martes, 25 de noviembre de 2014

> Geografía

He estado en algunos países, hace años. Creo que los sorprendí justo antes de que todos se parecieran mucho más entre sí y viajar se convirtiera en algo sólo un poco menos anodino que ver cada mañana desde tu terraza otras cien iguales a la tuya.

Me pareció que cada país tenía una identidad propia, aunque sin duda en todas partes hay habitantes para todos los gustos. Por ejemplo, en Irán fueron extremadamente cordiales y sinceros; en Colombia, platónicos hasta lo indecible en la alta estima de la patria; en Israel, eficientes, soberbios y recelosos.

Con el transcurso de los años uno crea también una geografía de los sentimientos, no sólo por el carácter de cada territorio, sino sobre todo por nuestras querencias hacia ellos. Cómo olvidar el embarcadero de Mompox y el viaje en canoa por el Magdalena hasta Bucaramanga; o el sobrecogedor paisaje desde las alturas del Sonnenfjord; o las islas Phi-Phi en el mar de Andamán.

Los lugares de la ciudad, o los de la casa ya en venta donde pasaste tu adolescencia, también están impregnados de recuerdos: en aquella cama tan pequeña dormías, contra ese espejo te afeitaste por primera vez, ahí nos sentábamos toda la familia a comer. Por donde has pasado dejas un reguero de sentimientos. Con los años, vuelves sobre tus pasos buscándolos, porque eso es lo que queda, y ya resulta difícil crear otros nuevos con facilidad, cuando antes salían solos.

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