En una esquina enfrente de El Corte Inglés había apiladas decenas de cajas de tomate, naranjas, berenjenas y pimientos. Me acerqué a preguntar qué era aquello, y uno de los organizadores me explicó que eran de un Banco de Alimentos y que ellos, una ONG, los estaban repartiendo a personas necesitadas.
Le dije que por suerte no tengo necesidad de esas ayudas, pero el hombre me ofreció un lote. Le volví a repetir que no me hacía falta, pero el hombre insistió con el perentorio argumento de que les sobraban y que se les iban a echar a perder, que se las daban a todos los que pasaban. El lote mínimo para una familia eran cinco cajas, unos cien kilos.
Desde ese día en casa sólo se toma naranja de postre, y creo que hemos ya agotado todas las combinaciones y permutaciones posibles de berenjenas, pimientos y tomate. Es el inconveniente que de niño me enseñaran a no tirar comida.
El día del reparto estas frutas y hortalizas estaban frescas, fresquísimas, pero ya empiezan a ablandarse y aún quedan más de la mitad. Qué forma de tirar el dinero y de no ayudar a casi nadie que lo necesite y que lo merezca.
Además de un Banco de Alimentos haría falta también un Banco de Criterio con oficinas abiertas en gobiernos, ong, iglesias...
Supongo que habrás repartido unos kilitos entre tus vecinos.
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