viernes, 27 de agosto de 2010

> Nápoles 1989 (y IV)

Al oeste de Nápoles se encuentran los Campi Flegrei, apenas visitados por los turistas y no menos interesantes que la zona oriental. Pozzuoli es el centro de la región, e interesa visitarla por la animación de sus calles y el caos que comparte con su vecina Nápoles. Posee varios monumentos de época romana, como el Serapeum, un antiguo mercado, o el Anfiteatro, uno de los más grandes y mejor conservados pese a los terremotos que sacuden la zona. Cerca de la ciudad se encuentran las Solfatara, fenómenos volcánicos de aguas termales, fango hirviente y fumarolas.

Algo más hacia el oeste podemos visitar las ruinas de la vieja ciudad de Cumas, fundación griega del siglo VIII a.C. En su época, éste fue uno de los lugares de peregrinación más importantes, ya que aquí residía la Sibila, famosa por sus oráculos. Cuando los romanos abandonaron su culto en el siglo I d.C. transformaron su antro en una cisterna de agua; en la actualidad sirve para que las parejas de recién casados se fotografíen ante la puerta.

Al sur de Cumas, en la ladera de una colina que mira al golfo de Pozzuoli, se extienden las ruinas de las termas de Baia, las más famosas de la antigüedad y las mejor equipadas. El complejo termal estaba rodeado por las más lujosas villas de la aristocracia romana, ahora desaparecidas bajo el nivel de las aguas. En la actualidad hace falta mucho calor para querer bañarse en sus playas. En las cercanías, un imponente castillo aragonés recuerda el señorío de la corona sobre estas tierras. Apenas a un par de kilómetros, ocupando un cráter, se encuentra el lago Averno, que dicen ningún pájaro cruza sin perecer en sus aguas por los gases que expele; los antiguos consideraban con no poca razón que en este melancólico paisaje estaba una de las entradas al mundo del más allá.

El nombre de Nápoles viene de los griegos, que la llamaron Nea Polis (Ciudad Nueva). Antes, sin embargo, se la conocía por Parténope, nombre de una de las sirenas que moraban en cierta isla de la bahía napolitana. Con su canto atraían a los marinos que escuchaban su música hasta que el barco encallaba en las rocas y naufragaba. Había que taponarse los oídos con cera como hizo Ulises para no sucumbir a su encanto. La moderna ciudad continúa esa leyenda, aunque también por el ruido.

2 comentarios:

  1. Los buenos viajeros deberán ir a Nápoles dos veces: la primera, vistando la ciudad, la segunda, a través de tus escritos.

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  2. Gracias por el comentario.

    Pero al menos hay que ir una.

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