martes, 15 de septiembre de 2015

> Soy un suertudo

Como soy pesimista tiendo a pensar que la mala suerte inunda mi vida, pero a poco que piense me doy cuenta de lo contrario.

Cuando era un bebé estaba todo el día enfermo, y mis padres se hicieron el cuerpo a que moriría, y ya me ven. No tenía hora de volver a casa (por eso nunca regresé más allá de las nueve), y nunca me pegaron ni pegué a nadie. Me eximieron de la mili cuando era obligatoria. No he vivido una guerra, ni he pasado hambre ni dormido al raso salvo en estrelladas noches de verano. En tiempos tuve amigos, y estudié la carrera que quise; rechacé un trabajo de funerario y al día siguiente me contrataron en una multinacional con un trabajo interesante y exigente que me permitió además ver mundo. He estado en cuatro continentes, y no en viaje de negocios.

Tengo una pareja maravillosa, y unos hijos irresistibles. No necesito trabajar mucho, y soy mi propio jefe. Vivo en el campo y los vecinos me saludan cuando paso con el coche. No soy creyente, tengo buen humor y gozo de una envidiable mala salud que me matará cualquier día mientras duermo.

Por supuesto que también hay sombras, que callo, pero que ni de lejos empañan lo que me ha tocado en la vida. Pero más vale seguir siendo pesimista, porque ya Herodoto nos mostró lo fatal que resulta vender la piel del oso antes de que (uno) esté muerto. ¿Y usted?

jueves, 3 de septiembre de 2015

> Por hacer caso

Hice caso a un conocido y decidí probar a comprar los libros escolares en una tienda y no en Amazon. Escogí una cercana, por la huella de CO2, y que además trabajaba con el Banco Solidario. En el escaparate, aparte de los libros, tenían notas informativas quejándose de las prácticas monopolísticas de colegios y editoriales.

Bueno, hice el pedido de unos 400 euros. A la semana, como no me decían nada, les pregunté por Whatsapp: que estaban de feria, que ya me dirían algo el lunes. Sí, vale, tienen derecho a la feria. El lunes me dijeron que faltaban la mitad, y que me irían informando. Me pasé a los pocos días y la situación era la misma (¡malditas editoriales monopolísticas!), pero me llevé los que había. Como era una tienda de barrio no podía ser eficiente, y tuve que estar cuadrando con ellos títulos, precios y listas media hora (falta éste, no, éste ya te lo he dado, éste es igual que aquel, éste me lo has apuntado dos veces, etc).

Otra semana más y los libros sin venir, y el colegio por empezar (y hay que forrar los libros, oiga). Crucé la calle para comprar un libro/impuesto en el colegio y vi que padres felices aunque odiosos compraban todos los libros del tirón sin perder tiempo y además con una camiseta de regalo, pero yo sonreí porque sabía lo que ellos ignoraban, que estaban cavando su propia fosa.