Desde hace mucho tiempo el inicio de año viene de la mano de los anuncios de colecciones (principalmente ahora, menos en navidades). Acaba el verano, se regresa a casa, se vuelve a madrugar, pero antes uno ha hecho firme propósito de enmienda, de cambiar su vida, ¡y qué mejor forma que empezando una colección! Un día rellené una encuesta de una casa editorial en la que se preguntaba sobre mis gustos en este terreno. Me dio apuro contestar por lo específico de mis aficiones (fotografías históricas, batallas célebres), pero eso es nada en comparación con lo que hay en los quioscos.
Las colecciones no conocen límites. En esta temporada me han sorprendido dos. La primera es para decorar una casa mediterránea. Viene a ser una casa de muñecas encalada de blanco y celeste a la que hay que ir añadiendo sillas de enea, cama con dosel, alfombrillas de esparto… La verdad es que es muy buena idea, porque si uno ha pasado las vacaciones en un ambiente neo-rústico a orillas del mar, no resultaría nada raro que se desease continuar el ensueño en medio de la rutina y el tráfico.
El segundo anuncio de colección es aún más peregrino, y nunca mejor dicho. Se trata de decenas de rosarios (cincuenta y nueve, para ser exactos). Reconozco que no soy entendido en el asunto, pero me pregunto qué variedad pueden éstos tener para llenar una colección de tantas entregas. Anuncian el rosario de Juan XXIII, el de Nuestra Señora de Lourdes, etc. Además subrayan que están hechos a mano (sin duda por un chino o un indio), y por sólo 2’95 euros. Y luego dicen que la religión está en declive.
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