lunes, 22 de junio de 2009

> Enamorarse de un ministro: Ángel Gabilondo

He visto una entrevista al ministro de Educación Ángel Gabilondo (las entrevistas en estos tiempos se ven, no se leen). En los titulares que mostraban en la parte inferior de la pantalla se decía que era “hermano de un conocido presentador de televisión”, y por eso lo conocía yo.

Tiene un aspecto grande y desgarbado, la frente ancha, el labio cortado y los dientes como rotos. Diríase un boxeador retirado. Sin embargo sus maneras son suaves, su discurso fluido y un punto de ironía que se agradece, y por esa mezcla de grandote y pequeñito se le empieza a querer nada más compartir con él un rato.

El caso es que en el transcurso de la entrevista me fue hipnotizando. No dijo nada con lo que estuviera de acuerdo ni en desacuerdo, pero gustaba verlo. Tenía cosas que hacer, pero no apagué la televisión. Al hilo de un comentario sobre la importancia de las palabras, dijo que si una lavadora se rompe no es un drama, si acaso un problema; un drama es el fracaso escolar en España. Ah, ahí me pilló. Ya no puedo dejar de pensar en él ni en su labio partido.

Si consiguieran el mismo encanto seductor en todos los ministros las campañas electorales serían un trámite.

El amor es incondicional, por lo que ya no hace falta que el ministro haga nada más para apreciarle; y si lo hace y sale mal, qué más da, lo justifican nuestros sentimientos.

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