sábado, 13 de agosto de 2011

> Colas

Está por nacer el poeta que haga de las colas un lugar literario. Larra ya hizo su parte con el “Vuelva usted mañana”, pero las colas son otra cosa, y no seré yo quien aborte ese largo recorrido poético.

Pero bajando del Parnaso a pie de calle, resulta que hoy he tenido la infausta necesidad de recoger un envío en una oficina de Correos. No pintaba nada bien que el gentío se divisara a una manzana de distancia. Había un aparatito de esos que dan número de orden como en las carnicerías, y me las prometía muy felices porque sólo faltaban veinte números para el mío (“jajaja, ¿qué harán aquí todos estos señores?”) hasta que me enteré que había que considerar no sólo el número, sino también la letra, con lo que en realidad me faltaban doscientas veinte posiciones para llegar ante el querido funcionario. Sí, ha leído bien: doscientas veinte.

Dos tristes empleadas despachaban a la muchedumbre, por lo que fueron dos horas y cuarto las que tardé en recoger mi carta certificada. En ese tiempo uno puede pensar mucho, pero no pensar bien de nadie. No se puede pensar bien de quien asigna los empleados a las oficinas, uno no puede pensar bien de quien dispone sólo tres asientos para tal multitud, uno no puede pensar bien de la madre del director de la oficina (la pobre…).

Un país con cinco millones de parados, y la gente haciendo cola hasta en los bares para pedir.

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