Estos días atrás se ha puesto en marcha el LHC, y no ha pasado nada. Se ha perdido otra buena oportunidad de empezar a arreglar algo las cosas. No por casualidad el acelerador está en Suiza (vale: y un poquito en Francia, que si no se enfadaban).
Ha costado un piquito, unos 10.000 millones de euros, pero seguro que le sacan provecho (al final de su vida útil podrían utilizarlo para que se tragara el blog de Pío Moa, si es que para entonces no tiene ya demasiada masa para un agujero negro).
Dicen que van a buscar la partícula de Higgs. Como los nombres en honor de alguien se le suelen asignar a muertos, pensaba yo en mi ignorancia que el tal Higgs estaría alimentando malvas en algún nuboso cementerio escocés. Pero hete ahí que veo por televisión al tal saliendo una mañana de casa como si nada y atendiendo a los periodistas que le esperaban a la puerta con la educación propia de otras tierras que no osaron interrumpirle el desayuno llamando al timbre.
Dijo Higgs que estaba muy ilusionado, y que si al final descubrieran que la partícula de Higgs no existe se sentiría, natural, sorprendido (debe tener las cosas claras) y decepcionado (el mundo de las partículas es particularmente injusto). Pero en ambos casos, no pasará nada.
A propósito, por si el Gobierno prepara otro paquete de medidas económicas: ¿a nadie se le ha ocurrido la cantidad de pisos que se pueden construir sobre el anillo de 27 kilómetros del acelerador? No lo irán a dejar de pasto para las vacas con la de nuones, priones y bosones que van a estar dando vueltas todo el día por ahí, ¿no?
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