la fuerza de la lava.

Desde el apeadero del ferrocarril en Herculano se puede coger un autobús que por poco dinero lleva al Vesuvio; sin embargo, todo el mundo, hasta el propio conductor del autobús, recomendará que se alquile entre varios un taxi, que por supuesto tiene un precio escandaloso. Los transportes no llegan hasta la boca del cráter, dejan bastante más abajo, y hay que armarse de paciencia, zapatos cómodos y muchos pulmones para subir por el interminable terraplén de ceniza y lava que lleva hasta el borde del único volcán activo de Europa. Una vez arriba, y tras pagar, faltaría más, la oportuna entrada, se pueden recorrer unos doscientos metros por el labio de esta poderosa e impresionante fragua dormida desde 1944.

domingo, 15 de agosto de 2010

< Con palabras: Obviedades

Cuando uno tiene que explicar lo obvio, malo. Yo, por ejemplo, no sé; pero lo que sí sé es que cuando esa ocasión se presenta, tengo todas las de perder. Me faltan tablas o paciencia, o las dos cosas (y seguro que otras más).

Cuando leo carteles como éste, me aseguro de estar al tanto de las cuotas del club de los pesimistas.

jueves, 12 de agosto de 2010

> Nápoles 1989 (II)

Nápoles tiene sus monumentos y sus visitas recomendadas. El Museo Arqueológico merece la pena sobre todo por las pinturas y mosaicos de las vecinas ciudades romanas y por la importante colección de escultura. La Cartuja de San Martino muestra la historia del reino de Nápoles, y es famosa por sus jardines y por la maravillosa vista que desde sus alturas se tiene de toda la bahía. Los aficionados a la pintura no pasarán por alto una visita a la Galería Nacional de Capodimonte para admirar a Caravaggio, Ticiano o Brueghel el Viejo. También se puede dedicar una tarde a dar un paseo por el puerto y ver el Castel Nuovo (s. XIII) con un interesante arco triunfal que representa a Alfonso I de Nápoles (Alfonso V de Aragón) entrando en la ciudad en 1443. Junto al Castillo se encuentran el Palacio Real (s. XVII) y el Teatro de San Carlos (s. XVIII), el más famoso de Italia después de la Scala de Milán. Siguiendo con el paseo podemos visitar el sólido e imponente Castel dell'Ovo (Castillo del Huevo, s. XII) que arropa lo que fue un precioso puertecito de pescadores, el Borgo Marinaro, y que aún conserva parte de su delicia.

Pero si ver los típicos monumentos y museos está bien, no lo está menos sumergirse por unas horas en el Nápoles profundo. Por ejemplo el barrio de la Spacca, ése que todas las guías recomiendan visitar de día, siguiendo la ruta trazada, sin hacer fotos y vistiendo lo más discretamente posible. No es para menos. El neorrealismo italiano aparece en calles estrechas y sospechosas, semillero del lumpen napolitano, plagado de pequeñas iglesias recargadas y sucísimas con jóvenes traspuestos en cualquier rincón: es la imagen típica que de Nápoles tienen en el norte de Italia y la responsable de la fama de ciudad delincuente y peligrosa con la que previenen a los visitantes que se dirigen hacia el mezzogiorno. Como siempre, lo más interesante es lo que no suelen ver los turistas.

Y ya que estamos en Nápoles, ¿quién se resiste a embarcar y visitar las islas de Capri o Ischia? Capri, pese a estar a dos horas en barco de Nápoles, es su antítesis, una isla bonita, clara y limpia, salpicada de chalets de lujo como los que pueda haber en la Riviera. Una de las típicas visitas de la isla es la Grotta Azzurra. Desde el puerto de Marina Grande te llevan en lancha durante media hora hasta la boca de la cueva, que se encuentra en un acantilado al nivel del mar. En la entrada, previo pago de una cantidad poco razonable, te trasbordan rápido a unos botes en los que caben justo tres personas y ¡¡cuidado con la cabeza!! te cuelan dentro de la gruta en total oscuridad. El mérito está en que casi la única entrada de luz es la reflejada por el azul turquesa de las aguas; muy bonito, pero apenas un minuto y ¡¡cuidado con la cabeza!! ya estás otra vez fuera y pidiéndote el barquero la propina. Desde Marina Grande se puede subir hasta el pueblo de Capri en funicular y disfrutar de un agradable paseo por sus calles estrechas para después ir a Villa Jovis, la residencia del emperador Tiberio, situada sobre un acantilado al este de la isla y desde donde se divisa una espléndida vista de toda la bahía de Nápoles. Los naturales cuentan con cierto gusto las célebres orgías que el emperador organizaba en su residencia y los despeñamientos que prodigaba entre sus oponentes, que no debieron ser pocos.

lunes, 9 de agosto de 2010

> La corrupción era esto

Soy de los que piensan que nadie hace el mal a sabiendas, que siempre se encuentra una íntima excusa para justificarse.

