viernes, 20 de febrero de 2009

> La vacuna de viajar

Hace tiempo, mucho tiempo, cuando los dinosaurios señoreaban la tierra, me fui a vivir a Sevilla por cuestiones de trabajo. Para un malagueño, aunque sea de adopción forzada como yo, esto era un gran incordio. Por si no son de aquí les diré que lo peor que hay para un malagueño es un sevillano (aunque no al revés). Por supuesto es una aversión absurda y estéril, y a veces degenera en coches rayados y peleas.

No soy tan simple como para abrigar estos sentimientos hacia mis vecinos, pero algo de prevención había. Sin embargo a la postre pasé dos años estupendos, hice buenos amigos (alguno aún me dura) y conocí una ciudad con mucho encanto.

Años más tarde un amigo y yo decidimos recorrer un país a nuestro aire y decidimos ir a Colombia. Si han leído la guía de Lonely Planet sobre este país, lo primero que dice es que mejor buscar otro porque los secuestros, atracos y violaciones desaconsejan salir del avión al llegar. Nosotros además viajábamos en autobuses corrientes llenos de gallinas atadas por las patas y nos alojábamos en muy modestas pensiones con el baño fuera. Fue un viaje estupendo y no encontramos un solo colombiano que no nos fascinara por su educación, cordialidad y lenguaje (un García Márquez en cada esquina). Hasta las patrullas militares que buscaban armas en nuestras mochilas nos parecieron todo amabilidad y ofrecimiento.

Otra vez se me ocurrió ir a un sitio donde no hubiera turistas, y casi lo consigo. Cuando llegué al aeropuerto de Teherán pensé que la fama integrista e intransigente del país era merecida (todo eran carteles deseando la muerte a EE.UU., a Israel y a occidente en general). Sin embargo la gente con la que me encontré en el mes que estuve allí me pareció de una hospitalidad y un respeto que rayaban en lo increíble.

No voy a aburrir más con mis viajes. Sólo pretendo poner estos ejemplos personales (y podría poner por suerte otros muchos) para decirles que sólo basta un poco de prudencia para disfrutar de los prejuicios ajenos, y que por lo poco que he visto del mundo me asquea cuando escucho con desprecio en boca de un paleto las palabras sudaca, franchute, moro, catalufo o chino.

1 comentario:

  1. No nos aburres con los viajes. Nos das envidia y nos ilustras. Pero no hace falta ser de Málaga para abominar del sevillano, aunque supongo que la proximidad alimenta estas fobias. Es difícil resistirse a jugar con estas pequeñas y estúpidas maldades. Por cierto, estuve allí unos días estupendos las pasadas navidades y yo diría que el o lo "sevillano" se va diluyendo, como todo lo local en todas partes, incluso en Barcelona a pesar de los pesares.
    Salutem plurimam.

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