Me gusta viajar, o casi mejor debería decir que creo que me gustaba viajar, porque hace tiempo que no lo hago. Cuando viajaba, lo hacía a sitios remotos, sólo con la reserva del billete de avión y una mochila a la espalda, y la mayoría de las veces solo. Siempre me alojaba en hoteles baratos o albergues juveniles, y me gustaba utilizar transportes colectivos con sabor. Pese a que algunos países podrían calificarse de peligrosos, nunca tuve el más mínimo percance, y siempre la gente me trató bien y me ayudó cuando necedité su ayuda. Gracias a que cuando joven no tenía dinero para coger el autobús, desarrollé unas buenas piernas y una resistencia que me fueron muy provechosas para atravesar y conocer ciudades, desde Nueva York a Ammán pasando por Bogotá.
A los lugares donde iba hacía por comer de lo de allí, más que nada por una cuestión de presupuesto. Algunas veces hacía excepciones, como cuando en Kuala Lumpur no podía dejar pasar un McDonald’s de largo para rehidratarme con una cocacola de litro, o cuando en Shiraz uno se podía permitir el lujo de ir al mejor restaurante de la ciudad por el cambio favorable del dólar, pero siempre estos pecados los redimía de alguna forma (una diminuta y asfixiante habitación en Kao San Road, los chinches del albergue de Washington…).
Una noche en Pamukkale me senté en el tranco de una puerta a ver la gente pasar. Un vendedor de alfombras aburrido por el negocio se sentó a mi lado y me dijo el mejor piropo que recuerdo: “no pareces un turista”. Supongo que la vanidad es tan cara que con sólo esta frase amortizó todo el viaje.
Ahora no sé si podría viajar así. Aun dejando de lado las obligaciones familiares, me canso sólo de pensar en interminables caminatas por ciudades calurosas que se parecen cada vez más a otras ciudades calurosas en la otra cara del mundo.
No te canses de viajar. Siempre habrá ocasión de recorer los mapas que nos esperan escondidos en las esquinas del mundo....Por cierto, el piropo, extraordinrio......
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