Desde la orilla uno observa a los bañistas despreocupados en la playa. Sin embargo, si alza la vista puede ver en las colinas cercanas los radares que vigilan perpetuamente el horizonte. Más allá, tras los apartamentos de primeras líneas de playa, giran monótonos los molinos de viento como girasoles inmóviles.
Algunos bañistas juegan a la pelota, otros se sientan en la arena de la orilla y se dejan acariciar los pies por las olas; pero seguro que entre ellos hay alguno que está tomando el sol después de haber obedecido órdenes. Y seguro que hay otro que vigila a un tercero para que un cuarto haga su trabajo para que todos puedan disfrutar del sol y las siempre merecidas vacaciones. Y lo peor, o lo mejor si estás junto a la orilla con los pies en remojo, es que este orden es el que debe ser para que todo sea así.
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