lunes, 13 de septiembre de 2010

> Por qué me gustan los suelos de barro

Poco a poco he ido cambiando el terrazo original de mi casa por losas de barro. El terrazo era liso, homogéneo, duro y aséptico; el barro es rugoso, irregular, frágil y quisquilloso.

¿Por qué la molestia? El albañil dice que soy un caprichoso (descartado el que sea extranjero, la otra opción), pero yo prefiero pensar que soy un sentimental. El barro es cálido y deja constancia de la vida de los propietarios: se ve la mancha estrellada de lo que arrojó tu hijo cuando se puso malo, las marcas de acercar las sillas a la mesa, cuando se cayó la ensaladera llena de pepinillos, dónde estaban qué muebles…

También el barro compite en creatividad con otros suelos porque cada losa es distinta de las otras. Las cochuras son distintas, los tonos y las máculas de origen.

Prefiero el barro, pero tiene también sus inconvenientes. Hay que pagarlo y hay que mantenerlo, y cuando uno está cansado echa de menos la solvencia inmediata de otros suelos. La idea de que el esfuerzo es la base de la prosperidad personal la desmienten muchas anécdotas que leemos (es un decir) en los periódicos, pero también las pequeñas anécdotas de todos los días. Éstas, como aquellas, quizá nos contradicen, pero como las losas de barro nos hacen distintos, frágiles, personas.

1 comentario:

  1. Tienes razón, el barro es mucho más cercano y humano que otros materiales.

    Incluso dicen que estamos hechos de él.

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