Han otorgado un premio Príncipe de Asturias a Ingrid Betancourt. La senadora colombiana ha sufrido un largo y penoso cautiverio en manos de las FARC, ha estado separada de su marido y sus hijos, ha estado enferma, incomunicada del resto del mundo. Sin duda es un gran sufrimiento, pero obligado y no desde luego resultado de una elección de Betancourt. Por lo tanto no entiendo cuál es el mérito para el premio, ya que se le premia por algo a la que ha sido obligada. Lo mismo podría decirse de Ortega Lara o de las víctimas del 11-S, e incluso de los bomberos que intentaron socorrerlas (su trabajo, durísimo, consiste en eso).
Creo que esto forma parte de una falta de rigor general, y de rebajar los límites de lo exigible. No creo que se deba premiar lo que debería ser normal (caso de los bomberos de Nueva York) ni las circunstancias fortuitas en las que nos coloca la vida. Por suerte hay muchas Teresas de Calcuta en el mundo, sólo hay que buscarlas (porque no salen en televisión). Claro que resultaría más difícil justificar y prestigiar un premio otorgado a alguien que nadie conoce.
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