sábado, 31 de enero de 2009

> Sobre una gallina que vino a morir a mi puerta

Ya he hablado en alguna otra ocasión sobre las gallinas que tenía. Y digo tenía porque la última que nos quedaba apareció agonizante en nuestra puerta esta mañana. Un zorro había entrado por la noche y se había dedicado a mutilarla, pero dejándola con vida. Parece que ésa es la relación de los zorros y las gallinas, porque una semana antes hizo lo mismo con otra que teníamos.

El caso es que estas gallinas tenían un corral que hice con mucho esfuerzo. El esfuerzo lo hice, pero las desagradecidas aprendieron a saltar los dos metros de la valla para picotear inciertamente por toda la finca en vez de conformarse con el regular pienso que les daba a diario. Podía haberlas encerrado en su jaula, podía haberles trabado las patas o las alas, y ahora estarían las dos vivas. Pero preferí (y ellas prefirieron, aunque no lo supieran) la libertad. Ahora están muertas.

Es la eterna duda entre seguridad y libertad, entre obligar o asumir. Si hubieran sido mis hijos no hubiera dudado, pero eran sólo gallinas. La conclusión que saco es que solemos elegir la libertad ajena, que nos es más reconfortante, cuando nos importa menos.

Lo triste fue que la gallina se acordó de agonizar junto a la puerta, cuando antes nunca nos había hecho caso, y que mi inexperiencia le costó diez minutos de sangrienta y gratuita agonía.

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