domingo, 11 de abril de 2010

> Todo es otra cosa

Con frecuencia diaria no nos reconocemos a nosotros mismos, sobre todo después del sueño, donde somos lo que nos gustaría ser (lo escribió Platón). Por eso existen los espejos, para devolvernos a la realidad y no llegar tarde a la oficina.

Nuestros amigos no nos aprecian por lo que somos, sino por cómo les hacemos sentir a ellos. Es éste el caso de que cuando a un amigo le decimos lo que no quiere escuchar con frecuencia deja de serlo y por vergüenza se cruza de acera cuando nos lo encontramos por la calle.

Tenemos nuestras casas llenas de libros que nunca más leeremos, de discos que rara vez escuchamos, de viejas fotos que recordaremos tener en el altillo cuando sea tarde. No les hacemos caso, pero son lo que somos y lo que nos une a nuestra tierra sentimental. Ahora que podemos, no solemos comprar las golosinas con las que soñábamos en nuestra infancia, y cuando lo hacemos tenemos que comerlas casi a puñados para sacarles un recuerdo del gusto que nos procuraban: demasiados sabores hemos probado tantas veces que ya estamos embotados, y si reincidimos es más por mecánica o instinto que por ilusión. Antes, en esos tiempos idos, tocábamos el cielo sólo con un poquito.

2 comentarios:

  1. Alguien me dijo una vez que "soñar" no servía para nada. Quizás el problema esté en que actualmente lo válido sea lo práctico.

    Hay que vivir para fuera pensando en lo socialmente correcto y valorado..., aún así, reivindico al soñador, que no pierde la ilusión y continúa como cuando era pequeño tocando el cielo con un poquito...

    ResponderEliminar
  2. Cuando éramos niños no queríamos sólo un poquito, sino que nos conformábamos con eso. Ahora ya no, no tenemos fondo.

    ResponderEliminar