Hace unos días fui a la celebración de la Navidad en el colegio de mi hijo. Pese a que era una hora pésima para los que tienen que ir al trabajo a ganarse la vida, no faltó ningún padre (por aquello del remordimiento).
Los niños iban vestidos de pastorcillos, y las niñas de lavanderas. Los niños estaban sentados en sillas de plástico y las niñas en el suelo. Las monitoras animaban a los niños a tocar la pandereta y a las niñas a lavar los trapos. Los niños estaban todos bien abrigaditos, pero el grupo de niñas más salerosas que había conseguido evitar el papel de lavandera tenía que ambientar la escena con un baile flamenco que las obligaba a llevar desnudos los brazos y hombros (y hacía frío).
Como soy muy malo hice en voz alta comentarios sobre el papel asignado a niños y niñas, pero los padres de alrededor, ay, me miraron con condescendencia.
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