miércoles, 8 de octubre de 2008

> La publicidad del miedo, II (argumentario)

La sanidad privada ahorra tiempo al usuario”: pidan una cita a un médico particular y luego díganme si han entrado a la consulta a la hora que tenían la cita (ojo que he escrito “a la consulta”, no “a la sala de espera donde están las revistas del corazón”). Mi experiencia particular es que en la sanidad pública tengo que esperar mucho menos que en la privada, con diferencia.

La sanidad privada es más personalizada”: por suerte mi médico privado nunca se acuerda de mí cuando me ve, no sabe mi nombre y le tengo que volver a relatar de viva voz todas mis dolencias crónicas. Eso sí: conmigo se tira veinte minutos, y no diez como en la pública, pero de esos veinte minutos quince son de charlas de cortesía. Si quisiera oír hablar me compraría un loro: yo voy al médico para que me cure la otitis.

La sanidad privada tiene mejores medios”: sencillamente no es cierto. Los aparatos médicos son hoy en día tan caros que muchos de ellos sólo se los pueden permitir las administraciones públicas, y para el resto, hay más en los hospitales que en las consultas.

La sanidad privada es más fiable”: los médicos suelen ser los mismos (por la mañana en la pública, por la tarde en la privada). En las maternidades privadas de Málaga, donde vivo, el protocolo de actuación si surge un problema durante el parto es coger una ambulancia y llevar a la madre, al recién nacido o a ambos al Hospital Materno Infantil (público).

La sanidad privada es más eficiente y barata que la pública”: la sanidad privada, por definición, es mucho más cara que un sistema nacional de salud público (y si no, que se lo pregunten a los estadounidenses). Las medicinas que mandan en la privada son inexorablemente más caras que en la pública, donde con frecuencia recetan genéricos.

La sanidad privada es más bonita”: eso sí que es cierto. El tipo de personas que uno ve en las salas de espera viste mejor que el de los ambulatorios: no suele haber mujeres con mallas, ni hombres con chándal ni niños con gorra. Los jardines de los hospitales privados están mejor cuidados, y de las cafeterías para qué hablar (los donuts son del día). Además, tienen recepcionistas, y los ascensores no hacen ruido ni ademán de caerse.

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