Cuando Irán hace unos años anunció sus investigaciones (o desarrollos) en el campo de la energía nuclear (de uso pacífico, dicen ellos), tanto sus vecinos como las potencias occidentales coincidieron en que el país había escalado un grado en el podio de las amenazas, un grado dijeron que intolerable. A sus vecinos los entiendo, pero a las potencias occidentales también, aunque lo intenten ocultar con razones.
Irán tiene miedo. Es un país chií en medio de sunníes, que los miran de reojo. Tiene un régimen de gobierno que sus vecinos temen y el resto del mundo casi desprecia. Sufrió la invasión de Irak (apoyada por Occidente) cuando apenas habían expulsado al Sha. Su nivel de vida es bajo, pese al petróleo, y sólo pueden llamar “amigos” a otros parias internacionales como Rusia o Venezuela. Enfrente tienen a EE.UU. y a sus socios europeos. Y a Israel, bastante más cerca, siempre a punto de tomar la decisión de bombardearles.
Visité Irán hace nueve años, y era un país cansado, aunque orgulloso. Muchos jóvenes (en las cafeterías, en los museos, al poco de intimar con ellos) decían que querían emigrar, y me pedían información y referencias. Detestaban la dictadura del Sha, impuesto por Gran Bretaña y EE.UU., pero el régimen de los ayatolás les impedía muchas cosas que saben que existen y que no pueden hacer, y el paraíso para ellos se seguía llamando América. En el interior de sus casas las familias que se lo podían permitir organizaban fiestas espléndidas y sintonizaban canales de televisión por satélite extranjeros, y cuando salían del país las mujeres cambiaban en el aseo del avión el guardapolvos tradicional y el pañuelo por los vaqueros ajustados.
Los países occidentales le niegan el derecho a tener armas nucleares, pero la argumentación es bastante débil: Irán forma parte del “Eje del mal” (del que ya ha salido Libia y está saliendo Corea del Norte, por lo que más que “eje” pasará a ser “punto”) y por tanto son malos, y los malos no deberían tener armas nucleares porque las pueden usar inapropiadamente. Decirle eso a un país soberano y orgulloso es condenar las pretendidas negociaciones al fracaso.
Las potencias occidentales no se cuestionan el derecho a desarrollar ellos esas armas e incluso a utilizarlas (caso de los EE.UU., con 200.000 muertes civiles a sus espaldas que parecen pesar muy poco). Se dice que es un estado que amenaza a sus vecinos, pero no ha empezado ninguna guerra ni ningún ataque en la región (sí ha sufrido varios), aunque sus declaraciones no sean precisamente pacíficas.
Todos los países tienen su orgullo, que es igual en todas partes. Tenerlo en cuenta en todas partes, más allá de mis fronteras, forma parte de la solución, aunque uno prefiera que Irán no tenga armas nucleares.
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