jueves, 21 de mayo de 2009

> Parque Warner Bros.

Tengo mala conciencia al reconocer que he transigido en ir al Parque Warner de Madrid, pero ¡qué sacrificios no hace uno por sus hijos!

Aunque nací en África mi temperamento es muy calvinista, por lo que me llamó la atención la organización del lugar para sacar el máximo dinero posible a la mayor cantidad de gente. Las entradas no son baratas, pero tampoco tan exorbitantes como para ser disuasorias; además atrae la idea de que pagas una vez y disfrutas de todo en el interior: craso error. Pagas una vez y otra y otra, porque no deberías pasar por un rata con tu hijo delante (los señores Warner lo saben).

Es cierto que las atracciones están incluidas en el precio de la entrada. Pero si te quieres subir a las barcas y no pillar una pulmonía tienes que comprar un impermeable (un trozo de tela plástica con un agujero). Si te quieres hacer una foto en la casa de Piolín (o de Bugs Bunny o de Silvestre) tienes que pagar. En el Simulador de Batman, lo primero que te enseñan es un anuncio de Ono. Cuando finaliza una atracción relacionada con un personaje, la salida casualmente atraviesa la tienda de recuerdos de ese personaje…

Et alii: el aparcamiento es obligatorio y de pago. No se puede entrar comida ni bebida, por lo que un público cautivo es presa fácil de los comederos de cartón piedra que se encuentra uno en cada esquina: hay muchas atracciones cerradas, pero ni una sola tienda de recuerdos ni un restaurante pierden la ocasión de sacarte unos cuartos.

Quien no puede llegar a asumir todos estos gastos recurre a meter ilícitamente unos bocadillos y unos botellines de agua, o le pone unas anteojeras a su hijo para que no se fije en las tiendas. Pero según vayamos subiendo por la escala del poder adquisitivo de cada uno se va relajando la vigilancia y aumentando el gasto a cada paso.

Es lo que los economistas llaman ‘segmentación del mercado’: cada cual según sus posibilidades, a cada cual según sus necesidades.

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