Esta actriz, la más conocida de la serie “Sexo en Nueva York”, me parece un claro ejemplo de valoraciones contrarias. Me explico: no conozco ningún hombre que beba los vientos por ella, ni tan siquiera que la mencione. La explicación del éxito de la serie consiste en que sus fans son mayoritariamente mujeres. Y eso me pone triste (como ven los que han leído otros artículos en este blog, hay muchas cosas que me ponen triste, mi mujer me lo dice mucho. Qué le voy a hacer: peor sería sonreír y desarrollar una peligrosa parafilia).
Como hombre, no me parece ni guapa ni atractiva, y sí trivial, derrochadora, voluble (“la donna é mobile”), infiel. Sin embargo para las mujeres (he preguntado) parece representar el sueño de mujer independiente, que puede escoger pareja (y lo hace entre efímeros cargos de conciencia), elegante, eternamente delgada y que tiene una vastísima colección de zapatos de Manolo Blahnik sólo comparable a sus problemas de soledad. Parece que esa afición a la moda la desarrolla también en su vida privada (que en buena parte es pública), para ser un referente en las revistas que se encargan de eso.
En resumen, que hombres y mujeres valoramos de forma distinta, al menos, a este personaje, y que resultan muy pobres los argumentos de sus incondicionales. Pues no: por suerte hay muchos hombres y muchas mujeres que tienen otros puntos de vista. Lo triste que decía más arriba es que son minoría.
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