jueves, 18 de junio de 2009

> Rostros en el metro

Cada vez que voy a Madrid y viajo en metro, pienso en la infelicidad humana. Es algo inevitable, como coger un avión y pensar, al menos por un instante, en la posibilidad de un accidente aéreo. ¿Quién es feliz? La mayoría estamos tan ocupados entre el trabajo y los compromisos familiares que apenas podemos hacernos esta pregunta antes de dormir. Muchísima otra gente trabaja tanto y con tanta urgencia que simplemente no puede permitirse el lujo de esa pregunta. Hay también, muchísimos, que aunque no son en absoluto felices ni lo saben ni les importa. Puede que incluso hacerse la pregunta implique una única respuesta.

Cuando viajo en metro no puedo hacer otra cosa que contemplar los rostros de otros viajeros. Los hay nerviosos que parecen no estar en su lugar, con sus corbatas y sus zapatos relucientes. Los hay que leen u oyen música, para estar en otro sitio, distante y quizá con palmeras. Hay gente que se echa un sueño, otros que miran con ojeras cómo pasan las estaciones. No puedo creer que estas personas que parecen tan solas y tristes lleguen después del trayecto a una casa cómoda donde les reciban unos labios o unos brazos abiertos. Seguro que me engaño, muchos dirán que sí son felices y que están en el metro sólo por circunstancias, pero yo sólo veo caras tristes y estaciones que pasan. Es algo inevitable, como el olor a acero mojado de las vías que se te queda cuando sales del metro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario