miércoles, 29 de abril de 2009

> Vagabundos

Da igual que sea un pequeño pueblo o una gran ciudad, siempre hay en los alrededores de la plaza un vagabundo haciendo cosas raras. Algunos de ellos (o muchos, qué sé yo) manifiestan un exceso de energía en forma de largos discursos que nadie entiende o de movimientos mecánicos inútiles e ininterrumpidos.

Recuerdo a una señora que se ponía a dirigir el tráfico en medio de la calle Orense, en Madrid, hasta que la policía se la llevaba. Daba igual la intensidad o la dirección de la circulación, porque ella repetía los mismos gestos una y otra vez, como si el tráfico estuviera en el interior de su cabeza.

En Campanillas, Málaga, hay un señor que se pasea arriba y abajo con una litrona de cerveza y una sarta de insultos que le salen a borbotones por la boca.

En Sevilla, otro vagabundo se sentaba en un banco cerca del trabajo y dirigía durante horas una orquesta que sólo él oía.

Qué energía desperdiciada, qué derroche. Y al mismo tiempo qué pena que sólo les valga a ellos para realizar su enfermedad y no para dirigir orquestas con pasión, aborrecer el desorden de un nombre olvidado o dulcificar el tráfico de una gran ciudad.

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