sábado, 14 de febrero de 2009

> Apunte de un pésame

Hace unos días falleció un vecino del pueblo donde vivo. Los que vivimos con ordenadores, índices de bolsa, coches y teléfonos móviles quizá no caemos en que a escasos metros hay otro mundo silencioso y muy poblado.

Fui a dar el pésame a una casa con dos dormitorios pequeños y una cocina muy grande. Allí se habían criado seis hijos, ahora de mediana edad. En las paredes los cuadros de fantasía y de comuniones colgaban de clavos a la vista. La cama era de tubos de aluminio, y sobre el cobertor estaba dispuesto el ataúd, hundido en el colchón, con el difunto amarillísimo y consumido por la enfermedad. Las mujeres del vecindario estaban todas en la cocina pendientes de la viuda; los hombres, en el porche de chapa ondulada, hablaban animados entre ellos y a veces sombríamente con los hijos del fallecido.

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