martes, 19 de julio de 2011

> Dos mundos

Cuando Daniel Barenboim visita Sevilla y declara desde el teatro de la Maestranza, a las orillas del Guadalquivir y enfrente de la Torre del Oro, que es una ciudad maravillosa y que sus calles huelen a azahar en primavera, no miente. Cuando Francisco Díaz escupe al suelo junto a los contenedores de basura en el barrio de las Tres mil viviendas, y le dice a su hijo que se suba a casa, que él se va a beber unas cañas al bar, tampoco miente. No hay una Sevilla, ni un París ni un Teruel, pongamos por caso. Hay tantas Barcelonas como habitantes y visitantes, y a veces más.

Paso una temporada en Sevilla, en un piso de un barrio de clase media baja. Hay tiendas, luz eléctrica en las calles e incluso un parque público cercano. Hace años estuve trabajando en esta misma ciudad, en el barrio de Los Remedios. También había tiendas, luz eléctrica y un parque público, pero no eran iguales. Cuando llegaba a casa por las noches veía sacar la basura a los porteros o a los propios inquilinos con chaqueta o vestido largo. Ahora veo que los que sacan la basura en mi barrio van con pantalones cortos y están tatuados con feroces dibujos de dragones y caracteres chinos. Los bares tienen muchos barrotes y las sillas siempre son de plástico rojo de ‘Beba Coca-Cola’. Los dos barrios han cambiado algo, pero siguen siendo mundos distintos en la misma ciudad. No en todo Sevilla huele a azahar, o al menos no de la misma forma.

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