jueves, 13 de agosto de 2009

> Las garrapatas

Los que vivimos en el campo tenemos en las garrapatas una preocupación cuando se acerca el verano. El resto del año es como si no existieran, no sé dónde se ocultan, pero con el calor proliferan al cobijo de los animales de compañía.

Sin duda son seres asombrosos. No tienen ojos, por lo que su vida y la de su futura progenie dependen de su suerte y de dos olores. El primer olor es el diclorofenol, que las guía a unas en brazos de otras (si no fuera por el diclorofenol la especie se extinguiría). El segundo es el ácido butírico que desprendemos en el sudor los mamíferos.

Las garrapatas se aparean y se suben a una hierba alta. Allí esperan pacientemente hasta que mueren de inanición o, si tienen suerte, huelen el ácido butírico de un mamífero debajo suyas. Entonces se dejan caer y empiezan a chupar sangre hasta que se hinchan y se desploman. Si son hembras, darán a luz a unos diez mil hijitos.

Si las quieres matar, es inútil pisarlas. Tienes que coger algo punzante y acertar a darles en el centro hasta que oyes ‘crac’. No es fácil ni agradable, porque cuando se ven amenazadas se encogen haciéndose un lunar que parece tímido e inofensivo, y dan pena.

Pero lo que más pena me da es que la historia de todas las garrapatas que en el mundo han sido cabe en una descripción tan breve como ésta. Aunque en eso no están tan solas como pensamos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario