miércoles, 3 de marzo de 2010

> Actores

En “Ese oscuro objeto del deseo” Luis Buñuel emplea a dos actrices (Carole Bouquet y Ángela Molina) para el mismo papel, el de Conchita. No es que una u otra sean la misma persona a diferentes edades, como en otras muchas películas, sino que salen indistintamente según la escena.

Ese recurso de realización no sólo es afortunado y original, sino evocador. Nadie es quizá alguien, sino muchas personas a la vez, dependiendo de con quién estemos. Para nuestra madre somos siempre niños y respondemos “sí, mamá” como cuando teníamos siete años y nos decían que nos laváramos las manos antes de comer; para nuestros empleados somos siempre el “señor González” aunque nos saluden en los urinarios donde todos somos tan iguales.

Hay personas, usted sabe, que después de colgar la bata de cirujano le parten la cara a su señora, o miembros del Opus Dei que se van de putas las noches del fin de semana. Son las mismas personas en dos medios distintos, como el mar y la tierra, y lo que les permite respirar en ambos son sus razones (llamadas excusas si no las compartimos). Para una persona concreta somos uno, para nosotros somos un actor interpretando varios papeles, viviendo varias vidas, sin darnos cuenta.

Si alguna de esas vidas es extrema y nos sorprenden en el escenario equivocado nos echan de la representación. Por eso muchos dimiten antes y se pegan un tiro, como si uno de sus personajes no pudiera soportar la vergüenza de un pobre espectáculo donde ya no le valen las antiguas razones. Porque en el fondo estábamos aquí por los aplausos que ahora nos niegan.

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