Un viernes pasado las bolsas mundiales volvieron a caer desde posiciones de por sí ya muy abatidas. Ese día, en Almogía, hubo un viento huracanado que se llevó por delante vallas, bolsas de la compra y botellas vacías de agua. Durante la mañana la luz eléctrica también se fue, y ante la imposibilidad de hacer casi cualquier cosa, me puse a arreglar el trastero.
Todas las personas deberían tener uno. En un artículo anterior concluía que la memoria me hizo abandonar una idea equivocada, y con ocasión de mi visita al trastero pensé que allí no se guardan cosas, sino recuerdos con forma de objetos. Alguna vez pensamos que tal cosa ya no nos era útil o no teníamos espacio para ella en nuestra vida, pero por alguna razón decidimos conservarla en vez de tirarla (‘nada más amado que lo que perdí’). La vida cambia, mudamos de ideas, de relaciones, y cuando vamos a buscar el árbol de navidad nos encontramos con los recuerdos del viaje con un amigo al que ya no vemos o con los patines que sólo usamos la mañana que nos lo regalaron. Recordar es vivir dos veces, y como casi siempre nos da sólo por volver la memoria hacia aquello que nos resultó grato, todo lo que nos recuerda nuestra vida nos reconforta.
Pero el viento y las nubes pasaron, y hoy luce un sol de primavera. Dejemos el trastero como bálsamo para otros días más grises.
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