He visto en un documental a unos monos de Japón que viven en las montañas. Hace mucho frío, hay nieve por todas partes, y aunque los monos tienen un grueso pelaje tiritan y se estremecen. Las crías sobre todo se llevan la peor parte, y se aferran al cuerpo de sus madres mientras miran por el rabillo del ojo con desolación.
Pero en ese ambiente gélido y mortal los monos han descubierto que se puede estar muy a gusto sumergido en pozas termales. En la imagen los copos de nieve caen constantes y pesados sobre el pelaje de los monos, que entornan los ojos de placer mientras se sumergen hasta el pecho en las pozas. Pero no todos: en el borde de la charca miran ateridos los adultos y las crías de aquellos a los que los otros monos no les permiten bañarse en ese oasis de calor.
No sólo no les importa, sino que su placer no se ve ni interrumpido ni rebajado por la visión de los menesterosos y ateridos congéneres de alrededor. Las crías de los monos potentados chapotean despreocupadas y ajenas a todo, mientras sus padres sólo se preocupan de su propio calor y de no compartirlo con extraños... aunque haya espacio de sobra.
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