Conozco a una persona a la que le mandan recetas que no necesita, injustificable por razones médicas pero justificada por otras razones (el mal tiene sus grises). Esta persona le firma las peonadas a alguien que en realidad está de vacaciones. El que está de vacaciones tiene además una subvención pública a la que no tiene derecho, pero un primo se lo arregló. Y para cerrar el círculo, su hijo va a un colegio que no le corresponde porque en la solicitud dijo que vivía en casa de su hermano, que es funcionario y se va todos los días media hora antes del trabajo y arrambla de vez en cuando con un paquete de folios y bolígrafos del almacén.

Todos ellos reconocen que están haciendo mal, pero se justifican con el ejemplo del alcalde (¿sólo del alcalde?), imputado por recibir dinero a cambio de licencias. De la misma forma que cada euro invertido en obra pública genera otros más en la economía, así los casos de corrupción alimentan una tangentópolis en la que tonto el último. Un ejemplo: ¿alguien está seguro de que puede tirar la primera piedra?

viernes, 6 de agosto de 2010

> Nápoles 1989 (I)

Nápoles no es una bonita ciudad al estilo de las del norte de Italia. Posee las colecciones importantes de arte en impresionantes palacios que uno espera encontrar en una ciudad italiana -el Museo Arqueológico, la Galería Nacional de Capodimonte o la Cartuja de San Martino, por ejemplo- pero lo que más destaca en el visitante es su ritmo de ciudad mediterránea, caótica y viva, demasiado desbordada para calificarla de bella al estilo de una ciudad-museo como Venecia o Florencia.

Si llegamos en tren desde Roma lo primero que nos encontramos es la Stazione Centrale, con gente durmiendo en los suelos y limpiadoras que con fatiga cambian de lugar los desperdicios. Al menos en verano suele haber mucha gente en la estación, no sólo turistas y locales que van y huyen de la ciudad, sino multitudes enteras que se embarcan en los trenes de la Circumvesuviana para ver en un día Pompeya, Herculano y lo que se tercie. La Stazione se abre a la gran Piazza Garibaldi, lugar de encuentro de mercaderes de todos los colores, tonos y texturas que desembarcan sus mercancías que parecen no vender nunca sobre las grandes losas negras de las aceras de grandes y sólidas manzanas de casas trazadas a escuadra.

El carácter temperamental que dicen típico de estas latitudes lo manifiestan los napolitanos en un tráfico infernal pero fluido gracias a que se ignoran por sistema los invisibles pasos de peatones y los escasos semáforos. La gente, con muy buen criterio además, aparca el sufrido Fiat, abollado hasta el límite, donde le da la gana, y todos, en fin, colaboran al desconcierto de los japoneses que no se atreven a cruzar la calle por ningún lado.

Excepción hecha de cuando conducen o discuten, la gente es reservada, incluso sospechosa de alguna extraña connivencia. Hablan, eso sí, del último partido del Nápoles o de la sangre de San Jenaro, pero poco más. Parecen muy religiosos los napolitanos, o las napolitanas, a la vista de las abundantes capillitas y altares que construyen los fieles en cada calle y en los que nunca faltan flores y velas encendidas junto a los carteles que recuerdan las últimas necrológicas del barrio.

Los grandes hoteles son casi iguales a los de todo el mundo, así que no está de más acercarse por una pequeña pensión familiar y sufrir algunas incomodidades a cambio de mayor entretenimiento. Al atardecer todos salen a la calle o al patio interior y se sientan en sus sillas a charlar animadamente sobre Maradona mientras escuchan encantados ópera y de fondo a las Marías emprenderla a gritos con los bambini que no quieren comer. Si se les requiere para algo contestan "dopo, dopo..." (luego, luego) y dejan pasar calmosamente hasta que la lava del Vesuvio se les echa encima. Si uno no encontrara estos cuadros costumbristas en Nápoles se sentiría defraudado ¡Todo tan típico y neorrealista!

martes, 3 de agosto de 2010

> Ya ‘semos’ italianos

Después de ver en televisión la película “Un franco, catorce pesetas”, cualquier cosa defrauda. Cambié a Tele5, a ‘La Noria’, y lo que me ilustró en unos minutos no es poca cosa. Entrevistaban a Luis Herrero, periodista y político del PP.

Estaba hablando de Cuba, y decía que los que contemporizan con el régimen castrista deberían amar más la libertad. Hasta ahí de acuerdo, aunque con matices. Pilar Rahola, contertulia y antes política, le recriminó el tono apocalíptico y de insulto que tiene en su emisora ‘esRadio’, fundada por Federico Jiménez Losantos. El señor Herrero vino a decir que, bueno, que las audiencias mandan y que para que éstas acudan hay que aumentar los decibelios: ‘se non è vero, è ben trovato’.

Luego añadió que si no hay confrontación de ideas, hay que crearla. ¿Ideas dijo?, ¿no habíamos quedado en audiencias?

Por último añadió sin rubor que Aznar le había nombrado a dedo para eurodiputado y Rajoy lo había quitado. A dedo. Eso es democracia interna y lo demás tonterías.

Esto se dice, y ahí queda. Y lo peor no es eso, como ya he dicho en otros lugares a propósito de la corrupción, la desidia de muchos funcionarios, la falta de educación o la caspa que todo lo inunda. Lo peor de todo es que no pasa nada, ni tan siquiera se ruboriza el que lo dice ni los millones que le escuchan desde el salón de su casa un sábado por la noche cualquiera.