domingo, 8 de febrero de 2009

> Eluana

Supongo que conocen el caso: una muchacha italiana lleva dieciséis años en coma irreversible y su padre ha pedido que le desconecten la alimentación para que muera. Después de un largo proceso ante los tribunales, el Tribunal Supremo italiano le ha dado la razón al padre. La Santa Sede ha puesto el grito en el cielo, y Berlusconi se ha hecho eco promoviendo una ley ad hoc que el jefe del estado, Giorgio Napolitano, se ha negado a firmar, con lo que no es de aplicación por el momento.

Parece que tanto los primeros como los segundos aducen que el padre no es quién para ordenar el cese de la alimentación a su hija, y que ni tan siquiera la hija estaría en su derecho de tomar tal decisión, si pudiera. Lo que no entiendo es que padre o hija no estén en su derecho y los obispos o el Presidente del Gobierno italiano sí estén en su derecho de mantenerla artificialmente con vida en contra de su propia voluntad. Tampoco entiendo que un Presidente del Gobierno tan piadoso para con la vida no tenga sin embargo escrúpulos en enviar tropas allende los mares para matar otras personas o en darle un piquito a Bush en una cena de despedida. Tampoco entiendo que un Presidente del Gobierno tan en sintonía con el Vaticano no tenga tantos problemas morales en mostrar abundosas tetas en sus canales de televisión o en violar la ley (Iustitia dixit).

Hace unos años leí una entrevista al dueño de una cadena internacional de hoteles. Este señor era mormón y se había preocupado de poner una biblia en todas las mesitas de noche de sus hoteles. El periodista le preguntó que cómo compaginaba esto con la exhibición de películas pornográficas en los canales de televisión de las habitaciones. “Es que, verá, también hay que ganar dinero”, dijo.

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