Cuando hace años, muchos, estudiaba en la universidad las guerras de religión de la Europa de los siglos XVI y XVII, me sorprendió la idea de la salvación que tenían los protestantes en contraste con la católica. No soy ningún experto en el tema, pero en resumen podría decir que los reformadores creen que cada persona se salva sólo por la fe, no por sus actos, y que ésta además es un don divino, no algo que uno alcanza por voluntad propia. La ortodoxia católica de la época pensaba justamente lo contrario, que la salvación viene de nuestros actos (la fe se sobreentiende).
De lo anterior, llevado al extremo, podría deducirse que si alguien, por la gracia de Dios, tiene fe, ya puede hacer de su capa un sayo y echarse el mundo por montera que su salvación está asegurada. A mí esto me producía un gran desasosiego, más que nada porque no podía entender, y no puedo, cómo a alguien que comete villanías se le puede garantizar el cielo sólo por su fe (que además ha recibido casi por suerte).
También de lo anterior podría pensarse que los países de mayoría o tradición protestante son regiones sin una moral de los actos, donde importa más el cómo que el qué. Sin embargo, por experiencia personal aunque ésta sólo me valga a mí, he visto cómo personas de cultura protestante se situaban por encima de la moral de muchos católicos: he escuchado tozudos “porque esto es lo que hay que hacer” frente a acomodaticias actitudes de andar por casa que beneficiaban sobre todo a quien las pronunciaba.
Creo en suma que los católicos son más temperamentales, más flexibles, pero al mismo tiempo más dados al beneficio personal (se nos dan bien las excusas) y por tanto casi todo nos vale, excepto que nos lo digan en la cara (piénsese en la reación católica frente al protestantismo en el siglo XVI). Los protestantes, por su parte, para funcionar necesitan una rígida urdimbre de preceptos a seguir a rajatabla, pero precisamente por eso se garantizan una eficacia de la que los católicos se ríen pero envidian: nadie tiene lo que le falta.
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