Muchas personas pierden la memoria en los últimos años de su vida, pero reconocen los afectos y las situaciones conocidas. He leído en varias ocasiones la recomendación de redactar unas páginas, ordenar unas fotos o grabar un vídeo con nuestros recuerdos más entrañables para que éstos no se pierdan junto con nuestra memoria.
También hay otra opción, útil aunque triste. Si nuestro sueño era conocer Australia y no lo hemos podido cumplir, redactar unas notas de viaje como si realmente hubiéramos estado allí; o comentar en un vídeo el trato agradable que nos dispensó Ferrán Adriá aunque nunca hayamos comido en El Bulli; o una algo abultada lista de amantes (antes de conocer a vuestra madre) que en realidad no pasaron de una fugaz mirada indiscreta.
Recordar con esta impostura todo lo que deseamos ser y no fuimos, todo lo que quisimos y no pudimos o no nos atrevimos... sería la constatación de un fracaso, quizá de habernos quedado a medio. Pero qué gloria a cambio de una verdad que no le importa a nadie y que no va más allá del felpudo de nuestra puerta.
¿Será como esas ensoñaciones que nos acurrucan antes de conciliar el sueño o después de sonar, por última vez, el despertador?
No hay comentarios:
Publicar un comentario