Qué diferentes se ven las cosas hace cuarenta años y con cuarenta años de diferencia. Mi familia era católica y cumplíamos con el ritual de misa los domingos, bautizos, comuniones y confirmaciones, pero a nadie nunca se le ocurrió un retiro espiritual, una peregrinación a Tierra Santa, colocar a un hijo de monaguillo ni sacar un paso procesional. Católicos pero no beligerantes.
La Semana Santa era un periodo de recogimiento. Por supuesto, cerraban todas las tiendas y la televisión emitía conciertos de música clásica y películas piadosas. Los cines cerraban. Los viernes de Cuaresma en casa no se comía carne, sino un guiso de patata y bacalao. Mi padre ayunaba el Jueves y Viernes Santo, y mi madre hacía sólo una comida al día. Yo no podía salir a jugar, sino estar en casa donde rezábamos el rosario y leíamos la Biblia en familia. Por supuesto, acudíamos puntuales a los servicios religiosos.
No creo que haga falta describir qué es hoy la Semana Santa y cuáles son las costumbres de una familia católica media. Hoy podría hacer lo que se hacía cuarenta años atrás, pero todo se conjura en mi contra, y es difícil ir contracorriente y contra el general instinto de los tiempos.
Supongo que me hago mayor, porque pienso qué distinta era la Semana Santa del resto del año y qué reconfortante la llegada de Domingo de Resurrección, por la diferencia, que es el beneficio o la pérdida.
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