martes, 17 de abril de 2012

> El triunfo del continente (ahora Carrefour)

Recibo correos firmados por el IPad, SMS que dicen venir de un IPhone, cenutrios que pisan fuerte porque se acaban de bajar de un BMW que otros le aparcan. La función no crea el órgano, sino el traje.

Hasta no hace mucho llevar un atuendo que no correspondiera con la categoría social era considerado un delito castigado con las penas más severas. Una persona vestida de noble veía cómo las puertas se abrían ante sí por arte de magia, y había que evitar que los que no lo fueran obtuvieran tales ventajas.

En estos tiempos, qué duda cabe, la vestimenta sigue denotando poder. Pero hay muchos otros envoltorios para que sólo con fijarnos situemos a cada cual donde le corresponde. El barrio en el que se vive, el coche que conducimos, el colegio al que van nuestros hijos o dónde compramos la comida hablan de nosotros sin que tengamos que molestarnos en ir enseñando nuestras nóminas.

Pero ¿qué ocurre si vivimos en un bloque de pisos de seis puertas por planta, si tenemos un Opel Corsa y si hacemos la compra en el Día? Ah, también las empresas nos venden camuflajes para tranquilizarnos: cuántas revoluciones no habrán evitado Nike o Apple.

De trajes e imposturas trata la historia XXXII en “El Conde Lucanor” de Don Juan Manuel. Pero como una metáfora de ella misma, la fama se la llevó Hans Christian Andersen, que vestía un traje danés.

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