sábado, 17 de septiembre de 2022

> «Un bacio ancora»

 

Cuando era más joven y viajaba por Europa de mochilero encontraba en cada ciudad razones para entristecerme por la patria mía. Han pasado los años, y ni nosotros somos los mismos ni España es la misma, aunque sí la reconocería la madre que la parió (Felipe González dixit).

 

Vengo de un viaje por la Italia rica, la del centro y norte del país. Se nota que hay dinero, se nota que hay dos mundos: uno alrededor de las estaciones de tren y otro de diseño un kilómetro más allá.

 

El caso es que me he reconciliado un poco con mi país, al que consideraba ejemplo de desobediencia e individualidad. En Italia repiten en los transportes públicos hasta la saciedad que es obligatorio el uso de mascarilla FFP2 y que llamarán a la policía si no la llevas. Nadie, los conductores, casi ni los escasísimos revisores. Nadie, en los trenes. Nadie, en los autobuses. Nadie, en los aviones. Algunos, ¡en la cubierta de los barcos!

 

En mi ciudad, los conductores de autobús recuerdan a los despistados que se la pongan al subir, y no hay absolutamente nadie sin ella. En los aviones, son los españoles las que las llevan.

 

Ya sólo hace falta ajusticiar a los conductores de motos con escape libre y renovar el CGPJ.

 

Qué buenos vasallos si tuvieran buen señor.

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