lunes, 28 de septiembre de 2009

> Benidorm y alrededores

No acabo de entender muy bien lo de Benidorm. Hay dos formas de entender el cargo: la gente vota a un partido que tiene unos candidatos (como en España) o a unos candidatos que se presentan por un partido (como en el Reino Unido). O se vota a una estructura o a una persona.

La primera opción hace descansar el peso de la responsabilidad sobre una Ejecutiva, ya que los candidatos son sólo un ‘instrumentum semivocale’, sólo manos que votan lo que les dicen (aunque algunas manos también hacen cosas menos elegantes). En el segundo supuesto, los responsables son las personas, que según sus conciencias pueden cambiar de opinión y fidelidades durante una legislatura.

Lo que no parece funcionar es que la ley diga que el cargo pertenece a la persona y sin embargo a ésta se le exija que acate siempre la voluntad de su partido, aun en contra de su propia conciencia, porque si no es un ‘tránsfuga’. Estos lodos los traen hacer las cosas a medias, intentar contentar a todos. Y para evitar esos comportamientos que consideran indeseables se firma un pacto ‘antitransfugismo’ que vale para un roto pero luego no para un descosido.

¿Por qué no atajar el problema desde la base, si lo que se busca es la fidelidad inquebrantable a la doctrina y no la fidelidad a la propia conciencia de cada cargo público? Propóngase que en el Parlamento se sustituyan los parlamentarios por tantos portavoces como partidos hubieran sido elegidos, y que éstos acumulen en sí tanta representación como votos hubieran tenido en las urnas. Se ahorrarían así unos cuantos millones de euros, las votaciones serían más ágiles, el tráfico en Madrid sería más fluido y los senadores y congresistas no tendrían que hacer esos terribles sacrificios personales en beneficio de la patria al estar separados de sus familias viviendo con los gastos pagados en impersonales hoteles de cuatro estrellas.

El único inconveniente sería cómo iban a recompensar los partidos las fidelidades o, aún más concretamente, cómo iban a premiar a las personas que no dan problemas pero que sí podrían darlos si no estuvieran ocupadas. En fin, digámoslo de una vez, los contribuyentes pagamos la paz.

Y ya que esta propuesta no es viable por estos motivos, al menos que los padres de la patria fichen a diario en el Parlamento, que por lo menos salgan del hotel y hablen con los taxistas, porque hace unos días, como no estaban los jefes, fueron menos de la mitad: ¿para qué, si ellos no son los responsables?

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