Ya he dicho en otras entradas de este blog que vivo en una pedanía del municipio casi más pequeño de la provincia de Málaga. Tenemos un colegio rural a doscientos metros de casa, pero desde el principio tuvimos claro que nuestros hijos no lo pisarían, aunque para ello tuviéramos que estar haciendo viajes en coche mañana y tarde. No veíamos mal que los niños, unos veinte, compartieran todos la misma clase aunque tuvieran diferentes edades (excepto los más pequeños, que están en otro aula). Tampoco fue determinante que no hubiera comedor ni, por supuesto salón de actos o gimnasio. A fin de cuentas es un colegio rural y no Eaton.
Por una vecina descontenta con el único profesor del colegio, supimos que las clases de inglés consistían en colorear horses y dogs, pero nunca, ni una sola vez, en escribir, oír o pronunciar una palabra. También supimos que la educación física pasaba por salir al patio (una pista de cemento sin ningún equipamiento y sin ningún árbol) y hacer lo que uno quisiera mientras el profesor leía el periódico. Nunca había un dictado, ni una división de más de tres cifras. Cuando pasaban al bachillerato, en un instituto a diez kilómetros de aquí, el porcentaje de suspensos era del 98%, y eso que el instituo no era tampoco Eaton, sino uno de polígono industrial.
Las madres de los alumnos no hacían nada porque el colegio hacía lo que ellas demandaban en su fuero interno: tener a los niños almacenados durante unas horas y que al final salieran como exactas réplicas de sus progenitores. Como una vez dijo el profesor, qué falta le hace a un niño el inglés si luego va a ser cabrero o albañil, o para qué la gimnasia si vive en el campo.
Este curso, el profesor se ha ido y ha venido una nueva profesora. Convocaron a las madres antes del inicio de curso y una nueva vecina que asistió espantada a la reunión nos comentó lo siguiente. No había opción a la clase de religión; si no quería darla, estaba en su derecho, pero el niño estaría durante esa clase solo, en el patio. El inglés no se daría hasta los cinco años, porque a la profesora que da a los más pequeños, según sus palabras, “se le da muy mal el inglés”. Tuvo que proponer esta vecina que, al menos, los alumnos de tres y cuatro años asistieran como oyentes a las clases de los mayores, lo que levantó protestas de las otras madres que veían en esta vecina un elemento perturbador. Ya puestos, la profesora también le reprochó que hubiera advertido a los padres de un niño disléxico de esta enfermedad (confirmada luego por un médico), pese a que el colegio cuenta con dos horas semanales de una psicóloga que durante tres años había diagnosticado los claros síntomas que presentaba como “cabezonería”.
Las actividades extraescolares las da una empresa privada contratada por la Junta de Andalucía (¿por qué no lo darán profesores?) y, de entrada, desde los tres años, incluyen una de apoyo escolar, lo que también de entrada implica que se asume que todos los niños van a necesitar una ayuda especial. Hay, además, varias actividades que paga la Fundación La Caixa, previa apertura de una libreta de ahorros en la entidad. Por absurdo que parezca, estas actividades sólo las pueden recibir los alumnos por debajo de cierta renta, por lo que los demás, ni aun pagándolo de su bolsillo, podrán estar en clase y se tendrán que ir al patio.
En Andalucía gobierna desde hace treinta años el PSOE. Y así estará por los siglos de los siglos mientras la complacencia de la mayoría haga anecdótica la exigencia de unos pocos.
Por si se les ha olvidado, la “S” de PSOE significa socialista y la “O”, obrero. Pero da igual: la “P” del PP significa popular.
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