domingo, 5 de octubre de 2008

> Todo lleno de puñetas

Hace unos días eché la siesta viendo por televisión la inauguración del año judicial, y seguro que a nadie le extraña si digo que fue una larga y profunda siesta. Todo el mundo esperaba y era esperado: los magistrados esperaban impacientes al Rey en el vestíbulo, y el Ministro y el Fiscal General del Estado les esperaban a todos en el primer piso. El guardarropa también esperaba al rey, que se tenía que poner la toga.

El discurso más soporífero, en dura pugna con el del Fiscal General, fue el de Carlos Dívar, recién estrenado presidente del CGPJ y del Tribunal Supremo. Entre sueños escuché una loa a una ignorada “Carta de derechos judiciales de los ciudadanos”, al acercamiento de la justicia (permítasenme las minúsculas) al ciudadano, a la transparencia… y no recuerdo más porque por suerte perdí la consciencia en ese momento álgido de complacencia.

¿Sabe el señor Carlos Dívar del caos que vive la justicia, de la falta de ganas, de la desvergüenza? Sin embargo el discurso fue como siempre, el Rey casi se duerme como yo y las caras de aburrimiento mortal que de vez en cuando mostraba el realizador de los canosos magistrados hacían juego con el decorado. Porque eso era todo lo que había, sólo una tramoya sin nada detrás. De las instituciones del Estado la justicia, incluso por encima de la militar, es la que más adornos lleva (toga, escudos, puñetas blancas en las mangas, collares…), y cuando esto ocurre es que no tiene otra forma de ganarse el respeto por sí misma.

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