jueves, 9 de abril de 2009

> La Semana Santa

Ya que estamos en las fechas, aprovecharé la ocasión. Justo es decir que con la Semana Santa me ocurre como con los toros, que no me gustan pero los defiendo. Esa aparente contradicción la sostengo en el elogio de la diferencia, lo único que nos conmueve.

Sé que el toro sufre, que es un espectáculo sanguinolento y nada edificante (si es que éste puede ser un adjetivo a aplicar a la diversión). Los pasos de las cofradías, no tienen nada que ver con la religión sino con la visibilidad social y artísticamente son empalagosos. Pero tanto los toros como los tronos de la Semana Santa tienen el prestigio de la tradición, mueven a la gente a la calle, desatan discusiones y, sobre todo, son propios. No le deben nada a la razón ni al buen gusto, son otra cosa.

La alternativa surgida de la reflexión sería algo parecido a los carnavales de Toronto. ¿Conocen a alguien que se haya desplazado hasta allí para verlos? Yo tampoco. No anima ni al asfalto sobre el que transcurre, y lo único dionisíaco es un enfermizo y estéril exceso de alcohol solitario.

En las Semanas Santas sevillana y malagueña, las que conozco, la ciudad se echa a la calle, se corta el tráfico, la gente cena fuera, los jóvenes hacen botellón en el Paseo de los Curas y luego duermen en la playa. La burguesía se aposta en los balcones de las consultas y, antiguamente, la plebe en la Tribuna de los Pobres, junto al río. Vitorean a los costaleros que mecen los tronos a pulso, cantan saetas. El aire en Sevilla marea de azahar, la gente se resbala con la cera, y en Málaga, cuando llega la Servita se apagan todas las luces y nadie se atreve a decir una palabra a su paso.

Peregrinen al menos una vez. Cada vez hay más Toronto.


PS/ En Sevilla, a los tronos se les llama pasos, y en Málaga, a los pasos se les llama tronos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario