sábado, 25 de octubre de 2008

> Los niños invisibles

La lectura reciente de un artículo me recordó la experiencia de no ver niños en la calle jugando. Mis sobrinos vivían junto a un parque y a un descampado, y jamás los han pisado salvo cuando yo iba en verano a jugar a la pelota con ellos; no conocen a ningún otro niño en el barrio, y sólo se relacionan con los compañeros del colegio. Otro sobrino mío vive en una zona de chalets de clase alta, y tampoco tiene amigos en el vecindario ni sale a la calle a jugar.

En el artículo que leí se presentaban varias ideas para explicar este comportamiento tan distinto al que vivimos en nuestra infancia los que ahora rondamos los cuarenta. Sin embargo me parece que la explicación hay que buscarla en el comportamiento social de los padres, ya que el miedo de éstos a un secuestro o a un abuso sexual (que se esgrime como la causa principal de no dejar salir a los niños solos a la calle) no sólo es algo estadísticamente rarísimo, sino que los casos que desembocaron en este miedo son posteriores al fenómeno del que hablo. Mis padres saludaban a los vecinos, sabían cómo se ganaban la vida y cómo eran. Aunque nos mudamos muchísimas veces de casa por el trabajo de mi padre, a cada sitio que llegábamos mis padres procuraban conocer a los otros padres del entorno. El conocimiento genera confianza, y aunque no había un pacto explícito sobre esto, en algún momento todos los vecinos se preocupaban de los hijos ajenos, y mis padres podían enviarme a la calle sin demasiado temor.

Hoy creo que esto no sucede. En el caso de mis sobrinos, sus padres no tienen ningún trato con ningún vecino (ni siquiera saben sus nombres, sólo les suenan las caras de cruzarse en el ascensor). Los padres de mi otro sobrino, me temo que tampoco. Los niños sólo han desarrollado relaciones en el colegio, lo que obliga a los padres a llevarlos para que tengan contacto social. El resto del tiempo lo pasan en casa viendo televisión o jugando con videoconsolas.

También creo que influye la disminución del número de hermanos en las familias. Tener un hermano es un seguro contra la soledad, el abuso y el rechazo. Lo más difícil es tener el primer amigo, y un hermano hace este papel hasta que los dos puedan volar por su cuenta.

El resultado de todo esto es que los niños se relacionan menos con otros niños, sus relaciones son menos variadas, y los padres tienen que invertir mucho más tiempo en vigilar a sus hijos del que seguro les apetecería y del que sin duda necesitan como niños.

Ref.: http://www.elpais.com/articulo/sociedad/generacion/ninos/paredes/elpepusoc/20081014elpepisoc_1/Tes

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