Me quejo mucho, lo sé, pero cuando voy a la playa de Málaga no me gusta encontrarme nata en el agua ni la arena pizarrosa llena de colillas y anillas de latas de refresco.
Me quejo mucho, lo sé, pero hace unos días salí al campo por un camino de tierra en Almogía y evité mirar al suelo para no ver bolsas vacías y latas de cerveza tiradas al borde del camino.
Me quejo mucho, lo sé, pero en la finca junto a mi casa un vecino ha tirado hoy una bolsa de basura, y la cañada se parece cada día más a un vertedero por la comodidad de los vecinos.
Me quejo mucho, lo sé, pero llevamos ocho meses con restricciones de agua y el alcalde no hace nada porque somos pocos votantes.
Me quejo mucho, lo sé, pero la Guardia Civil se pone a la entrada de donde vivo a pedir carnets y nunca coge a las decenas de motoristas de escape libre que dan vueltas por el monte.
Me quejo mucho, lo sé, pero el vecino de enfrente se ha construido una casa sin licencia en terreno rústico y no pasa nada.
Me quejo mucho, lo sé, pero la Asociación de vecinos prefiere tener fiestas patronales pagadas por el Ayuntamiento a pelear por el agua que no tenemos.
Me quejo mucho, lo sé, pero será que hoy no estoy de humor para otra cosa.
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