viernes, 14 de mayo de 2010

> El juicio

La mayoría de los juicios en España son públicos, por lo que ofrecen un pequeño espectáculo gratuito pero desaprovechado por la mayoría de nosotros, salvo que nos obliguen a asistir.

El tribunal lo compone el juez, los dos abogados de las partes, los dos procuradores y un secretario que mira imperturbable la pantalla de un ordenador no visible desde la sala. También hay un alguacil que pide los carnés a los comparecientes y ajusta la altura del micrófono.

En la platea están los demandados, los acusadores y los oyentes. Los testigos y peritos esperan fuera a que les llame el alguacil.

El juez no suele levantar la vista de su cuaderno de notas, que rellena como un poseso, se supone que con lo que escucha. Nunca pregunta nada, pero sí corta en seco las intervenciones largas o las preguntas repetidas: quiere acabar pronto, quizá tenga ya la sentencia redactada en una plantilla de Word. Los abogados sí trabajan, pero algunos de ellos dan tantos bandazos y titubean tanto que a sus desprotegidos clientes les da vergüenza que se preparen tan mal los casos, pero es lo que hay. Los procuradores no hacen absolutamente nada y dirigen su mirada de enamorado, perdida hace ya varios años, a cualquier rincón del escenario.

Si han asistido a un juicio puede que hayan salido como yo, desesperanzados de la naturaleza humana. No sólo las personas mienten de forma vergonzosa aunque hayan jurado decir la verdad, sino que todo el procedimiento apunta al seguimiento de unas normas y no al esclarecimiento de la verdad y al resarcimiento de los afectados.

Un juicio es como un teatrillo, incluso por el vestuario. Cada cual va con su papel aprendido y lo representa mejor o peor. Hay muchos personajes que no hacen nada, pero que están en nómina. Hay buenos y malos personajes. Y al final queda visto para sentencia, pero uno se queda siempre con la duda de si alguien realmente se habrá enterado de lo que se trataba allí.

Su santo patrón debería ser Pilatos cuando dijo “¿qué es la verdad?”.

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