viernes, 16 de agosto de 2013

> “No tuta Micky Mouse”

Es difícil encontrar una aberración mayor que un parque temático. Estos lugares de cartón piedra en todos los sentidos, para ganar dinero, necesitan que haya mucha más gente de la que cabe a la vez en todas las atracciones. Restemos a ese aforo lúdico los que van de un lado para otro, los que están comiendo algo y los que están en el baño: el resultado es que hay que hacer esperar en largas, largas colas a los miles de usuarios que sobran. Delante de cada atracción hay un laberinto de callejones como de ganado para que las filas de penitentes vayan procesionando despacio hasta la buscada meta en paciente orden y consumiendo refrescos.

Las técnicas de segmentación de mercado ayudan a exprimir los bolsillos de los visitantes para que se gasten lo más posible. Las entradas, ya de por sí caras, se ven aderezadas por un aparcamiento obligatorio. En algunos, te invitan a no entrar comida. Los precios de los restaurantes (llamémosles así) son curiosamente iguales y elevados, y sirven la misma horrible pitanza para estabulados que te daría una malvada madrastra.

Sin embargo, quienes se gastan su amor propio y su dinero en acudir a alguno de esos antros de falsedad no pueden por menos que recomendar a otros incautos la experiencia, no vaya a ser que piensen que uno es más raro de lo que quisiera que notasen. Y, ya perdidos el honor y la cartera, al menos sacarle algún provecho a la vergüenza propia y a esos eslabones que constituyen la cadena de las relaciones sociales.

martes, 6 de agosto de 2013

> Tonterías las justas: “Ya veremos”

El cansancio es el motor de la humanidad: gracias a que no se quería correr mucho para cazar se inventó el arco, y porque lavar la ropa es un fastidio se fabricaron las lavadoras. Así, cuando tras una jornada laboral o un caluroso día de viaje en coche nuestro hijo nos pide algo que no queremos conceder, decimos “ya veremos”. Es un conjuro mágico que transforma nuestro cuerpo en un objeto romo y resbaladizo: no hemos dicho que no, así que no se nos puede cansar más argumentando en contra; y tampoco hemos dicho que sí, por lo que no estamos comprometidos a nada.

Después de unos cuantos usos, nuestros hijos saben lo que significa esa frase, y no suelen insistir con la tenue esperanza de que se equivoquen y con la amenaza latente de que la insistencia acabe en un ‘no’ clarificador. Pero como toda flecha con el uso se embota, los hijos argumentan “ad hominem”: - “Papá, siempre que dices eso significa luego que no”.

Y qué alma paterna, por muy cansada que esté atravesando a la hora de la siesta las carreteras de La Mancha, puede responderle a su hijo: - “Pues sí, niño, significa que nunca”.